El Masnou no es muy acogedor a las 6 y media de la madrugada, y menos en esta época. El viento azotaba los árboles, parecían incluso silbar, pero a modo de burla, como riéndose de alguien que a esa hora estaba en la calle sacando a un chucho y tirando la basura. Vaya postal la mía. El sol aún quedaba escondido, en cambio la luna seguía en su máximo esplendor, dándole vida a la noche. Algo me decía que ella era la culpable de que este frío congelara incluso el alma, de que tuviera que salir a la calle con dos camisetas, una sudadera, un chaquetón y una bufanda -aunque el pijama jamás hay que olvidarlo-, además de dos pares de calcetines, que si no luego llegaba al trabajo con los pies helados -que más que pies parecían frigopies-.
Total, que estaba haciendo yo mi ronda de todos los días, cuando al ir a tirar la basura, me asustó una figura que estaba al lado del contenedor, parecía un cuerpo. Resultó ser un hombre muy delgado, con el pelo corto, iba vestido con un traje como los de los mafiosos de las películas. Al notar mi presencia, levantó la cabeza y clavó sus ojos en mí. Junto a él había un maletín negro que no sé como, pero de alguna manera, logró captar casi toda mi atención. El extraño levantó los brazos, medio moribundo, y dijo: "Llevate el maletín, que no caiga en malas manos". Cuando hizo un mal gesto con la cara noté que tenía varios tiros dados en el pecho, aquellas fueron sus últimas palabras.
Fotografía: Cubo de basura (de mi Instagram)
Ahí me quedé cuando leí este relato... hace tiempo... ¿qué pasa después? Espero con ansia tu próxima publicación, come-oreja millonario.
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