Existe un subrepticio instante nocturno, en torno a las plazas vacías de las ciudades, en que una estela rasga de pronto el morado silencio, y embebe el vacío de espasmos coléricos cual risa de un duende furtivo. Viaja en segundos de arbusto en arbusto, de arrullo en arrullo, batiendo los aires convulsos bajo el ancho jirón de la Luna, y entonces, con él, esboza ésta un atlas de enigmas opacos en el lecho verde del espíritu.