miércoles, 23 de febrero de 2011

VIAJES E IMPRESIONES. CAPÍTULO QUINTO

Se alza al alba el polvo del camino
por que vamos, mientras rizan silbidos
los pedruscos que salpican el aire
a nuestro paso y se ciñen las sendas
cuando avanzamos, sobre cordilleras,
bosques densos y vértebras de olivo
que abates, y que son color de rueda
bajo el súbito rolar del vehículo.

Me lleva él sobre el limo glutinoso
de aceituna, cuando el Sol, sobre troncos
de árboles desnudos y vestidos,
se despunta, a sí mismo, descargando
vetustas bienvenidas a los altos
primero, las pendientes, poco a poco…,
y luego, nuestra senda, el valle ancho,
prende el cristal de roca en los recodos.

Serpenteamos laderas, se escarpan,
suena un río de ecos: ruge y brama
allá abajo, entre los verdes y airosos
tules del abismo, y, de repente,
de hito en hito brota, por el oeste,
el declive de su vasta cascada
desde el lago añil oscuro, y al frente,
alza el mundo una cresta escalonada:

A altura de buitre, en fiera pendiente
resbala, nívea y rocosa, Zahara.






Alberto Cancio García

martes, 22 de febrero de 2011

C'est la vie

La vida es un negocio que no cubre los gastos
además de una enfermedad de transmisión sexual.
También es un cuento narrado por un idiota
o una granada de mano que nunca llega a explotar.

Vivir es un deporte ideal para torpes
y difícil para sabios que no encuentran su norte.
Angustia moderada en pequeñas dosis,
perro fiero y ladrador que a veces parece dócil.

miércoles, 16 de febrero de 2011

VIAJES E IMPRESIONES. CAPÍTULO CUARTO

Hablábamos de delegar. Son las 10:30 y el autobús ha hecho una parada más larga de lo normal, por lo que he podido mear tranquilo y estirar las piernas dulcemente.

Solía fumar durante estos descansos; hoy me he limitado a dar vueltas por aquí y por allá, curioso, como uno de esos viejos encorvados que parecen indagar las calidades del terreno, cabeza gacha, manos entrelazadas en la espalda, mirada cálida y sabia conjetura: Esta región de Cádiz, muchacho, es bastante mediocre.

Reincido una y mil veces en la inherente devoción que profesa el ser humano por estropearlo todo, aun cuando se hace difícil lograrlo. Ya en otros cientos de viajes me ha sorprendido no hallar un sólo centímetro de tierra libre de las chapuzas de nuestra especie, pero he de reconocer que la zona de Cuatro Caminos es un ejemplo aterrador de a lo que puede llegar el bípedo estúpido. No es cuestión de caprichoso ecologismo –adecuar el medio a la rentabilidad económica en perjuicio del paisaje es práctica tan común que ya ni acongoja –, yo hablo de absoluta e indómita fealdad. De espectacular asimetría en la disposición de las estructuras, de desaliño, torpeza, desidia. Crudísima devastación. El pueblo y sus alrededores semejan un tipo de dolencia infecciosa, que hubiera ido ennegreciendo el terreno progresivamente para contaminarlo luego de hormigones mal dispuestos. Desproporción premeditada. Edificaciones que crecen como la mala hierba aquí y allá, donde uno menos lo espera. Tierra sucia, plantaciones negligentes. Ni un sólo árbol que las cerque… Un paseo por las calles más céntricas de París podría perturbar la serenidad de cualquiera que se haya planteado lo nocivo de las grandes aglomeraciones, pero el aspecto de este maltratado rincón, por vacío y silencioso que se muestre, ralla en lo obsceno.

¿Es posible obviar la sensibilidad estética de una forma tan burda? Quien me conoce sabe que no simpatizo con las ciudades, que me crié en las lindes de un bosque y frente a una playa salvaje, y que, en efecto, sustituir árboles por carteles publicitarios me provoca poco menos que diarrea. Todo cierto, no lo niego, pero después de diez años de errar por la capital gaditana sigo dispuesto a amarla por una única y sencilla razón: Es bonita. Aunque ruja de motores y miseria, aunque a veces soliviante con sus vientos y su risa compelida, Cádiz es una maravilla estética. Sin dudarlo. Asimismo París, Londres, Granada, Sevilla, tienden a espantar de frivolidad, pero rezuman encanto si se las contempla sereno. Aguijonean la sensibilidad, la admiración, quizá la nostalgia,… la cosa, en definitiva, que permite a uno hallar la paz sobre la barbarie en un momento no concreto. Pero nada es abstracto aquí, Madre de Dios, nada en absoluto. Hace cinco minutos que he subido al autobús, cansado de indagar suelos, paredes y colores demasiado precisos, y ahora, mientras el conductor pone en marcha este bicho maloliente, llego a la conclusión de que alejarse de los grandes núcleos urbanos exige rechazar de una vez las realidades indeterminadas, la teoría, la vaguedad. Aquí, todo lo que es, es, notoriamente, y las inexactitudes, para los edificios.

Supongo que en ello transmutará la realidad conforme vayamos ascendiendo la ladera en pos de las ceñidísimas aldeas de la Sierra de Grazalema. A partir de ahora, sólo los pueblos con habitantes satisfechos serán hermosos: Localidades tangibles, rudas, desaliñadas en sus gentes y sus cuestas, y con la virtud de haberse despojado, hemos dicho, de cualquier necesidad de idealización. Zahara, blanca y lejana, bien podría ser la más visceral de todas ellas, pero dedúzcase que en absoluto temo hallar en su entorno lo que aquí.

Sea cual sea la actitud de los zahareños, antes de llegar a Algodonales ya me habré inserto entre edificios demasiado bien ornamentados para permitir la monstruosidad que han hecho en Cuatro Caminos: las montañas. Las duras, precisas y concretas montañas, capitales subrepticias de dioses contundentes, y sobre las que ha trabajado desde siempre, no el pequeño humano con su triste afán de maniobrero, sino la cruel, altiva y muy excesivamente concreta naturaleza.


Dormiré un rato. Tengo ganas de llegar.




Alberto Cancio García

martes, 15 de febrero de 2011

Preguntas (II)

¿Un lienzo tatuado de palabras,
la música del llanto,
el pobre tintineo de unas gafas
al ritmo de un examen,
el ruido en los pasillos, las miradas,
la terca soledad
en un cuaderno escaso de sonrisas?
Acaso su figura sea ingrata,
yo de eso no sé nada:

tus piernas, simplemente, son poesía.


Jorge Andreu
Cádiz, cafetería de la facultad de Filosofía y Letras
15 de febrero de 2011

sábado, 12 de febrero de 2011

VIAJES E IMPRESIONES. CAPÍTULO TERCERO

Viajar solo había dejado de agradarme. Un autobús con el mismo recorrido de ida y vuelta semana tras semana hastía a cualquiera que tarde en conciliar el sueño, y por entonces yo buscaba algo nuevo, extraño, distinto, en realidad, a lo que ya conocía –el hastío – presa de esa estúpida impresión de madurez que endereza la espalda del estudiante preuniversitario. El cristal de la ventanilla te enseña demasiado a menudo quién eres. Paisajes nuevos, carreteras desconocidas, ciudades inéditas… pierden la singularidad de la aventura cuando sobre ellas se irradia el oscilante retrato del referente común: Las mismas ojeras. Una mueca frecuente. La expresión constreñida por aguas menores no desterradas a tiempo. Ese eres tú. No cabe duda. El mismo a quien llama papá para cerciorarse de que todo va bien. El mismo que lo llamará si hallara cualquier eventualidad significativa. La necesidad de sentirte alguien te mortifica, y al finalizar aquel año abominaba los autobuses.

Desde entonces, y si las circunstancias exigían viajar solo, he hecho malabares con billetes de tren, avión, coche, e incluso pierna, a fin de evitar toparme con el más maloliente de los vehículos. No ya por miedo a admitir que sigo siendo el mismo ignorante de siempre –algo que todos asumiremos tarde o temprano – sino por soslayar tercamente las reminiscencias de una época improductiva y ponzoñosa.

No hay trenes a la lejana Zahara de la Sierra. De hecho, ni siquiera hay autobús. Éste me dejará en Algodonales, y allí ya buscaré las formas. Miro de reojo mi reflejo. Y sonrío: Esta vez decidí no molestar a nadie, pero es genial saber que volveré a hacerlo en cualquier momento, aun con ocho carreras a la espalda y el título de matrona.

Todos los pasajeros aquí presentes contemplan su reflejo. Y casi todos, estoy convencido, saben quienes son.




Alberto Cancio García

Fotografía: Google

viernes, 11 de febrero de 2011

VIAJES E IMPRESIONES. CAPÍTULO SEGUNDO

Era un inconsciente.
Pasó, de contemplar el Mar,
a querer hacerse a Él.
De sentir Miedo,
a Provocarlo.



Tan absoluta y meridianamente Inconsciente...


Alberto Cancio García

jueves, 10 de febrero de 2011

VIAJES E IMPRESIONES- CAPÍTULO PRIMERO

Cuánto mejor sería que no existieras tal como existes aunque te quiera.

Cómo ensordece, intoxica, difama, adultera, ofusca el trajín de tus calles y avenidas, grises hoy, porque aun no es de día.

Qué fatídica destreza, ésta de tus gentes activas y edificios diligentes, correteando a un lado y otro del flemático autobús.

Qué poco gustas, prisa de urbanidad, y sin embargo con qué gracia te me contagias mientras escapo, directo a la estación, y con la incertidumbre de si llegaré a tiempo.

Ofendes al mundo, como todas las ciudades, pero no a mí cuando digiero despacio: Eres coches a mi alrededor, sí, eres ruido y eres humo, estrés de rubia guapa, hormiga con chaqueta; pero no nos engañemos: algo tienes. Algo tuyo, más pausado, algo intrínseco y ligado, que ya casi ni lo pienso…

Era el Mar. Es su Abrazo. Cuan pequeñas son tus calles Él las llena de colores y de conchas y murallas de crustáceos. Y eres coches, y eres humo, sí, pero luego del trabajo, esa rubia va a la playa y se calienta sobre arena, suena el aire a caracolas cuando mueve la cintura, y a la par el viejo ríe, contemplando cómo mira a la muchacha esa hormiguita con chaqueta.

Mar tú eres, no otra cosa, y no obstante me olvidé..., me olvidé la despedida. Pero bueno. Son dos noches. Sólo dos de tus albadas faltaré. Y ya no más por estas fechas. Ni siquiera tendré tiempo para echarte algo de menos. Sólo espero regresar con mejor letra y mejor vida, y aprender lo que tu prisa ya ha dejado de enseñarme.

Ya contemplo la estación que es mi objetivo esta mañana. Síndrome de escape. Vía de fuga alternativa. Huida de rubia, pisotón al hormiguero. Algodonales. Montaña. Lejos. Solo.

Yo.


PD: Si no llega a avisarme el conductor, me paso de parada y sigo hasta la Plaza de España aun con la estación frente a mis narices. Esto no empieza bien.




Alberto Cancio García

martes, 8 de febrero de 2011

Preguntas (I)

Un paraíso de papel manchado.
Café con sacarina.
Lectores sumergidos en apuntes,
exámenes parciales, nicotina
en los labios nerviosos,
deseos de respuestas corregidas.
La métrica, la prosa. El desayuno.

¿Será así la poesía?


Jorge Andreu
Cádiz, cafetería de la facultad de Filosofía y Letras.
8 de febrero de 2011

domingo, 6 de febrero de 2011

Consulta (IV)

- ¿Se puede, doctor?

- ¿Otra vez usted aquí?

- Sí, doctor, tengo varias preguntas que hacerle.

- A ver, pregunte...

- Resulta que al final tanto agobio y tanto trabajo han servido de poco. Mi enfermedad se ha marchado en parte, pero ha dejado secuelas imborrables. Resulta que me ha amenazado con volver con los mismos síntomas para dentro de un par de meses. ¿Es eso normal?

- Es lo más normal del mundo, sobre todo si no has cumplido con todo lo que deberías haber cumplido para erradicar la enfermedad.

- Estoy cansado de ella, doctor. He trabajado como nunca para que no haya servido de nada. Creo que nunca podré erradicarla ni eliminarla de mi cuerpo...

- No se preocupe, yo le ayudaré más de aquí en adelante. Para empezar, voy a recomendarle un par de manuales que...

BILIRRUBINA 11

Vencimos en otro tiempo,
lo recuerdas, fríamente,
pero acallas esas voces
con las voces de los de ahora.

No te culpo, yo lo intento
cada día, y aun al verte,
enaltezco lo mediocre
para obviar nuestra victoria.






Alberto Cancio García
Fotografía: Google

miércoles, 2 de febrero de 2011

BILIRRUBINA 10

Niña desapasionada:
di que no hallaste en el mundo
cosa que tu alma avivara,
ni alborozara tu asombro,
ni tu aflicción desatara.
Di que no viste en el día,
ni en esta noche estrellada,
más que una luz encendida,
más que otra luz apagada.
Di que sonaba hoy el ponto
como si un mudo te hablara.
Di que en el llanto del lobo
no hay una dama embrujada.
Di que no existe la risa,
niña,
niña desapasionada,
dilo mientras de tus ojos
siga mandando, del mundo, 
la magia.






Alberto Cancio García