_ Era bella.
Y Soledad mira sin ojos. Se disgusta. Se resiente. Se entristece. Porque ella también lo fue.
_ Y la miré.
No. No fue ayer, pero sí hace siglos, cuando todo era salvaje en los cabellos y el Sol tenía forma de secreto. Fue bella Soledad entonces. Joven, liviana y sonriente, volvía tarde a casa, húmeda de amor y sal entre los muslos, enterrando los pies bajo la seda de la playa a cada paso, para no llegar. Para anclarse en la mocedad y en la blancura de la noche llena.
_ ¿Era blanca?
Y el blanco se vuelve eterno entre los labios de Martín. Reluciente, como el mudo palpitar de las estrellas a lo lejos. Y es un techo eso de arriba, maldito, una ruin baldosa negra, y otra y otra, mal juntadas todas, y por eso, las estrellas. No son puntos solitarios, es el cielo que se cuela por las brechas y junturas. Muchos de esos agujeros son de ella, fueron de ella, cuando aun tenía fuerzas para alzarse a más de un metro y con las uñas desgarraba la argamasa del ladrillo.
Hace tiempo que no busca arañar nada, sucia vieja, y se abandona entre la mugre de su esquina polvorienta. Para qué tergiversar la realidad de estar podrida. Para qué. Es el velo del recuerdo lo que el joven quiere darle, sucia lacra, esperanza, juventud.
_ Fuera de aquí.
Que no es tiempo de mentiras ni sonrisas. Que al techo de la noche se han subido sus demonios y están golpeando las baldosas con puñales y martillos de recuerdo, y como ella ya no añora, ya reniega de su playa y de su vida, los recuerdos son tan tenues que se quiebran en el acto y caen al suelo.
_ Óyelos, están llorando.
_ ¿Quién lo hace? Sólo llueve.
_ Los demonios en el techo. Se les rompen los martillos.
_ Pobres. Pobres.
_ Vamos pronto bajo un toldo. Se acabaron las sonrisas. Yo era blanca por entonces.
Y Soledad mira sin ojos. Se disgusta. Se resiente. Se entristece. Porque ella también lo fue.
_ Y la miré.
No. No fue ayer, pero sí hace siglos, cuando todo era salvaje en los cabellos y el Sol tenía forma de secreto. Fue bella Soledad entonces. Joven, liviana y sonriente, volvía tarde a casa, húmeda de amor y sal entre los muslos, enterrando los pies bajo la seda de la playa a cada paso, para no llegar. Para anclarse en la mocedad y en la blancura de la noche llena.
_ ¿Era blanca?
Y el blanco se vuelve eterno entre los labios de Martín. Reluciente, como el mudo palpitar de las estrellas a lo lejos. Y es un techo eso de arriba, maldito, una ruin baldosa negra, y otra y otra, mal juntadas todas, y por eso, las estrellas. No son puntos solitarios, es el cielo que se cuela por las brechas y junturas. Muchos de esos agujeros son de ella, fueron de ella, cuando aun tenía fuerzas para alzarse a más de un metro y con las uñas desgarraba la argamasa del ladrillo.
Hace tiempo que no busca arañar nada, sucia vieja, y se abandona entre la mugre de su esquina polvorienta. Para qué tergiversar la realidad de estar podrida. Para qué. Es el velo del recuerdo lo que el joven quiere darle, sucia lacra, esperanza, juventud.
_ Fuera de aquí.
Que no es tiempo de mentiras ni sonrisas. Que al techo de la noche se han subido sus demonios y están golpeando las baldosas con puñales y martillos de recuerdo, y como ella ya no añora, ya reniega de su playa y de su vida, los recuerdos son tan tenues que se quiebran en el acto y caen al suelo.
_ Óyelos, están llorando.
_ ¿Quién lo hace? Sólo llueve.
_ Los demonios en el techo. Se les rompen los martillos.
_ Pobres. Pobres.
_ Vamos pronto bajo un toldo. Se acabaron las sonrisas. Yo era blanca por entonces.
Pero han muerto ya los tiempos en que Soledad era Sole.
Alberto Cancio García
"Fue bella Soledad entonces. Joven, liviana y sonriente, volvía tarde a casa, húmeda de amor y sal entre los muslos, enterrando los pies bajo la seda de la playa a cada paso, para no llegar. Para anclarse en la mocedad y en la blancura de la noche llena."
ResponderEliminarMenudo fragmento,chico-grito....
Sí... es nostalgia, ¿verdad? Es el grito del pasado o la mueca de Soledad. El miedo a que esto acabe, y la resignación paralela y plácida, porque acabará, y no tenemos intención de parar la rueda. Nos creemos incapaces entre la mugre de nuestra esquina.
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