lunes, 8 de febrero de 2010

Recomendación: La Sonrisa Etrusca, de José Luis Sampedro

Paquito me miró con desdén: _ ¡Bah! La Sonrisa Etrusca es un libro ñoño…
Vaciló un poco, y antes de que pudiera reaccionar daba de bruces contra el suelo.
Lo agarré por la camisa y lo arrastré hasta la barandilla, lo até de pies y manos y, sin oír sus súplicas, lo metí en una caja y lo eché al río.

_ No, Paquito. José Luis Sampedro no buscaba sólo enternecerte. Una vida como la suya roza la contradicción en todos los aspectos. Y las contradicciones no provocan ternura, sino violentas convulsiones de la conciencia humana. Su mejor libro no podía buscar sólo enternecerte, imbécil.

Acodado aun sobre la barandilla alcé los ojos hacia el cielo estrellado. La caja se había ido desplazando en pos de la corriente y comenzaba a hundirse en el lodo.

_ En todo momento creíste estar leyendo la simple historia de un viejo moribundo, ¿verdad? _sonreí con nostalgia_ No viste más allá de tus narices, querido Paquito, y ahora te pudrirás sin remedio en la más absoluta ignorancia.

Un coche cruzó el puente sin percatarse de mi presencia.

_ Nadie te ve, Paquito_ y sentí un escalofrío_ Nadie se da cuenta de que te hundes. Ellos tan arriba, y tú ahí, tan abajo, ¿verdad? Pero no te extrañes de ello, hombre. Arriba y abajo es una antítesis tan perfecta como aquellas que tú no acertaste a hallar en La Sonrisa Etrusca… Aquello era Italia, amigo mío, Italia y su propia oposición norte-sur. Una guerra entre las formas de vida del campo tradicional y la ciudad moderna. La primera encarnada en… sí, un viejo calabrés en las últimas, pero aun con mucha brasa que echar al fuego. Y la segunda, Paquito, reproducida en su hijo y su nuera, burgueses acomodados en Milán y con un bebé recién nacido al que dedicarse en cuerpo y alma.

Otro coche pasó aun más a prisa que el anterior.

_ ¿No te parece curioso el hecho de que ese viejo de campo se viera obligado a vivir de pronto al cuidado de su hijo en la ciudad? ¡No es más que una excusa de Sampedro, demonios! Una excusa para disponer al abuelo bajo el mismo techo que su nieto. Porque eso es otra antítesis, amigo. La oposición entre un enfermo terminal y alguien que comienza a vivirlo todo…

La caja había terminado por hundirse y apenas era perceptible desde la superficie. Recordé entonces que había de apresurarme si pretendía llegar a tiempo a la cita con Paquito. En quince minutos, quizá veinte, alcanzaría la Plaza del Trocado, y desde allí comenzaría a llamarlo a gritos para que saliera de su escondite. Pero debía partir cuanto antes e ir a paso ligero, pues nada ni nadie podía asegurarme que mis fuerzas no flaquearían a mitad de camino.

_ La prisa_ me dije mientras cruzaba la carretera_ es la droga de quien descubre que aun hay esperanza. Él tiene que instruir a ese bebé, lejos del histrionismo de la educación moderna. Pero sabe que su enfermedad se lo llevará pronto y ha de agilizar el proceso. Y es ese mismo proceso el que le conduce a las vicisitudes que provocarán la ternura de La Sonrisa Etrusca, y no al revés, Paquito. La manifestación del afecto, el cariño, la simpatía, etc., no son motor de la historia, sino una consecuencia de esa guerra de oposiciones de la que parte la esencia del libro.
De pronto algo me paró el corazón. Un coche de policía aparcado en la acera contraria me había quitado el aliento y mi frente se empapaba por momentos con un sudor frío.
Aligeré el paso aun más y un guardia me salió al encuentro.

_ ¡Deténgase!

Me paré en seco y lo miré de frente.

_ ¿Por qué corría?

_ Sampedro no pretendía enternecerte, Paquito_ dije tratando de serenarme.

_ ¿Cómo dice?

_ Una vida como la suya…, tan llena de contradicciones…

_ ¿De quién habla?_ El policía se acercó a mí lentamente.

_ ¿No ha leído usted La Sonrisa Etrusca?

La reacción de Paquito me dejó atónito: ¡Por supuesto! _dijo, y una sonrisa de oreja a oreja alzó la gorra sobre sus cejas_ Un libro excelente. ¿Podría enseñarme la documentación, por favor?

_ ¡No! _exclamé_ No la llevo encima.

_ Vaya. Eso está bastante mal _el guardia frunció el ceño inclinando la gorra_ Siempre debe ir usted documentado. Tendré que llevarlo a comisaría para confirmar su identidad.

_ No lo hará.

_ ¿Cómo dice?

_ Que no lo hará. Antes lo habré matado_ y en un abrir y cerrar de ojos, Paquito yacía muerto en la calzada.
¿Cómo se atrevía ese bastardo a cambiar de tema de una forma tan soez? ¿Sería uno de esos estúpidos que dicen leer por gusto?
Nadie que se hubiese inmiscuido de alguna forma en la suavidad y entereza narrativas de La Sonrisa Etrusca podía interrumpir una conversación de ese modo. Así que mejor muerto. Ya bastaba de contradicciones improductivas.
Las oposiciones están para algo, ¿verdad, Paquito? Existen para representar los conflictos de una realidad dispersa, analizarla desde todos los puntos de vista posibles y luego desgranarla y descargarla de todo lo absurdo, como Sampedro procura en la Sonrisa Etrusca, quedándose con lo más puro, sea animal o espiritual, del ser humano.

Paquito no respondió esta vez. Me había quedado solo en la penumbra de la calle San Francisco, con un policía a mis pies y un sabor amargo entre los dientes.

_ Se acabó _pensé_ no tendré tiempo de llegar a la Plaza del Trocado.
Me alejé un poco del muerto y me tumbé en la calzada.

_ La Sonrisa Etrusca es un libro malo…_ y comencé a notar un calor indescriptible_ ¡¡La Sonrisa Etrusca es un libro malo!! _ grité con más fuerza _ ¡¡¡¡La Sonrisa Etrusca es un libro malo!!!!

Y con un súbito escalofrío, caí muerto.



Alberto Cancio Etrusco

3 comentarios:

  1. Sin palabras. Tanto podría ser una escena de novela como una reseña para la Mercurio.

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  2. Sin duda, es la mejor recomendación que he leído. Espero que me guste, no quiero morir xD

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  3. ¡¡Jajajaja!! Pero qué dices, tío, si es una chuminá hecha en cinco minutos feos... Al final me decidí por éste... Llegué a la conclusión de que el otro merecía un tipo diferente de "propaganda"... Para la próxima...

    Y tú, ya sabes, Paquito, digo..., Susana... Más te vale leerlo... ¡¡Jajajaja!!

    Un abrazo :)

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