Mustia y cenicienta, ¿no decían? Lánguida,
de esas tristes, yermas, morriñosas,
las de perro, niño, Dios u hombre abandonado.
Es poesía al fin y al cabo...
Es poesía.
Entra en casa, toma el libro,
mímalo entre tus ascuillas,
apacigüa el universo
de tu angustia y hazte de él
una esquinita, de colchón.
Así sabe a realidad la ceremonia literaria,
así huele a miel la muerte y el gusano que la cobra,
y qué importan los cien pies de los ciempiés si, a bocajarro,
de los cien tú les ves dos y te resignas.
¡Es poesía, al fin y al cabo...!
¡Es poesía!
Otra tarde cenicienta, y tú mismo en ese perro
y ese niño y ese hombre, y esa angustia prometida,
que pretende ser deseo y sólo es arte, sólo arte,
cual miseria que esputaras desde el hueco de tu alma
y revolvieras con la lengua laboriosa.
De pasión agusanado,
de quimeras, de gargajos.
Y por qué nos los tragamos, botarate.
Y por qué nos los tragamos si es un asco.
Alberto Cancio García