jueves, 29 de abril de 2010

BILIRRUBINA 3

Pues, mire usted, que no sabría si sabía lo que sabía.
Porque no creía ni una pizca en lo que decía.
Pero lo decía. Aunque no supiera, como tal, lo que sabía.
Por miedo a creer, saber, decir, lo que sentía.





Alberto Cancio García

miércoles, 28 de abril de 2010

Víctimas

Las víctimas de un lunes sin reposo
no saben ejercer su obligación,
ni quieren despedirse del colchón
por culpa de un salario caprichoso.

Las ruinas de un pasado indecoroso
no silban esta idéntica canción
que va en pos de la flecha, al corazón
de un viaje sin retorno. Deleitoso

sonido cruel de mil adinerados
que cambian a la gente por mercados
y pesan en la mesa su dinero.

Qué pobres gentes, dignas de alabanza,
que cargan en su espalda la esperanza.
¡Ay, honrado albañil, cuánto te quiero!


Jorge Andreu
Para el trabajador honrado que gana su vida cargando peso.

domingo, 25 de abril de 2010

Una tempestad en carretera

La bruma impedía una visión nítida de la calzada, que amenazaba con sacar de su carril el vehículo verde, solitario, ocupado por el conductor y el copiloto, a cuyo alrededor sólo había agua y maleza, niebla y oscuridad. Eran las cinco y tres minutos de la madrugada, el pueblo dormía su sueño desde muchas horas atrás. La lluvia había impedido que los pocos jóvenes habitantes del pueblo salieran a divertirse, pero Marco y David, quienes gozaban de un alma jaranera y no iban a permitir el silencio de una noche de sábado en casa, habían emprendido un viaje de ida hacia la ciudad, donde muchos bares ofrecían fiesta y eran motivo de reunión amistosa a pesar de la tormenta. A esta hora regresaban de la parranda sin cansancio en el cuerpo. Cantaban y reían mientras Marco trataba de adivinar el camino de vuelta entre el cristal empañado y su vista borrosa.

Huelga decir que Marco, de diecinueve años, y David, con la mayoría de edad recién cumplida, eran hermanos y carecían ya de la compañía de su madre, muerta hacía dos años, víctima de un accidente de tráfico a la vuelta del trabajo. Y aun así, cómo son los hijos, conducían embriagados e inseguros por el peligro de la noche. Escépticos desde la tragedia, nunca habían creído en la vida después de la muerte, en el más allá, sino en el presente, en que debemos aprovechar la vida a cada momento porque una vez muertos no podremos salir de nuestra tumba. O de nuestra urna, diría David, todos sabemos que en las familias abundan los puntos de vista.

En divagaciones así no deberíamos inmiscuirnos porque la marcha del vehículo aún no se había detenido, y no lo hizo hasta poco después de enmarcar en el punto de vista del Mercedes una figura blanca cuya contemplación apenas duró un segundo. De inmediato Marco giró el volante hacia la derecha y pisó a fondo el freno; el coche recorrió varios metros hasta terminar de pararse. Qué has visto, preguntó Marco asustado a su hermano menor; creo que lo mismo que tú, respondió David, una silueta blanca, como en pijama, que nos miraba; mamá, susurró Marco. David asintió despacio. Un trueno retumbó en los cristales y en los asientos traseros. Miraron hacia atrás y no vieron sino sus chaquetas y, más allá, la lluvia sobre una carretera desviada como el coche. Te decía algo, preguntó Marco; sí, fue la respuesta de David, que detuviésemos la marcha; eso mismo he creído oír yo, dijo Marco, y que pasásemos aquí la noche; esto me da muy mala espina, no habrán echado algo en las bebidas, preguntó David; sí, ron.

El coche se había salido de la calzada y estaba estacionado entre las hierbas de un lugar que no conocían. De todas formas, concluyó Marco, nos habíamos perdido, será mejor que pasemos aquí la noche. Pero ninguno estaba seguro de lo que sus ojos habían visto.

El alba llegó dos horas después. David despertó alumbrado por el primer rayo del sol y dio un codazo a su hermano al adivinar lo que tenían ante ellos. Marco se despidió del sueño a regañadientes, sacudió la cabeza, se frotó los ojos varias veces con las manos y luego, asombrado, abrió la puerta del coche para salir a contemplar el exterior. Ante ellos, a poco más de un metro de distancia, el terreno daba paso al vacío y a su izquierda la carretera se transformaba en un corte de rocas. Se echaron las manos a la cabeza, mareados de vértigo al mirar el suelo lejano. Y pensaron en el más allá. Y en su madre.


Jorge Andreu


sábado, 24 de abril de 2010

Josefa Parra y la Generación del Ocho

Tengo una sorpresa para mis compañeros de la Generación del Ocho, Abraham y Alberto. Anoche disfruté de una velada literaria con nuestra buena amiga Josefa Parra (Pepa entre nosotros y con ella), en la que acompañada por el pianista Miguel Ángel Beltrán “Barry” recitó los mejores poemas de sus libros, al tiempo que aprovechó para enseñarnos algunos inéditos que me gustaron incluso más —amiga Pepa, si lees esto, que sepas una vez más que el último verso de la «Edípica» que espero ver en tu próximo libro me sacó las lágrimas—; y luego el cantautor Alfonso Baro Alcedo interpretó un poema de Pepa al que había puesto música, y una canción propia, muy interesante.

A la hora de la firma de libros, por cierto, me dijo que uno de los miembros de la Generación le había dicho que me parezco a un poeta, y no sé quién habrá sido, pero sirvió para echar un momento agradable de risas. Ese momento es el motivo por el que hoy escribo esto, la sorpresa para mis amigos de la Generación, que enseño a continuación:


Por si alguien no ve el contenido, dice lo siguiente: «Para mis colegas de la “Generación del 8”, con la esperanza de verlos crecer, combatir y vencer. Y compartir con ellos esa alegría y ese ímpetu. Os quiero. Josefa Parra. 23/04/2010».

Este es mi regalo para la Generación del Ocho por mi vigésimo cumpleaños. Yo también os quiero, amigos míos.


Jorge Andreu


jueves, 22 de abril de 2010

MASCOCHA




Ofrezcamos una calurosa bienvenida a PAQUITA, la nueva mascota de la Generación del Ocho.

lunes, 19 de abril de 2010

BILIRRUBINA 2

Aquella noche fue igual a cualquier otra.
Me quedé solo, como es costumbre,
y entonces bajé al mar.
Allí, espié cómo dormitaban los ojos del cielo,
y luego volví a casa desquiciado de belleza.
Siempre, todas las noches, ocurre del mismo modo.
Y es que aquella noche, aquella en particular, fue igual a cualquier otra.



Me preguntas... ¿que por qué escribo sobre ella?
Porque luego, camino a casa, sonreía.
Y no lo entiendo.
Pero aquella noche sonreía.



Alberto Cancio García

sábado, 17 de abril de 2010

BILIRRUBINA 1

Sólo miraba.
O quizá sea más correcto decir que sólo veía.
Y aun así, solazándose en la inocencia de su propia pasividad, se sabía culpable de ver.

Sólo de ver.
Alberto Cancio García

viernes, 16 de abril de 2010

Finales de Marzo a bordo del Whydah (Relato de Colin Woodard sobre el capitán pirata Samuel Bellamy)

" A pesar de estar a más de cien millas mar adentro, [los piratas] cayeron sobre un pequeño mercante que salía de Newport, en Rhode Island. El capitán de este balandro, el señor Beer, se dirigía a Charleston y probablemente escogió el paso exterior para evitar a los piratas que se contaba, infestaban el estrecho de Florida y el paso de los Vientos. A cambio, se halló prisionero en el mayor barco pirata que él y sus compañeros hubieran visto jamás.
Beer no pasó más de dos horas a bordo del Whydah, pero después tomó nota de todo lo sucedido, incluida una transcripción de la conversación que mantuvo con Samuel Bellamy. Mientras los piratas saqueaban el cargamento, se intentó decidir si le devolvían la embarcación o no. Tanto Bellamy como Williams [segundo de a bordo] estaban a favor de que Beer se quedase con el barco, demasiado pequeño para ellos, pero sus compañeros, con el ego muy alto tras los recientes éxitos, se negaron en rotundo. Bellamy ordenó entonces que llevasen a Beer ante su presencia para poder comunicar al desventurado capitán las malas noticias. Sentía deseos de disculparse:

_ ¡Maldita sea mi estampa! Lamento que no le vayan a devolver su balandro, porque desdeño causar daños a nadie si no es para mi provecho_ le dijo Bellamy a Beer_ ¡Maldito barco! Tendremos que hundirlo y, en cambio, a ustedes bien que les habría servido.

El pirata se detuvo, miró de arriba a abajo al de Rhode Island y empezó a destilar cierta compasión por aquel hombre:

_Maldito sea: En el fondo es usted un cachorrillo, igual que todos los que se rinden al gobierno de unas leyes que han hecho los ricos para su propia seguridad [...] ¡Pero allá vosotros con vuestra suerte! ¡Allá ellos, por ser una panda de zorros arteros! ¡Y allá ustedes, los capitanes y marineros que les sirven, pues son unos tarugos con alma de gallina! Nos vilipendian, los muy sinvergüenzas, cuando la única diferencia entre nosotros es que ellos roban a los pobres amparándose en la ley..., y nosotros robamos a los ricos amparándonos en nuestro propio valor_ Bellamy volvió a mirar a Beer, sopesando con cautela el efecto de sus próximas palabras_ ¿No sería mejor estar entre nosotros que andar lamiendo la hediondez de esos villanos, sólo para conseguir un trabajo?





Beer se tomó su tiempo para responder. Su conciencia, le dijo al fiero comandante de los piratas, no le permitiría "saltarse las leyes de Dios y de los hombres". Bellamy lo miró con disgusto:

_Es usted un granuja con una conciencia endemoniada_ le respondió_ Yo soy un príncipe libre, y cuento con tanta autoridad para hacer la guerra en el mundo entero como el que dispone de cien barcos en el mar y un ejército de cien mil hombres en tierra. Y esto es lo que me dice mi conciencia: ...No vale la pena discutir con los cachorrillos llorosos que toleran que sus superiores los pateen en cubierta con placer, y que ponen su confianza en quien no es más que un proxeneta hipócrita: un cerdo comodón que ni practica ni cree siquiera en lo que le cuenta a los imberbes que lo escuchan como a un santo.

Con aquello, Bellamy ordenó que se llevasen a Beer. Indicó a la tripulación que lo condujeran en un bote hasta el Marianne [otro navío de la flota pirata], para que Williams pudiera dejarlo en Rhode Island. Cuando los piratas acabaron de pasar el último barril de sidra y de comestibles al Marianne, prendieron fuego a la balandra de Beer. La columna de humo se vio a varias millas a la redonda; el barco se quemó hasta la línea de flotación, y sólo el mar pudo apagar las llamas. "






He tomado esta narración de la obra "La república de los piratas/ La verdadera historia de los Piratas del Caribe", de Colin Woodard, que insiste en que fue el propio señor Beer quien transcribió la conversación que mantuvo con Samuel Bellamy a bordo del Whydah:
"Algunos autores han puesto en duda la veracidad de esta conversación, que al final se publicó en "Historia General de los Piratas", preguntándose quién habría sido el transcriptor. La respuesta es: el propio Beer. Tras su audiencia con Bellamy, el capitán fue trasladado a bordo del Marianne, donde dispuso de suficientes horas libres como para poner por escrito esta conversación histórica. Lo liberaron en la isla de Block al cabo de una o dos semanas y, el 29 de abril, se presentó en Newport e informó de lo sucedido al corresponsal del Boston News-Letter. Es casi seguro que los detalles de la conversación fueron anotados por las autoridades de Rhode Island y enviados posteriormente a Londres, donde quedaban al alcance del autor de la "Historia General de los Piratas."






Alberto Cancio García

miércoles, 14 de abril de 2010

Una Década

Y todavía hoy, en las noches baldías de helado insomnio, lo siento vagar huidizo por las calles solitarias; sucio y maltratado como los contenedores mismos de la basura donde se alimentaría; triste y quejumbroso como el aire en que a menudo dejaría escapar sus maullidos largos de felino compungido. Maullidos de miedo, de hambre y de frío. Maullidos de pena y aterrado desconcierto, que seguro, por entonces, rasgaron con sus ecos la afonía de aquel barrio, preguntando una y mil veces, en la jerga del errante con bigotes, por qué.





Alberto Cancio García

miércoles, 7 de abril de 2010

Despierta, Antonio. Otro milagro de la primavera.

¿Sabe usted una cosa?
Yo vine a este sitio buscándola a ella, con mi rosa, mi cuaderno y mi mejilla, y anduve entre los troncos y las ramas trituradas, por ver si la veía y, dándoselo todo, me besaba.
Fue triste comprobar que había marchado a no sé donde, y me hinqué en este escalón, a culparme por imbécil; encendí un cigarrillo y, de su humo ennegrecido, huyeron dos mariposillas hacia el seto de la izquierda. Tosió un pajarillo más arriba, y de verme espatarrado, un hombre se acercó con un plato de tortilla.
Y yo, que venía buscándola a ella, no había reparado ni en las flores de aquel seto, ni en el árbol de ahí arriba, ni en el Sol de la ternura que un buen hombre me ofrecía.

Guardé el cuaderno y la mejilla, y planté la rosa en la tortilla.






Alberto Cancio García

domingo, 4 de abril de 2010

Hermann Hesse - Narciso y Goldmundo

Este libro resucitaría a un muerto. Y como hoy es domingo y este blog está muerto, después de varias semanas sin recomendaciones ni actividad, voy a lanzarme a hablar de mi última lectura, a la que acabo de dar fin hace cosa de media hora tras una semana de placenteras sesiones.



Narciso y Goldmundo es una excelente novela del premio nobel de literatura alemán Hermann Hesse, donde se unen los antagónicos puntos de vista de la ciencia y el arte, la razón y los sentidos, el espíritu y el cuerpo. Narciso, un joven novicio entregado al estudio y a la reflexión, encarna el espíritu de la razón, y Goldmundo, un joven estudiante del convento de Mariabronn, es el ejemplo de los sentidos. Ambas partes conforman los dos pilares de la personalidad. En el convento de Mariabronn se conocerán estos dos jóvenes que pronto tomarán caminos bifurcados: mientras que Narciso permanecerá en el convento envuelto en sus quehaceres de futuro monje, Goldmundo partirá rumbo a la aventura, a la vida, y gracias a su hermosura conocerá en profundidad el mundo de los sentidos.

La profundidad psicológica de los personajes, la sobriedad del estilo del autor, las reflexiones implícitas y explícitas y la riqueza del lenguaje cautivan desde la primera página: así quedé yo después de leer la primera descripción del castaño que decora la puerta del convento, después de los primeros acontecimientos, después de indagar en la personalidad de Goldmundo, un personaje entrañable.

Es una novela que no os deberíais perder. Ojalá me hagáis caso. Yo me he estremecido, he vibrado, he llorado, he sonreído y he seguido los pasos del joven Goldmundo en todo su viaje por los sentidos. Haréis lo mismo si os asomáis a estas páginas. Lo garantizo.