sábado, 30 de octubre de 2010

DECADENCE NOW

…otra tarde cenicienta.

Mustia y cenicienta, ¿no decían? Lánguida,
de esas tristes, yermas, morriñosas,
las de perro, niño, Dios u hombre abandonado.

Es poesía al fin y al cabo...
Es poesía.

Entra en casa, toma el libro,
mímalo entre tus ascuillas,
apacigüa el universo
de tu angustia y hazte de él
una esquinita, de colchón.

Así sabe a realidad la ceremonia literaria,
así huele a miel la muerte y el gusano que la cobra,
y qué importan los cien pies de los ciempiés si, a bocajarro,
de los cien tú les ves dos y te resignas.

¡Es poesía, al fin y al cabo...!
¡Es poesía!

Otra tarde cenicienta, y tú mismo en ese perro
y ese niño y ese hombre, y esa angustia prometida,
que pretende ser deseo y sólo es arte, sólo arte,
cual miseria que esputaras desde el hueco de tu alma
y revolvieras con la lengua laboriosa.
De pasión agusanado,
de quimeras, de gargajos.


Y por qué nos los tragamos, botarate.
Y por qué nos los tragamos si es un asco.





Alberto Cancio García

viernes, 29 de octubre de 2010

El cóctel de mi esencia

Hoy flotan cuatro hielos en mi pecho:
la música, los libros, la pintura,
el mundo de los besos —y el silencio
atado a nuestra sombra.

De un sorbo nos llevamos los olores
que rasgan nuestras penas, los abrazos
que nunca merecimos, las canciones
huérfanas de armonía.

Si trago, la pintura contonea
en plácidos mecidos sus palabras,
profundas, como el timbre de la letra
que escapa de un acorde.

Si soplo en la boquilla, todo es verde,
efímero —así son las caricias
surgidas de un silencio, del latente
murmullo de la prosa.

Si bebo y saboreo, todo es uno,
igual que un beso es fruto del recuerdo.
Si quema mi garganta, sólo es humo
exhalado de ausencia.

Si, después de todo, nada es de polvo,
los besos, la poesía, la pintura,
la música:
tan sólo eso me queda.


Jorge Andreu

miércoles, 27 de octubre de 2010

HOMENAJE

EL BESO DE CORTÁZAR

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Julio Cortázar

martes, 19 de octubre de 2010

TÚ SENTADA AHÍ DELANTE

Verde. Digo verde
cuando digo lo que digo:
¡verde! ¡que te quiero!
¡A ti! Y no a ese verde
mortecino de pizarra
en que tus hombros se recortan;
y que corta, por debajo de tus hombros,
con respaldo verde silla
-y con patas verde clase
en que tu pie se balancea-
medio lomo de otro medio
que yo miro y atesoro
en mi pupila también verde.
Pero verde de hojarasca,
de boscaje que se quema,
de madera fibrilar por que resbala
tu melena, como lava coagulada
sobre el verde respaldar de verde aula.

Verde. Digo verde,
de tablones que se inflaman,
de dorada exaltación de
bosque verde, y tú, su llama.

Ojalá tuvieras ojos en la espalda,
y todo lo que digo fuera, ¿verde?, una mirada.




Alberto Cancio Garcia
Fotografía: Google (modificada)

domingo, 17 de octubre de 2010

RECHAZO (I)

Dame
una sola razón para no recordarte,
y haré
con tu triste motivo,



misántropo,



un nido de barro al que a veces, volando
regresen henchidos de pan los recuerdos,
y acuerden cebar y nutrir el olvido.


Alberto Cancio García

lunes, 11 de octubre de 2010

Un ciclo de amor (II. La luna)



Brillaban los secretos de tu boca
como luces en una noche inmensa.
Las olas, las gaviotas,
la música, tus ojos.
El mundo me enseñaba tu belleza.
Alumbraba la luna
la tez serena y suave, dulce y blanca,
de aquella mujer que era aún muñeca.

La luna estaba llena.

Forjaba entre nosotros nuevos lazos
el fuego azul y gris de su linterna,
lucero ante lo oscuro.
¡Qué triste estaba yo, y qué serena
tu mano resbaló por mi cabello!
¡Qué alegre me dejó tu risa tierna!
La luna nos miraba,
sus lágrimas caían como estrellas.
Estaba lejos ya de nuestros besos.
De rabia y de dolor rota. Y entera
dispuesta a darnos lumbre.
Del cielo prisionera.

Todavía está llena.

Nos quiso tanto, entonces,
que no se separó de nuestra acera.


Jorge Andreu

miércoles, 6 de octubre de 2010

Neytiri

Tus ojos infinitos en el ámbar perfumado de la hoguera.
La penumbra tibia, el haz de los contornos temblorosos,
y el momento, tan preciso, en que te vuelves hacia mí.
La sonrisa puntiaguda, ahora, tras el leve palpitar del bosque oculto,
tan serena, tú, ¡tan silente y tan hermosa!;
las estrellas salpicaron su fulgor sobre tu rostro de felino inteligente,
y en tus sienes atigradas, y en los flecos y las plumas derramadas por el cuello,
trenza el tiempo las raíces y la historia de tu mundo inalcanzable.

Has brotado de la tierra, lentamente rociada, y por eso tu sosiego,
y por eso la templanza y la frescura de tu aliento exuberante.
Y has regado la aureola de tu cuerpo embebecido, natural y
estilizado, como el torso azulvioleta en la cascada que resbala
por tu frente, y tu nariz y tus mejillas y tus labios apacibles.

Y tus ojos, por supuesto. Sólo ellos. Son tus ojos.
La pupila incandescente de que parte el pensamiento,
la pestaña colindante que lo cerca quedamente, que lo riza y lo proyecta,
la ventana cristalina y fascinante hacia tu alma, que me mira enfebrecida,
de tu ensueño palpitante, y empapada de deleite,
y empapada de su bosque, y empapada del verdor, y de la esencia, de tu vida.

A la humana de la selva
tildada de salvaje por los blancos.

Alberto Cancio García
Fotografía: Google (modificada)

martes, 5 de octubre de 2010

Juguemos (I)

Siempre creyeron que podían marcharse

sin más

a mitad del hermoso crepúsculo.

Y así vieron lo que vieron:

Mediocre pus, culo.


Alberto Cancio García