La lluvia no miente. No a Soledad, cuando la moja y la destiñe sin decoro. Está vieja, sucia, fea, y la verdad es el reguero de inmundicia que gotea entre sus piernas, y la costra que resbala por su cuello inexistente, y un traspiés después del charco, la cojera, y el dolor al sacudir los huesos contra el eco acartonado de las calles. Antes sabía llegar sola a los toldos cubiertos de San José, no importaba lo que lloviera, pero ahora, sin bastón, ¿cómo hacerlo? Sólo un ciego entendería lo sencillo que es guiarse por razón de surcos hondos y ranuras horadadas en los bordes de la losa, el cantar del adoquín más suelto, la pendiente hacia la izquierda, la tercera columna, y luego el charco, porque ahí suena la lluvia más violenta, y una rama entrometida del quinto árbol, esa con cuidado, despacio, se agacha una un poco y no hay más trabas hasta el borde de la esquina, a esperar que escampe. A esperar.
Que cese la lluvia y no se lleve la costra, por favor, que apesta pero entibia el cuerpo lastimado. Ya veremos cuánto tarda, que no huele a lluvia larga ni tan largo es el camino de vuelta. Que una es ciega pero sabe. Y sabría llegar sola, con bastón, pero qué si se perdió. Pues que espere el jovenzuelo. Él tendrá el aguante y ella sueño tranquilo y guarecido. Y cuando escampe, que la lleve. Despacito. Sin prisa que ella sepa donde pisa. ¡Ay si no lloviera! ¡Ay si tuviera el bastón! ¡Qué chico el mundo! Y no tan grande como dicen. Este joven, pues porque él ve, ya se piensa que es más listo que el hambre. Pues por hambre ella ha aprendido a leer las cosas del suelo, vaya, y se las sabe de memoria, como si fuera un trabalenguas. Y si a este niño la lengua se le atora para hablar de una chiquilla, qué sabe él de esas cosas, que son de vieja, los laberintos y trabalenguas, claro, no de Sole. ¡Soledad! Que una mengua y tiene nombre.
_ ¿Cómo se llama la niña?
Y Martín, estupefacto, siente el fuego del rubor, y el suelo quema de repente, y quema el brazo de la vieja, el quinto árbol y la esquina, todo arde en forma de nombre, las ramas y cornisas echan humo, y se despide el dulce olor. Es un incendio apasionado y las palabras no le salen entre llamas. Se consumen allí dentro, con su nombre, tras la lengua que no lo toca, lo derrite y lo evapora y lo deshace en polvo blanco.
Soledad se escandaliza silenciosa. ¡Ay dejar que la acompañe un mozo torpe! ¡Es un nombre! ¡Ay de ella, que le entrega sus fanales a un zopenco! ¿Que no sabe trabalenguas? ¡Que no sabe ni decirle el simple nombre de la niña!
Pero ya sí, ahora sí, él lo sabe, lo entiende, y lo enciende y carboniza. Ni siquiera un trabalenguas en papel arde tan bien como su nombre. Se lo guarda entre las brasas del pensamiento para siempre. Y allí queda, palpitante. La lluvia apagará los rescoldos, ¿no es cierto? Y luego el nombre será ceniza. Será la nada.
_ ¡Ay si no lloviera!
No importa. Porque llueve, pero sabe el fuego resurgir de la nada y de repente. Un instante, una chispa, un nombre, y florece entre los labios, duele, quema, se siente. Claro que se siente.
Extinguirse en la candela no es cuestión de finitud. Ya pueden correr, como dicen, quinientos años, que el nombre, el de ella, resucita una y mil veces, cebado de su propia combustión. Es el Ave. El Ave Fénix. Y la calle y la indigente, y él turbado.
Que cese la lluvia y no se lleve la costra, por favor, que apesta pero entibia el cuerpo lastimado. Ya veremos cuánto tarda, que no huele a lluvia larga ni tan largo es el camino de vuelta. Que una es ciega pero sabe. Y sabría llegar sola, con bastón, pero qué si se perdió. Pues que espere el jovenzuelo. Él tendrá el aguante y ella sueño tranquilo y guarecido. Y cuando escampe, que la lleve. Despacito. Sin prisa que ella sepa donde pisa. ¡Ay si no lloviera! ¡Ay si tuviera el bastón! ¡Qué chico el mundo! Y no tan grande como dicen. Este joven, pues porque él ve, ya se piensa que es más listo que el hambre. Pues por hambre ella ha aprendido a leer las cosas del suelo, vaya, y se las sabe de memoria, como si fuera un trabalenguas. Y si a este niño la lengua se le atora para hablar de una chiquilla, qué sabe él de esas cosas, que son de vieja, los laberintos y trabalenguas, claro, no de Sole. ¡Soledad! Que una mengua y tiene nombre.
_ ¿Cómo se llama la niña?
Y Martín, estupefacto, siente el fuego del rubor, y el suelo quema de repente, y quema el brazo de la vieja, el quinto árbol y la esquina, todo arde en forma de nombre, las ramas y cornisas echan humo, y se despide el dulce olor. Es un incendio apasionado y las palabras no le salen entre llamas. Se consumen allí dentro, con su nombre, tras la lengua que no lo toca, lo derrite y lo evapora y lo deshace en polvo blanco.
Soledad se escandaliza silenciosa. ¡Ay dejar que la acompañe un mozo torpe! ¡Es un nombre! ¡Ay de ella, que le entrega sus fanales a un zopenco! ¿Que no sabe trabalenguas? ¡Que no sabe ni decirle el simple nombre de la niña!
Pero ya sí, ahora sí, él lo sabe, lo entiende, y lo enciende y carboniza. Ni siquiera un trabalenguas en papel arde tan bien como su nombre. Se lo guarda entre las brasas del pensamiento para siempre. Y allí queda, palpitante. La lluvia apagará los rescoldos, ¿no es cierto? Y luego el nombre será ceniza. Será la nada.
_ ¡Ay si no lloviera!
No importa. Porque llueve, pero sabe el fuego resurgir de la nada y de repente. Un instante, una chispa, un nombre, y florece entre los labios, duele, quema, se siente. Claro que se siente.
Extinguirse en la candela no es cuestión de finitud. Ya pueden correr, como dicen, quinientos años, que el nombre, el de ella, resucita una y mil veces, cebado de su propia combustión. Es el Ave. El Ave Fénix. Y la calle y la indigente, y él turbado.
Vuela, pájaro de fuego. Vuela lejos y acobarda a los demonios.
Ya no lloran. Ya están limpias las baldosas de la noche.
Ya no lloran. Ya están limpias las baldosas de la noche.
Alberto Cancio García
"No importa. Porque llueve, pero sabe el fuego resurgir de la nada y de repente. Un instante, una chispa, un nombre, y florece entre los labios, duele, quema, se siente."
ResponderEliminarHay fragmentos que me dan escalofrios,como éste, me encanta...!
Bueno... supongo que es la intención de estos ejercicios, que al menos un diez por ciento de ellos depierte algo, aunque sea un escalofrío.
ResponderEliminarGracias por comentar siempre, Ámbar. Me alegro de causarte escalofríos :)
quiero un escalofrio nuevo...joooo
ResponderEliminarEste escalofrío es complicado... :(
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