jueves, 31 de marzo de 2011

PLANTA DE LA CASA EN ZAHARA DE LA SIERRA


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Alberto Cancio García

miércoles, 30 de marzo de 2011

VIAJES E IMPRESIONES. CAPÍTULO SEXTO

  • Jamón Cocido
  • Tomate
  • Lechuga
  • Pimiento
  • Pan
  • Pan
  • Pan
  • Chocolate
  • Galletas
  • Cereales
  • Atún
  • Atún con pan
  • Pan con atún
  • Macarrones
  • Fruta, muchísima naranja
  • Desodorante
  • Alfer shave
  • Una linterna
  • Servilletas
  • Papel higiénico
  • Clínex
  • Tres guisantes, tres
  • Una torrija, una
  • Claveles y utensilios de triaje
  • Pantomimas, sí
  • Azucareros varios
  • Una zambomba acusativa
  • Mocos sueltos
  • Muchas casuísticas y cero patatas
  • Tintero a la carbonara y cédula caducifolia
  • Un Pepe vital haciendo el pino en Cuba, no obstante
  • Tizas, cientos de tizas
  • Isotermias nulas
  • Y claras, tantas claras de huevo como leches de cabrito hay en Bosnia Herzegovina

Farmacia: Almax.



Quien quiera que habitara esta casa por última vez no tuvo excesivas consideraciones higiénicas. Mi supuesto familiar vino y se marchó, que se sepa, hace tan sólo dos meses, y había telarañas incluso en el fregadero.

Yo me extraño: Es fácil asumir que haya gente dispuesta a vivir entre la mierda –la podredumbre es rica en curiosidades, ciertamente –pero, en el seno de mi familia, tal cosa espantaría hasta a los muebles del trastero. No es lo propio, digamos. Por ello, intuyo que quien estuvo aquí ni siquiera reparó en el entorno circundante, que no prestó, en realidad, una pizca de atención a la casa, absorto, seguramente, en actividades bastante más divertidas que bailar el son de la escoba.

¡Sí, también yo la odio!, y también me abstraigo hasta el punto de ignorar ese calcetín desahuciado tres días ha por las desordenadas esquinas de mi habitación; pero una cosa es la abstracción, comprensible para urbanitas, hemos dicho, y otra, muy distinta, el estado en que se encontraba esta casa a mi llegada, hace ya tres horas.

Es el tiempo aproximado que he invertido en limpiar el polvo, barrer, y fregar el suelo casi con la saña de un depredador cautivo. Teniendo en cuenta que la vivienda no alcanza más de nueve metros cuadrados de superficie habitable y que tiene un mueble y medio en total, tres horas son una verdadera eternidad. Bastante más de lo que han tardado autobús y taxista juntos en traerme de Cádiz a Algodonales y de allí a Zahara, respectivamente.

Y es que superado el reguero de marismas destrozadas que conforma el litoral gaditano no hago más que enfrentarme a concreciones, ¡demonios! Abrir la puerta es soplar sobre una masa compacta de polvo, telas de araña y hojas podridas, incrustada toda en el a trozos desbaratado suelo de arcilla y deshaciéndose al mínimo contacto. Lo primero, en efecto, es percatarse de la inutilidad de limpiar dichas secciones, pues semeja barrer la playa grano a grano. La arcilla deshecha siempre puede deshacerse más y más, y media hora en adelante la escoba había dejado de ser amarilla. Tal vez si hubieran dado un repaso hace dos meses hoy la cosa no tendría estos tintes bélicos… Muy ocupados debieron estar, ¡ja, ja! Sierra, amor, juegos de mesa… ¡son tantas incógnitas las de esta historia! En cualquier caso, es evidente que nadie pasó un triste trapito, pues acabo de recoger el equivalente a un podrido año de abandono del que no pienso dar más detalles. Soy alérgico al polvo, y ha sido como expulsar el cerebro a cachitos por la nariz.

Aunque bueno. Sonarse los mocos, lavar los ojos con agua clara, y a comprar. Se ha hecho demasiado tarde, así que es probable que almuerce fuera.



Alberto Cancio García

sábado, 26 de marzo de 2011

CARPE DIE

El cielo es azul lo mires o no. Contempla esta puesta de sol y hazte consciente de que seguirán muchas como ella después de que ni tú ni yo existamos.




Y ya dará igual.



Alberto Cancio García

martes, 15 de marzo de 2011

Luz

Pensé que si cerraba los ojos podría ver todo aquello que con los ojos abiertos (o entreabiertos) no podía ver, simplemente porque no había sucedido. Fue fácil imaginar mis manos en sus caderas, pequeñas y huesudas. Fue fácil imaginar mis dedos peinando su pelo, contando sus lunares. Ya me lo dijo ella misma, lo que no puedas tener en la realidad lo tendrás mientras sueñes despierta. Era inquietante sentir su piel sin rozarla realmente. Ella solía decir, entre risa y risa, que un día me besaría, para ver que sentía. ¿La beso?, esa idea rondaba mi mente cada vez que oía eso de su propia boca, pero nunca la besé. Siempre hacía preguntas interesantes, me hacía pensar, por eso me gustaba tanto estar con ella, pero ella no sabía apreciar la magnitud de lo decía, no veía, como sí veía yo, cuantos kilómetros alcanzaba la onda expansiva de su curiosidad. Cuando las palabras salen volando ¿qué queda Luz? ¿El silencio?, No. Queda la desolación, ¿el silencio nunca desaparece Luz? Y entonces yo me callé porque no sabía que responder. Me encantaba que me llamase Luz, era la única que lo hacía, y yo me sentía infinita cuando esas tres letras salían de su boca. Luz tengo una cosa que decirte, dime, me encanta tu sonrisa. Sabía conquistar a cualquiera, sin darse cuenta, sin quererlo, era auténtica. Una vez estuvo en el hospital, y allí estuve yo día y noche con ella, cuando se despertaba me decía, Luz vete a dormir. Pero ¿acaso no sabes que desde el día en que te conocí no duermo? Ella sonreía e intentaba seguir descansando. El día que llego a mi casa, empapada, sentí verdadera lástima por ella. Estaba calada hasta los huesos, pero sonreía. ¿Te importa que me quede hoy aquí a dormir Luz? No respondí y ella entendió que podía pasar. Le preparé una bañera caliente, la seque, la vestí, y ella solo sabía sonreír. No hablamos en toda la noche. Y ya nunca más hizo falta que hablásemos de algo que no queríamos, nos entendíamos con la mirada. Luz, dime, abrí los ojos y desapareció. Fue fácil imaginarla.

Eva Te


lunes, 14 de marzo de 2011

Un río, un amor

¡Qué fresco es el sonido de las horas!
Es como si el suelo entonara
una balada triste de riachuelo
con música licuada
que suena a trompetista melancólico.
Percusión desafinada:
suela de zapatos contra el fango
en medio de un romance verde y plata.

Yo aquí desafinando ante este río
y tú, ¡ay!, tan lejana.
Tú tan al otro extremo de mi almohada…


Jorge Andreu
Mesenia, 10 de marzo de 2011.

domingo, 13 de marzo de 2011

Y tras días dubitativos
y salidas en sequía
agradezco seguir vivo
y sólo espero ese día...

martes, 1 de marzo de 2011

Juegos de la Edad Temprana

Las tardes del recién estrenado invierno son más frías que las tempestades navideñas. Irrumpen sobre las aceras aun calientes por el Sol, bañando de hielo las oquedades de la tierra y los brazos desnudos. El mundo cambia de pronto. Llueve y crepitan los vientos por todas partes. Un puñado de pájaros remueve incómodo sus alas y busca su árbol para guarecerse.

Nosotros también lo hacíamos entonces. Éramos jóvenes, y no teníamos miedo de que el mundo reventara de tormentas. Aquella ventana, en la guarida de mi habitación, tenía el aspecto de una pequeña pantalla de cine donde proyectaran la película más catastrófica de la temporada. Una nube, otra, la negrura y el rayo, la tragedia, nuestras risas.

Jugábamos. Jugábamos a obviarlo y quererlo todo. A soñar. A inventar futuros paradójicos que nos atemorizaban y hacían reír al mismo tiempo. Las sábanas estaban calientes y decíamos muchas cosas, siempre tan importantes, impregnados de esa hosca trascendencia del amor. No podíamos dejar de inventar. Por eso a veces, sobre la cama, cortábamos la bajara, leíamos el futuro en los reveses de las cartas sin nombre, y acto seguido escribíamos nuestra historia. Siempre al azar. Temblando. Una mano insegura, un diccionario, seis tiradas, seis palabras. Y sólo entonces, un relato:

Palabras origen:

Clave Inalcanzable Óbice Carricero Rosca Normalidad

Y dicen de Eternidad y Amor un enlace inalcanzable

Hallemos puente o ingenio hacia el triunfo contra todo óbice, estorbo, caja vacía de tropiezo…

Impedir que la normalidad se cuele una mañana por nuestra ventana, como quien no quiere la cosa, y sin pedir permiso se apegue a nosotros… Ignorar a la rutina que suele acompañarla, pues pretende encontrar su lugar entre los enamorados. Hogar en que respirar frescura mientras el calor es perenne y la luz envuelve.

Una humilde morada enmarcada por enredaderas que no enreden, pero sí nos mezclen. Un refugio donde alberga la intimidad; chimenea sabía para quemar vacilaciones y convertirlas en cenizas que al aire cabalguen formando escirros, lunares celestes de esos que cubren pero no tapan, adornan nuestra historia. Obligan a alzar la vista a lo encumbrado, y no por oposición a lo bajo, esencialmente por el desajuste con lo pasado, con el atrás.

Y durante la escena un canto. Rítmico, repetido y apuntado en melodía. Delator del carricero que cada día abandona la espesura y humedad de su escondite para dejarse ver. Un motivo avivador del entusiasmo.

Graves y agudos, izquierda y derecha, Fa y Sol en lucha por el poder: ser clave del engranaje. Lejos de cualquier sistema estricto y hacedero de rosca, serpenteamos atemporalizados culpando a Amor, a la complejidad espontánea de su mecánica. Vestido de humildad, pasea evitando los caminos de lo incierto, insulso e insensible. Se ata a lo inimaginable e intangible en un primer encuentro, a lo inmediato conjugado con el infinito, a lo indecible con los ojos abiertos, incluso a veces a la incorrección. Mas siempre acunado por lo imperecedero, unido a la Eternidad.

Emma Núñez Guerrero


Tú quisiste inmortalizar aquellos juegos para siempre. Los rezaste a solas, en la violácea penumbra de tu habitación, cuidadosa y subrepticia; raspaste las palabras con mesura de escultor, durante la noche -porque siempre hacíamos esas cosas de noche, por algo ahora somos artistas-, una nube de ensueño se batía sobre ti, que me pensabas, y yo a ti, claro, haciendo otras cosas, y el sueño llegaba a destiempo, tarde como siempre, por un trabajo, un vídeo interesante, un mensaje, seis palabras.

Llegado el momento me entregaste el manuscrito, todo él envuelto en colores fríos y muy rojo su interior, al modo de nuestros contrastes de siempre, y yo supe que los inviernos despabilan el alma y que aquello que dijimos tenía sentido aun dicho entre risas. Lloré. Sí. Supe de la vida, como un sabio, y estiré mis dedos para acariciar el papel como si fueras tú. El relato viajaría, para siempre, conmigo. La onda expansiva de nuestro amor no se borraría en muchas generaciones, y aquellas seis palabras, azarosas, taimadas y escurridizas, me fiaron su secreto: Me amarás. Te amaré. El siguiente renglón está, sencillamente, vacío.


Emma Núñez Guerrero y Alberto Cancio García