miércoles, 28 de marzo de 2012

TEMPO

La          noche de            los cocodrilos               huele
como a                                                luces albinas.


A                                  perlas de agua quieta y morada


que corta          en       mil            triángulos    la             selva.


Así el suspiro                      mueve su                 cabeza,
  
cuando            gira el                         cocodrilo el verde


de la tierra.               Lee la hora,                        sube y baja


como               una trompeta,            click!,                        tiene voz


amarilla    su   electrónico                           reloj de pulsera.








                                                                                                                     Cancio 
                                                                                                       Alberto               García

domingo, 25 de marzo de 2012

El futuro músico

Esta tarde, en la parada del autobús, se preguntaba Marcel, en guerra contra el viento de levante, por qué a veces se le resbalaban las palabras de las manos y estallaban antes de caer al suelo hechas trizas, cuando la última bocanada de su cigarro le hizo ver a un niño a su lado con un dedo en la boca. Oía de lejos las órdenes de su madre, que lo instaba a no chuparse las manos después de tocar el asfalto de la acera donde jugaba, y al ver que no le hacía caso y que mantenía sus ojos fijos en él, Marcel trató de ayudarlo:

—No te metas las manos en la boca, que el suelo está muy sucio.

Como era de esperar, tampoco a él lo obedecía. Entonces ideó un plan:

—Mira mis manos. ¿Sabes lo que puedo hacer con ellas?

El niño ladeó la cabeza con la boca semiabierta y el dedo dentro.

—Con estas manos soy capaz de hacer música. ¿Te gusta la música?

El niño asintió. O bien estaba estupefacto ante las palabras de un desconocido, o bien, al igual que muchos hemos hecho en nuestra infancia, le costaba responder.

—¿Te gustaría hacer música con las manos? —insistió Marcel. Recordaba aquel verso que una vez escribió en su libreta: «la música subiendo por mis manos», en honor a un recital.

El niño volvió a asentir. Esta vez sonreía, con ese ademán de la inocencia que el hombre en ocasiones añora.

—Entonces, debes cuidarlas. Han de estar limpias, porque así cuando toques el piano conseguirás que suenen mejor. De modo que sácatelas de la boca, ve con mamá y que te las limpie.

El niño, sin más, obedeció, corrió hacia su madre y, mientras ésta las limpiaba con un pañuelo, le dijo:

—Mamá, de mayor quiero tocar el piano.

La madre dirigió una mirada sonriente a Marcel. No sabía si el niño conseguiría ser pianista, pero sí sabía que aquel desconocido había logrado algo imposible. Y el futuro músico volvió a correr por la acera, mientras el viento aún alborotaba el cabello del muchacho aquel que le había enseñado a no meterse las manos en la boca.

Jorge Andreu
25 de marzo de 2012

sábado, 24 de marzo de 2012

VACÍO

Cada noche
                  en el vaso desierto 
la música lila
                                        Quema.
Baila, 
                            forzada la risa
del lúbrico roce,
                          mi voz omitida.
El guiño salvaje
                                       la Mano
más allá 
                             de la mentira.
Y el mal pensamiento
                                      que pesa,


sueño indebido
                       en
                    mi cama desecha.
         










Alberto Cancio García

jueves, 22 de marzo de 2012

MAESTRO

Sé que verías en mí
algo distinto.

Llegarías y dirías:
Saquemos al artista
que hay en ti.
De esta forma, y esto otro
se hace así.

Sabrías exprimir
el jugo en la aceituna
de mis tardes, 
vendrías al poco 
a embriagarme
recitándome algo tuyo,

y luego, sentados a una mesa, 
confiarías tu secreto de luna
a cuatro camareras:

Ser de donde se sea, 
 para no perder el sino,
viajar con la marea
y andar a donde quiera
que diga tu borrico. 

¡Ay, Federico,
qué maravilloso si ahora,
como otros hicieron contigo,
pudieras venir 
a mostrarme el camino!






Alberto Cancio García

miércoles, 21 de marzo de 2012

CRACK!

Quién muere y Quién (se) muere,
temeroso de Dios
sin haberse Lavado los dientes.


Qué sentido y Qué (ha) sentido,
el espejo al mirarte la Boca
bullendo de Mar caliente.


Dónde guardan, Dónde guardan(se)
dél y el mármol los Gametos 
en tan Ínfima simiente. 


Sólo espero, espero(Te),
que al Decir: nada tiene Sentido,
dices el Todo que muerde.








Alberto Cancio García

NIEVE

Ayer caminaba de casa
al bar donde almuerzo a menudo,
y al cabo de varias zancadas 
con tanta dulzura mojaba la luz
los robles de ramas nevadas,
en vez de tomar, indolente,
la recta acostumbrada,
torcí y me interné en la floresta
que orilla la calzada.

Allí como un árbol sentí,
las piernas a la tierra atadas,
así que observé con agrado
las brisas que en torno cantaban.

Después de un instante entreví,
ocultos en la hierba alta,
docenas de mirlos atentos
al candor de mi mirada,

y en una ramita de arbusto,
como invisible sobre la nevada,
había uno blanco, tan blanco,
que, no sé hacia dónde, di gracias.




 Alberto Cancio García



martes, 20 de marzo de 2012

JUGUEMOS (?)

         Había inventado una frase graciosa
e iba a escribirla y se me ha       olvidado.
Mas... bueno, tranquilas, no importa, 
(no importa)    o al menos, no demasiado.
 Es bien difícil que en un par de esquirlas
                          pueda yo enseñaros algo.
 




Alberto Cancio García

MAREJADA

Dónde quedan las certezas:     Creía en la marea de color.      se han mezclado en mi cabeza.
                              En los barcos de papel.             Los matices, ahora qué,
El océano está negro,
                                                                                                                    como siempre debió ser.


















Alberto Cancio García

lunes, 19 de marzo de 2012

EMMANUELLE

En la cama de los rojos secretos,
abiertas en un cielo peligroso,
yacían las calimas de mi cuerpo
tal Dios deshizo el Mundo: Sobre el torso


el mango de flor verde brilló lento
hundiéndose en la médula fecundo
y en un gemido hermoso
la lámina morada del deseo


1)     rajó la piel a tientas
        con filo poderoso, 
2)    vertió sobre las sábanas mi letra


       y en pétalos de luna hizo un dibujo,
       llamando a ese otro cuerpo que viniera
3)   a arder en lo profundo.








Alberto Cancio García


Es poco probable que te mueras
justo al terminar este poema.










Alberto Cancio García










¿Ves?

domingo, 18 de marzo de 2012

BIENVENIDA, VEJEZ, YO NO TE ESPERABA

Ensimismado
porque el hecho de no estar
a la altura de las circunstancias
sólo puede ensimismar
(la mirada siempre bella, claro está),
al bajar a tierra he visto
las tajantes divisiones que son nuevas,
que no estaban cuando abrí la portezuela
con idea de alejarme para al poco regresar
y ver lo mismo y hacer mella.
Y es que el mundo no funciona
como antes y me extraña. El reloj de la vejez
se ha adelantado, cuatro horas, y ahora todos
necesitan pelos blancos que no tienen,
y que buscan ignorando las melenas, siempre negras,
como el duro patear las espinillas de repente,
deja en un segundo plano: el picor de un piojo vivo,
recorriendo la cabeza, siempre y cuando
uno lo sienta. Ya no existen guerras en sentido
que dispongan los honestos a la izquierda,
y los santos a la diestra; todos se patean sin cesar
las espinillas, indistinta la bandera, y se roban inclusive
las calvicies, las arrugas, de los unos a los otros,
y de pelo en pelo blanco salta el piojo
condenado                   —irrisoria
            a una estúpida irrisoria, sí, lo he dicho  


                             evidencia.









Alberto Cancio García

viernes, 16 de marzo de 2012

Queridos Torreones:

Les diré que estaba en mi cuarto y fumé, 
y era un cigarro de esos que fumas cuando acabas:
terminas de hacer eso, lo que sea, miras a algún lado,
                              y lo enciendes, 
fruncido el ceño aun por andar todavía en lo otro, 
en eso que estabas haciendo y que das por concluido
justo antes de encenderlo, pero que de alguna forma
aun proyecta cierta imagen inconclusa en la cabeza,
como un mosquito haciendo de las suyas ahí arriba,
sonoro, circular, intermitente, que aun no se ha matado.


Pero entonces te sientas y fumas el cigarro como lento
(no como esos que ni cuentas y al cabo queman los dedos),
sino del modo de esos cuya brasa se consume a nuestra vista, 
suave, lento, como cuando olvidamos a alguien, muy lento, 
y el humo se eleva contra el pensamiento, que baja,
y baja con los párpados cayendo, relaja la presión en la mandíbula,
al tiempo que el calor deshace en tiras la conciencia 
y esa idea, que tenía la intención de proseguir martirizando,
se emborrona, se marchita, se extravía entre los tules azulados
del ajado entendimiento. Un veneno de pulmón que es antídoto 
para otro de alma, porque desdibuja tal o cual desasosiego,
tal o cual perturbación relacionada con cualquier actividad 
que precediera ese momento en que te fumas tu cigarro.


Con todo: encenderlo y contemplarlo y recostarse
bajo la aciaga luz de la habitación, mirar al techo,
estirar las piernas hasta donde la mesa lo permite,
y notar que el culo está dormido, mover el cuello, etc., 
guardan esa significación que pone límite a algo
que es en verdad pensamiento obsesivo y demás abusos
y es seña de enlace a otra cosa, aun desconocida, 
pero que desvincula en cierto modo de esa otra actividad 
que, incómoda o no, ya empezaba a reventarnos.  


Entonces en esa postura en el blando sillón, echar un vistazo a los bucles
me embebe de sueño hilarante: soy libre, puedo redirigir mi noche si quiero. 
Dejé la actividad anterior hecha calima de humos. 
Sonreír a la nada, plantear la búsqueda y elegir mi puerto. Ahí arriba. 
Decido que puedo elegirlo esta noche, soy libre, estoy solo, es sencillo.
Por áurea que sea la luz o negra que esté la ventana, enlace a otra cosa
y soy libre. Fumo en Europa Central, soy libre en su noche,
su lluvia, su frío inhumano, su sangre caliente. Ésta es mi soledad.
Fluyo divino en celda número 77, cuando todos han cerrado ya los ojos,
cuando todos duermen, mejor dicho, y yo sonrío por mi vida, 
por si va a ser así siempre. 


Ser esclavo de uno mismo lo han llamado libertad 
y es una gracia. Yo quisiera estar con ella, por ejemplo, 
pero asumo que soy libre para ser así de idiota y estar lejos y no estar
Celda 77, Cadena mi cuerpo, Delito estupidez, y no hay fianza
que indemnice la cruda profanación de mi deseo, 
nociva como el humo, que es veneno: nociva de esa forma 
que me hace tan culpable de mí mismo. Soy tan libre 
como hamsters en su jaula: beben, comen, riñen, juegan,
enloquecen en su propia libertad de plástico rojo y si acaso, 
extrañan que no haya hueco más abajo, 
que permita galerías más seguras.
Libres para no saber amarme, aunque sienta como padre 
sus llantinas de la noche, y los ame, yo, los ame,
como no he amado nunca a ningún bicho tan pequeño.


Tuve, siendo niño, un pollito que llamamos Caramelo,
pero aquello fue distinto, porque no cavaba hoyos en la tierra,
no tenía que esconderse; entonces todos éramos muy niños, él también,
y nadie planteaba tan siquiera la vergüenza ser modesto era pecado,
ni tenía la ocasión de decidir en qué incurrir, más allá de irse a la cama
cuando alguien lo ordenara; y no había sino rojo en las mejillas, 
sino ausencia de tabaco, plenitud poco estudiada,
y dolor, un dolor horripilante, libre, básico,
cuando un gato se llevó en la boca al pollo, 
abierto como un abanico dorado.


Los sentimientos se complican a medida que uno crece,
y no surgen los complejos hasta bien bebida la adolescencia
(esa que uno se va quitando poco a poco, como un manto de esterilla,
que calienta de este frío pero pica, ya molesta), y luego llega un tiempo
de verdades; todas juntas, implacables, como el grito de los hamsters,
insistiendo que son libres en su jaula, que por mucho que les abras la cancela,
ellos optarán por el calor de las virutas de madera, por el suelo que se excava,
por seguir escudriñando cada palmo de la jaula, en busca del eterno pasadizo
que jamás, y es la ilusión, jamás acaba.

Lección de soberana inteligencia, por eso se presienten superiores,
por eso a mí me bufan cuando acerco algunos dedos a la jaula.
Saben que en el fondo, no soy mucho más inmenso que mi mano, 
no soy ellos: libres por ser menos, sino yo: libre por ser tonto,
y volver, así, de pronto, a sentirme tan pequeño.


Les diré que en mi ostensible pequeñez cesa el cigarro de dar muerte,
lo retiro sin que haya de algún modo sido enlace a otras historias
porque en esto estaba antes de encenderlo y sigo ahora,
y prometo a las paredes amarillas no afligirme mucho más,
porque así me quedaré, y es bastante y hablo y como, duermo, escribo...
Las cosas han cambiado y aquí sigo; a merced del sufrimiento ¿para qué?,
si me toca ser el duende y no el apuesto caballero, supongo que joder
también es divertido. 


Sería reprensible dar la vuelta a algunas cosas. 
Si el humo ahora bajara: los hamsters morirían asfixiados en su jaula, 
y no me embebería la fruición de por las noches,
que escribir con humareda por el medio no se puede...
¡extraña y tan extraña a mí mi jaula: paredes, cuerpo y alma


yo soy mi tormento y mi humareda,
decido si prefiero ese tormento, la tormenta, suspensión, 
o sencillamente calma. Se acabaron las pociones y los hongos
y las pastas que me eleven hasta el humo o permitan que los hamsters 
puedan verme cara cara. Y en eso va un cigarro.
Para qué dilucidar ciertas patéticas imágenes 
que hieren en el fondo: Verlos juntos y saber que yo aquí abajo, 
pertenezco, por entero, a otro mundo.

Si el humo se cuela en un ojo un instante, el ojo duele diez instantes,
duele mucho. Tanto que obliga a presionar, hendiendo la humedad
espesa y ardiente, como mordisco de... 


Del humo amargo al agua tibia. Yo siempre lloré sin lágrimas,
los bucles juegan a burlar la quemazón de la redonda lamparita, 
aunque el ojo duela y duela, por colmillos de este humo
que, en algunas noches tontas, viene a hincarse en mi cabeza. 










Alberto Cancio García

ELLOS

¡Oh, nariz ovillada!
¡Oh, cervatillo indeleble!
¡Oh, poema!
¡Oh, ostra guay! 
¡Oh, chaqueta espiada!
¡Oh, ladrido del superhéroe!
¡Oh, cómo la cascas!
¡Oh, hogar, brilla al sol!


¡Oh,                  oh!


¡Oh, moje mi porche!
¡Oh, hablo de mudas!
¡Oh, árbol, dique!
¡Oh, el marido valga lloros a...!
¡Oh, mes de taberna!
¡Oh, una mano!
¡Oh, con tos estoy!
¡Oh, Levis en un carro!
¡Oh, estamos tan a gustito!
¡Oh, foié de pato!
¡Oh, corta al zar!
¡Oh, el muro de cama!
¡Oh, gemir en el camino!
¡Oh, muerte aceituna!
¡Oh, gorgorito!


¡Gorgorito, gorgorito, oh!


¡Oh, ven y toca peces y adiós!
¡Oh, octavilla pacífica!
¡Oh, es pronto para que ceda!
¡Oh, que quedo!
¡Oh, tableri perdido!


¡Oh, Oh, Oh!


¡Cuántos Oh por todas partes!
No puedo acabar de soltarlos.
Son ellos, en ello. The only one 
en el hueco de mi raro cerebro.


No puedes hallar un sentido a mi lista de Oh,
no puedes a no ser que mires,
que mires y mires por dentro 
de todas las páginas clásicas
en que anduve boquiabierto.










Alberto Cancio García


jueves, 15 de marzo de 2012

GRETEL

Hay una flor palpitante en el bosque fecundo,
la bruma esmeralda, la roca bruñida
y un manto mojado de helechos. 
Dibuja la tierra la senda
por que antes has ido
tras recorrerla
en tu marcha de olvido.
Podrían comerse los pájaros
las migas que arrojaste al camino,
pero uno tiene sus contactos
y ya he dado las pautas pertinentes 
                                                               
                                                          a los mirlos.  








Alberto Cancio García

DE SAL: OJOS

Había descrito el poema verdoso:
olor de tus muslos anoche,
las ígneas bisagras del cuerpo
girando en sí mismas y ardiendo
en efecto;
la antorcha de lúbrica seda
quemando tu espalda, tus senos;
la vida que fue y que es ahora
posible postrero momento.


Por eso me aferro a tu sexo.
Por eso aprisiono con fuerza
el rendido trasero.


La llama que al punto ya expira 
arroja con brío su último aliento.










Alberto Cancio García

Bis

Consumida la tosca madera
de la chimenea,
quedó nuestro humo
brotando de ella.



Alberto Cancio García
Triángulo pélvico,
lindo sostén de la vida,
quiero morderte
como a una manzana
brillante, exquisita,
y si he de incurrir en pecado,
que seas, por siempre,
pecado, bonita. 








Alberto Cancio García

miércoles, 14 de marzo de 2012

Porque cuando se traga la vida
esa parte de mí
que tú crees a salvo del rojo mordisco,

terrible manzana,

la cruda respuesta a tus dudas
se esconde a menudo detrás
                             de una falda.

La sigo, persigo, por largos pasillos                 ,
vibrantes mis manos como telarañas,
y en pos de la oscura verdad
no pararé hasta levantarla.




Alberto Cancio García



martes, 13 de marzo de 2012

El MONO "LOGOS"

Quién de los presentes se encuentra 
en disposición de juzgarme. 
                                                     Quién... ahora.


¿Pueden inferir de mis poemas
una mínima razón de lo que soy?
¿Algo que sugiera humanamente
¡un sólo atisbo! ...de la sangre
que colora mis rubores?
Ven la rúbrica violenta de un deseo...
                                          ¿de un deseo que yo soy?
¿La idea o el aspecto? ¿la noción
de cuya cláusula se extrae
el agrio aroma... a mi propio pensamiento?


Contemplan la palabra
                                              ¡y en efecto! Lo creen...
No sería indiscreción si les pregunto... ¿qué ven?
¿Qué presumen oculto en las entrañas
de este simple esparcimiento
porque —¡obviemos trascendencias!—
                                          no es un juego la poesía?


Díganme... ¿están jugando sus mercedes?
¿Juegan a estimar si un juego es digno de mención,
si representa con ingenio la verdad que presuponen
                                                                  que soy yo...? 
Dónde acaba el juego para ustedes esta noche.
¿Es la poesía el plácido recreo para descubrirme?
¿Están jugando sus mercedes...        a descubrirme?


¡Qué clase de ponzoñosa y burda inmoralidad
los aqueja de un estigma tan grotesco...!  


Me ven en la metáfora desecha, soy en esa lítotes extrema
y mi escondrijo perifrástico me abala como lúcido poeta.
¿Disfrutan desgranando el fuego vivo que, se estima,
se proyecta de mi alma sobre el rizo de estas letras?  


                                                    Por su puesto que lo creen...


¡Se jactan de inventar mi propia ruina 
confinada en esta celda de papel y sin embargo!, 
                                                          no resuelven un porqué... 
¿Está mi vida para vos sobre un tablero de ajedrez?
¿Cuestionáis el honor o probidad de la disputa 
o movéis las piezas presa de un estúpido arrebato regicida?
¿Es la lírica ese juego de la muerte por la muerte?
¡¿O quizá la lerda y descarada exhortación al firmamento
de unos textos imbuidos en la exacta pequeñez de su tablero?!  


Qué delirio veis en mí.                  Dónde queda vuestro juego.
Y por qué cuando advertís el filo de una daga 
emergiendo entre los barrotes fracturados
de estas páginas, sentís sencillamente...                       miedo... 

¿Dije alguna vez que pretendiera asesinarles escribiendo?
Quién puede juzgarme en mi absoluta transparencia
y digerir que la poesía repta negra hacia el pescuezo...


¿Acaso un pobre loco?
¿Acaso alguien que estima, en la poesía,
un tablero de ajedrez, delirante y peligroso?




Quién se encuentra en situación de ajusticiarme...
                                                                                ¿sois vosotros?
venid a mi camastro en esta noche
y haced como quien duerme,  sobre el límpido poema 
                                                                                   de mi hombro.







Alberto Cancio García

domingo, 11 de marzo de 2012

Hay augurios básicos,
harto recurrentes,
que alivian la cruz
del hado silente.
¿Puede ser nocivo
ver el rayo verde?
¿No oyen los cristales
dar la mala suerte?
Trenzan las esperas
dedos impacientes;
hay augurios básicos,
sé que tú me entiendes.







Alberto Cancio García

sábado, 10 de marzo de 2012

YO VIVÍ... ¿Y TÚ?

Cuando ocurra que yo muera, a saber.
A saber qué coche habré aparcado cada día
y en qué acera —¿coche verde fosforito o más seriote?
(como de hombre de talante, de esos cuya cerca
tiene seto, patio grande, y tres puntitos rojos en la puerta)—;
o quizá, sencillamente, no la tenga, y quede el automóvil,
mientras silbo, en un garaje subterráneo de los que apestan;
y a saber qué botón oprimiría entre los silbos,
ya en el rápido ascensor, y a qué olerían las cocinas del camino.
¿Pollo asado, berenjenas, espinacas?, porque el hambre,
y eso siempre, acuciará, muy poco antes de salir de la oficina,
mi despacho, mi local, la calle helada o el rumiar de las letrinas...
Sólo espero que el olor de la escalera venga siempre de mi casa
y que no haya en la despensa ni una lata de sardinas.


Cuando ocurra que yo muera, quién habrá esperado, cada día,
mi llegada. Quién pondrá sus labios en la puerta, sin quitarse
aun del todo la chaqueta, porque claro, puedo ser quizá el primero
en arribar, y aunque ahora la cocina no es mi fuerte, 
a saber, cuando yo muera, si no he sido un cocinero de la muerte.


Cuántos besos habré dado a cuánta gente en la mañana, y...
para cuántos habré hacer los spaguetti... Yo imagino
que tendremos toneladas de spaguetti, pero ¿quién viene a comer
y quién se ausenta? ¡Por favor, que después hay que tirarlo
y eso siempre nos molesta! —Vamos a zampar tú y yo solitos,
como antes de casarnos, ¿lo recuerdas? —le diría... y... ¿quién enarcaría
la sonrisa más hermosa del planeta? Quizá yo haya interrogado
a una manzana de la cesta... ¡y puede que hasta oyera su respuesta! 
                                                                                                                       ¡Ja, ja!


Aunque entonces supondría una aburrida sobremesa, claro está. 
Yo quisiera que al llegar ese momento en que me muera, 
el médico dijera: la palmó de indigestión, se comía las palabras
de su esposa en desayuno, almuerzo y cena. Si supiera ese doctor
que yo guardaba, a hurtadillas, muchas más en la alacena.
A mi esposa y al que escribe nunca habrá quien nos retire
de ese vicio. Habrá tantas historias que contar, tantas palabras
que supongan... la preciosa novedad, ¡tanta ilusión por conocer
lo que se esconde mucho, mucho, mucho, mucho más allá...!


Costará, futura vida, costará. 
Tendremos que pararnos un instante, descansar, 
aunque mucho no lo haré, por si ocurre que yo muero,
porque entonces, ¡vaya puerco y maloliente aburrimiento devendrá! 
A la tarde hay que ponerse a trabajar. Yo seré escritor 
y mi esposa me leerá; casi nunca, casi nunca gustará 
de lo que escriba, y de tanta intransigencia, yo me haré un profesional.


Venderé dos mil millones de ejemplares, beberé cuatro cervezas en un bar,
y hablaré con otros tantos escritores de lo mal que están las cosas,
de lo bien que estamos todos en verdad. Porque están nuestras esposas,
y uno escribe siempre a gusto cuando el mundo tiene un lado un poco rosa.


Aunque claro...


Cuando ocurra que yo muera, a saber si tiene lados este mundo,
a saber si he visto el rojo de la sangre tan de cerca que me espante,
si hay dorado en las cortinas de mi casa en el crepúsculo,
si habrá quien me rocíe la almohada de susurros,
y en la noche, como antes, seamos dos personas en la cama o sólo uno.


No podemos estar juntos todo enteros. Cuando ocurra que yo muera,
es seguro, miraré atrás en el tiempo y en mi mundo habrá algo rosa  
—yo lo sé, y no es deseo sino fuerza deseosa—, mas entonces pensaré
lo bien que hice en no perder la compostura: más allá de amarla o no,
mi vida fue locura, y siempre amé a la más hermosa. 
Cuando ocurra que yo muera, le diré: Viví la vida, dulce amor,


                                                                                         la viví con toas sus cosas.






(¡¡Joder, que ma quedao presiosa!!)




Alberto Cancio García

viernes, 9 de marzo de 2012

En ti soy una opción, 
no pidas tú ser prioridad.
Aunque seas sin pedirlo 
por cortesía de la opción más idiota.






Alberto Cancio García

GOTA

Hay dos tipos de gotas repicando por el mundo.

Unas las que caen desde allá arriba, a las gentes que hay abajo.
Otras, las que llegan a las gentes desde abajo y las elevan lentamente,
                                                                                                   levitando.

De las unas sentí muchas a lo largo de mi vida.
De las otras sólo una, aunque aun me hace estar
                                                              en lo más alto.





Alberto Cancio García

miércoles, 7 de marzo de 2012

MASTERACCIÓN

Yo vivía lo oscuro.
No tenía que hacer nada:
La luna no iba a salir
y yo estaba esperando
con sueño en la cara;
                                     aun así,
los ojos cerrados, veía moverse
figuras al lado, y nunca pasaban
                            delante de mí.
Pero yo estaba quieto
y sentía que estaban.
Y luego se oía un susurro
que olía a esas cosas
que nunca se sabe qué son.


Y eran estrechas las cosas
de negro,
           estrechas
como una mujer silenciosa,
y estaba a mi lado, Dios mío,
qué estrecho el vestido,
qué estrecho, por Dios;
tocaba mi mano en lo negro
y hablaba por ella
como una serpiente:
                     
                Calor hay calor tu calor.
La mano bajaba lo negro
yo casi no estaba delante,
vivía lo oscuro y la luna
que no iba a salir,
y el sueño en la cara
y el cuello y los hombros,
y el pecho y la tripa, el ardor,
la mano que baja,
vestida de negro a mi lado,
que llega a lo oscuro de veras
y enciende allá abajo un fogón.











Alberto Cancio García

DAGA

¿Dónde está la daga?
                    Dónde, por el amor de Dios.
                                                    Tiene la punta afilada.
                                                                         Y es tan, ¡tan peligrosa!
                                                  Anda perdida en las sábanas.
                     ¡Y en un descuido se clava!
Virgen fue incluso mi alma
                                                                                                                  alguna vez,

                                                                                                                 noche lejana.





Alberto Cancio García

Ah!

Tomar la rosa recién cortada,
blandir al azar el tallo, sin verlo.
Palpar la fruición que condensa tu alma
a la altura del cuello... antes incluso 
de ahondar el ardor
que traza 
rojo en la mano 
el reguero.

Es en esencia el amor.
Es la tragedia que prende su seno.



Alberto Cancio García
  


martes, 6 de marzo de 2012

MALA NOCHE

Sí, qué pasa.
Escribo un poema que no es un poema
y qué pasa.
¿Acaso no puedo escribir lo que quiera?
Acaso escribirlo con versos,
rimar los finales por fuerza,
evita que el TODO construya una mierda?


¿Tú crees que en mi jeta no existe de eso?
¿Tú crees que soy oro y mi váter no apesta?


Demonios, la imagen que tienes de mí:
rendido juglar, sobre-henchido poeta...


¡Que yo soy moreno, niñata parguela!
¡Que yo también paso una noche de pena!


Poeta, me dices, poeta,
a cinco minutos/poema...


                                              ¿Qué pasa?
¿Te cansa mi rima asonante con e-a?


Ya he dicho que puedo escribir lo que quiera,
sin orden, cohesión o coherencia,
lo haré como a mí me apetezca.


Tampoco... sé hacerlo de otra manera,
o puede que sí, y que no me APETEZCA...
    
                                            ¿Qué pasa, molesta?
¿Molesta escuchar repetido apetezca?
Pues dime, tenaz porculera, 
                                                   acaso...
¿no tienes tú repetidas las tetas?




Esta noche, y lo siento, no hay imagen más certera. 








Alberto Cancio García