_ ¿Quién les robó el mes de Abril a los arquitectos del XVII? _y su voz suena a queja en verdad recalcitrante_ ¿Por qué demonios empezaron a usar terminología francesa?
Carlos no sabe francés, y a esta hora, en el fingido silencio de su habitación, con un cansancio de mil pares y una madre demorándose en la comida, sus tripas canturrean una balada de Sabina sobre los apuntes de Urbanística.
Las hojas del diccionario se traspapelan con los rumores del mediodía, y un ejército entero de neologismos surgidos de Dios sabe dónde invade su habitación, haciendo difícil distinguir entre fonemas galos y murmullo doméstico.
La voz de su madre le llega, distante, como desde la otra punta del barrio:
_ ¡Carlitos, hijo! ¡¿Has comprado el pan?!
_ ¡¿Qué?!
_ ¡Que si has comprado el pan!
_ ¡Sí, mamá, ya lo he comprado!
_ ¡Pues anda, ve a darle una vuelta a la manzana!
Carlos retira los ojos del término maison y se centra en el edificio que ve tras la ventana. ¿Una vuelta a la manzana? Esta vieja no se entera de nada:
_ ¡Que ya lo he comprado!
_ ¡Vale! _la voz insiste_ ¡Ahora ve a darle una vuelta a la manzana, si no te importa!
Carlos sigue mirando el bloque de pisos que se extiende hasta donde alcanza la vista. ¿Pero para qué quiere ésta que le de una vuelta a la manzana?
_ ¡Que ya lo he comprado, sorda!
Su madre deja de ser un neologismo y su voz comienza a llegarle con total claridad: _ ¡Bueno, hijo, y eso qué tiene que ver! ¡Te he dicho que le des una vuelta a la manzana, no que compres el pan!
La rabia le hace dar un respingo y se levanta de la silla. ¡Ya está otra vez con las locuras! La carretera que rodea el edificio de la calle está atestada de coches.
_ ¡Una vuelta a la manzana para qué! ¡Qué dices!
Y su madre, acercándose por el pasillo con un montón de ropa sobre los brazos: _ ¡Chiquillo, ¿tanto te cuesta?!
Carlos sale al pasillo y la sigue en su trajín: _ ¡Pero estás loca o qué!
_ ¡Mira, Carlitos! ¡Me tiro todo el día laborando por la casa y no tengo ganas de tonterías!
Carlos no sabe francés, y a esta hora, en el fingido silencio de su habitación, con un cansancio de mil pares y una madre demorándose en la comida, sus tripas canturrean una balada de Sabina sobre los apuntes de Urbanística.
Las hojas del diccionario se traspapelan con los rumores del mediodía, y un ejército entero de neologismos surgidos de Dios sabe dónde invade su habitación, haciendo difícil distinguir entre fonemas galos y murmullo doméstico.
La voz de su madre le llega, distante, como desde la otra punta del barrio:
_ ¡Carlitos, hijo! ¡¿Has comprado el pan?!
_ ¡¿Qué?!
_ ¡Que si has comprado el pan!
_ ¡Sí, mamá, ya lo he comprado!
_ ¡Pues anda, ve a darle una vuelta a la manzana!
Carlos retira los ojos del término maison y se centra en el edificio que ve tras la ventana. ¿Una vuelta a la manzana? Esta vieja no se entera de nada:
_ ¡Que ya lo he comprado!
_ ¡Vale! _la voz insiste_ ¡Ahora ve a darle una vuelta a la manzana, si no te importa!
Carlos sigue mirando el bloque de pisos que se extiende hasta donde alcanza la vista. ¿Pero para qué quiere ésta que le de una vuelta a la manzana?
_ ¡Que ya lo he comprado, sorda!
Su madre deja de ser un neologismo y su voz comienza a llegarle con total claridad: _ ¡Bueno, hijo, y eso qué tiene que ver! ¡Te he dicho que le des una vuelta a la manzana, no que compres el pan!
La rabia le hace dar un respingo y se levanta de la silla. ¡Ya está otra vez con las locuras! La carretera que rodea el edificio de la calle está atestada de coches.
_ ¡Una vuelta a la manzana para qué! ¡Qué dices!
Y su madre, acercándose por el pasillo con un montón de ropa sobre los brazos: _ ¡Chiquillo, ¿tanto te cuesta?!
Carlos sale al pasillo y la sigue en su trajín: _ ¡Pero estás loca o qué!
_ ¡Mira, Carlitos! ¡Me tiro todo el día laborando por la casa y no tengo ganas de tonterías!
Carlos, aun con la maison metida en la cabeza, atosigado por el cansancio y el hambre, y con la clara visión del eterno edificio que conforma su manzana, impugna:
_¡¡Pero qué tonterías!! ¡Te digo que he comprado el pan y me mandas a dar una vuelta a la manzana con el hambre que tengo…!
_Sí, eso, hijo, tú hambre, sólo hambre _la voz de su madre suena a peligroso reproche_ y que el resto del barrio trabaje para ti.
La ira lo hace reventar: _ ¡¡Pero qué cojones estás diciendo, mamá!!
_ Eres muy cruel hablándome así. ¡Déjame en paz!_ y la voz de hembra ofendida se cuela en una habitación.
Carlos se derrama por el pasillo como la lava de un volcán: _ ¡¿Encima quieres hacerme sentir culpable?! ¡Joder, que eres tú la que me manda hacer cosas sin sentido, mamá, no yo!
_ Cosas sin sentido, hijo, _y Carlos la escucha de nuevo distante_ cosa sin sentido es lo que salió de mis entrañas el día que te parí.
_ ¡¡Me cago en…!! ¡No puede uno ni esperar tranquilo la hora de comer…! ¡¡Adios!!_ grita el portazo mientras él baja la escalera en forma de lava para carbonizar neologismos por el barrio.
Al cabo de un rato, tras, efectivamente, dar una vuelta a la manzana para despejarse, Carlos abre la puerta de casa y percibe un olor ambiguo... ¿Brasa de volcán?:
_ ¡Mamá, joder! ¡Te has dejado encendido el horno!_ dice mientras corre hacia la cocina.
Su madre, ya delante del desastre y con los ojos lacrimosos de la desagradable discusión, le increpa:
_¡¡Pero qué tonterías!! ¡Te digo que he comprado el pan y me mandas a dar una vuelta a la manzana con el hambre que tengo…!
_Sí, eso, hijo, tú hambre, sólo hambre _la voz de su madre suena a peligroso reproche_ y que el resto del barrio trabaje para ti.
La ira lo hace reventar: _ ¡¡Pero qué cojones estás diciendo, mamá!!
_ Eres muy cruel hablándome así. ¡Déjame en paz!_ y la voz de hembra ofendida se cuela en una habitación.
Carlos se derrama por el pasillo como la lava de un volcán: _ ¡¿Encima quieres hacerme sentir culpable?! ¡Joder, que eres tú la que me manda hacer cosas sin sentido, mamá, no yo!
_ Cosas sin sentido, hijo, _y Carlos la escucha de nuevo distante_ cosa sin sentido es lo que salió de mis entrañas el día que te parí.
_ ¡¡Me cago en…!! ¡No puede uno ni esperar tranquilo la hora de comer…! ¡¡Adios!!_ grita el portazo mientras él baja la escalera en forma de lava para carbonizar neologismos por el barrio.
Al cabo de un rato, tras, efectivamente, dar una vuelta a la manzana para despejarse, Carlos abre la puerta de casa y percibe un olor ambiguo... ¿Brasa de volcán?:
_ ¡Mamá, joder! ¡Te has dejado encendido el horno!_ dice mientras corre hacia la cocina.
Su madre, ya delante del desastre y con los ojos lacrimosos de la desagradable discusión, le increpa:
_ ¿Que me he dejado encendido el qué, niño tonto? ¡Por tu culpa se ha quemado la manzana!
Muy buena xDDD
ResponderEliminarGenial donde los haya, jajaja.
ResponderEliminarjajaja que grande...
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