martes, 31 de agosto de 2010

Ocurrió que

Aquella mañana,
el amor se miró en el espejo.


Y te vio.



Alberto Cancio García
Fotografía: Google

miércoles, 25 de agosto de 2010

Vizco vistazo funesto

Ahora observo de reojo el coche fúnebre que pasa
y que se marcha, tan ajeno, hacia Dios sabe qué Demonios
Veo caras compungidas en la negra procesión:
gentes blancas, tan anónimas, llorándote en silencio,
cada una en su automóvil, sin adornos; y sin pausa,
van siguiéndote entre lágrimas,
negras, de humo de motor.

Yo no sé quién eres. O quién eras, hace poco.
Mi reojo es incapaz de atravesar un ataúd,
y así vistos, momentáneos, ¡todos son tan parecidos…!
Más valiera imaginar que fuiste viejo satisfecho,
y que son tus cuatro hijos los que miro de reojo,
o que aquella de las lentes, vieja guapa, tez silente,
llora el dulce y cruel recuerdo
de lo mucho que te quiso.

Pero yo no sé quién eres. O quién fuiste, hace ya un día,
porque como el agua es hielo, así, el sosiego, aire severo,
y el semblante de esa vieja dice amor también de madre.
¿Y si tú, viejo paciente, a su lado, conduciendo,
eres quien imaginé delante de esta comitiva
y es un hijo, de esos cuatro, en realidad, a quien lloramos?
Un varón entrado en años, muerto por aventurero,
un aciago compañero
con mil vidas que contarme.

Sólo espero que en tu cueva o tu barranco, un pensamiento,
dulce, impávido, rehuyera y rechazara el corte acerbo
de las piedras, y ahora alcance a vislumbrarlo en mi reojo,
remontando suavemente cumbres bastas de edificios,
y posándose en su dueña, mustia y gris de desconsuelo.
La más blanca, la más leve, la del llanto seco y vivo,
que revuelve los matojos de pañuelo y de saliva.
Cierras tú esta cabalgata de la muerte y del olvido,
y apoyada en la ventana
te oigo entonces: ¡Ay, mi niña!





Alberto Cancio García
Fotografía: Google

jueves, 19 de agosto de 2010

Un ciclo de amor (I. El banco)


Nos conocimos en uno como este.
La lluvia amenazaba. Hacía frío.
Pasaban los peatones
mirando nuestros gestos,
pensando cómo fueron cuando niños.
También tú enrojecías,
las llamas de pudor te hicieron fuerte.
Entonces sonreíste sin motivos.

Y todo fue bonito.

Miramos hacia el cielo, ambos callados.
Cayeron mil palabras sin sonido
encima de nosotros,
y de inmediato todo comprendimos:
el banco, la plaza, la gente, el mundo
loco y cruel, lleno todo de sentido,
nosotros a lo lejos,
la lluvia sobre el suelo, los abrigos
que nos protegían del exterior.
Y el beso de tus labios. Y el silbido
de mi voz en tu oreja.
Fue todo tan sencillo…

…y todo tan bonito.

miércoles, 18 de agosto de 2010

¡Ya lo creo!

Conozco cuanto habita el dormitorio de tu alma,
porque yo me dormí en él, y te soñé, y tú me oíste;
e hicimos de tu espejo un álbum lleno de recuerdos;
y luego, de repente, te besé mientras meabas.

Conozco muchas cosas de tu alma, ¡ya lo creo!,
y las creo en tanto en cuanto, y por más que corra el tiempo,
sigan llenas las macetas del balcón de tu mirada.




Alberto Cancio García
Fotografía: Google

¿Por qué caminas, caminante?

Arena. Polvo. ¡Huella!: Un camino.
Abeja. Néctar. Hierba. Su olor.
Un pájaro. ¡Trina! Al cielo. Y al Sol.
Un árbol. Su copa. Susurro de bosque,
sombreado horizonte marrón.

Descansa. Detente. Contempla.

Agua, vaivén y madera: El mar.
Cangrejo. Salitre, e incienso silvestre.
La ola, su espuma, marea, poniente.
La roca, ¡quebrada! Reseco escozor,
secreto confín repintado de verde.

Descansa. Detente. Contempla.

Ascua, empedrado y arcilla: La aldea.
Anciana y fogón, y hornada de pan.
La niña, ¡su risa!, y el níveo cantar.
La torre. Que tañe. Del huerto a la Iglesia,
a obrar los destinos de la humanidad.

Descansa. Detente. Contempla.

Aura, penumbra y linterna: ¿Mujer?
O el canto del búho o la hiel de ballena,
o el grillo o la dama de noche recuerdan
al lento deseo de verte y de hallar
tu bosque, tu aldea, tu mar o mi estrella.

Descansa. Detente. Contempla.

Prosigue.
Alberto Cancio García
Fotografía: Google