lunes, 30 de noviembre de 2009

La Maison

_ ¿Quién les robó el mes de Abril a los arquitectos del XVII? _y su voz suena a queja en verdad recalcitrante_ ¿Por qué demonios empezaron a usar terminología francesa?

Carlos no sabe francés, y a esta hora, en el fingido silencio de su habitación, con un cansancio de mil pares y una madre demorándose en la comida, sus tripas canturrean una balada de Sabina sobre los apuntes de Urbanística.
Las hojas del diccionario se traspapelan con los rumores del mediodía, y un ejército entero de neologismos surgidos de Dios sabe dónde invade su habitación, haciendo difícil distinguir entre fonemas galos y murmullo doméstico.
La voz de su madre le llega, distante, como desde la otra punta del barrio:

_ ¡Carlitos, hijo! ¡¿Has comprado el pan?!

_ ¡¿Qué?!

_ ¡Que si has comprado el pan!

_ ¡Sí, mamá, ya lo he comprado!

_ ¡Pues anda, ve a darle una vuelta a la manzana!

Carlos retira los ojos del término maison y se centra en el edificio que ve tras la ventana. ¿Una vuelta a la manzana? Esta vieja no se entera de nada:

_ ¡Que ya lo he comprado!

_ ¡Vale! _la voz insiste_ ¡Ahora ve a darle una vuelta a la manzana, si no te importa!

Carlos sigue mirando el bloque de pisos que se extiende hasta donde alcanza la vista. ¿Pero para qué quiere ésta que le de una vuelta a la manzana?

_ ¡Que ya lo he comprado, sorda!

Su madre deja de ser un neologismo y su voz comienza a llegarle con total claridad: _ ¡Bueno, hijo, y eso qué tiene que ver! ¡Te he dicho que le des una vuelta a la manzana, no que compres el pan!

La rabia le hace dar un respingo y se levanta de la silla. ¡Ya está otra vez con las locuras! La carretera que rodea el edificio de la calle está atestada de coches.

_ ¡Una vuelta a la manzana para qué! ¡Qué dices!

Y su madre, acercándose por el pasillo con un montón de ropa sobre los brazos: _ ¡Chiquillo, ¿tanto te cuesta?!

Carlos sale al pasillo y la sigue en su trajín: _ ¡Pero estás loca o qué!

_ ¡Mira, Carlitos! ¡Me tiro todo el día laborando por la casa y no tengo ganas de tonterías!
Carlos, aun con la maison metida en la cabeza, atosigado por el cansancio y el hambre, y con la clara visión del eterno edificio que conforma su manzana, impugna:

_¡¡Pero qué tonterías!! ¡Te digo que he comprado el pan y me mandas a dar una vuelta a la manzana con el hambre que tengo…!

_Sí, eso, hijo, tú hambre, sólo hambre _la voz de su madre suena a peligroso reproche_ y que el resto del barrio trabaje para ti.

La ira lo hace reventar: _ ¡¡Pero qué cojones estás diciendo, mamá!!

_ Eres muy cruel hablándome así. ¡Déjame en paz!_ y la voz de hembra ofendida se cuela en una habitación.

Carlos se derrama por el pasillo como la lava de un volcán: _ ¡¿Encima quieres hacerme sentir culpable?! ¡Joder, que eres tú la que me manda hacer cosas sin sentido, mamá, no yo!

_ Cosas sin sentido, hijo, _y Carlos la escucha de nuevo distante_ cosa sin sentido es lo que salió de mis entrañas el día que te parí.

_ ¡¡Me cago en…!! ¡No puede uno ni esperar tranquilo la hora de comer…! ¡¡Adios!!_ grita el portazo mientras él baja la escalera en forma de lava para carbonizar neologismos por el barrio.

Al cabo de un rato, tras, efectivamente, dar una vuelta a la manzana para despejarse, Carlos abre la puerta de casa y percibe un olor ambiguo... ¿Brasa de volcán?:

_ ¡Mamá, joder! ¡Te has dejado encendido el horno!_ dice mientras corre hacia la cocina.

Su madre, ya delante del desastre y con los ojos lacrimosos de la desagradable discusión, le increpa:

_ ¿Que me he dejado encendido el qué, niño tonto? ¡Por tu culpa se ha quemado la manzana!

Basura

¿Qué basura es esta? Fue lo primero que se me ocurrió al leer las pautas de un certamen por internet. "El tema es una manzana" ¿Una manzana? ¿A quién se le ha ocurrido semejante estupidez? Lo mejor de todo es que en ese momento pensé: un certamen cualquiera al que no asistirá mucha gente. Esto está ganado, cualquier otro relato sólo es un vano y superfluo intento. Al pensar en el tema se me ocurrieron varias ideas, pero la que más me convenció fue la de ambientar un relato dentro de una manzana, pensando como un gusano con la recalcitrante idea de devorarla a pesar de asegurar su inminente muerte por intoxicación o algo por el estilo.

Una manzana... Fruta famosa donde las haya: ayudó a Newton, fue la responsable de que expulsaran al hombre del paraíso... No sé, una manzana... Algo tan inútil, pero tan peligroso al mismo tiempo no debe ser el tema principal de un relato... ¿O sí? No sé...

La cosa es que, como casi siempre, estoy aquí delante de la pantalla del ordenador, con cara de tonto, pensando en mil cosas menos en lo que debo pensar: una manzana... ¿A quién se le ocurrió semejante estupidez de concurso?

Entre la manzana y la muerte

Esta noche siento en mi interior algo que con sus rugidos me impide dormir, y por más vueltas que doy en la cama mientras pienso una solución, de nada sirve tanto empeño: mi estómago pronuncia quejas como superfluas reclamaciones a la puerta de una iglesia.

Me decido, sin más, a levantarme y buscar comida en la nevera, cuando me topo de cara con una manzana verde, aferrada al cesto de frutas con la mirada clavada en mí, desafiante, maligna. Entonces se recrea en mi mente la escena vulgar de una pelea de barrio, frente a un templo religioso a cuya puerta un mendigo estira una mano recalcitrante que prefiere apretar unas monedas antes que un martillo y echar las limosnas al bolsillo antes que el trabajo a la espalda. De la misma manera me observa la manzana, con esos ojos dibujados en la parte central y ese pelo que sobresale por detrás y que parece decirme, tómame.

Mi estómago vuelve a rugir. No siento ganas de comer fruta, soy carnívoro y odio casi todas las hierbas, pero las punzadas que mi interior lanza hacia fuera no me permiten decidir mis actos, así que entre la oscuridad de la cocina y el fogonazo de la nevera, ante la atónita expectación de los plátanos, lechugas y melocotones que rodean a mi enemiga, me resigno a atraparla con mis manos, no sin sentir un leve arrepentimiento a mitad de camino. Ella no huye, se deja hacer y pone de su parte: quiere ser devorada, poseída como una adolescente, y deja extender su flujo dentro de mi boca cuando el primer lengüetazo ha llegado a sus entrañas.

Un sabor peligroso recorre mi paladar hasta la garganta y de ahí se lanza hasta lo más profundo, mientras la manzana, que ya no me mira con el gesto apesadumbrado de señora de la casa tras años de matrimonio, me agradece con una sonrisa lo que acabo de hacer. En mi boca se dibuja otra media mueca y vuelvo a acariciar el interior de la manzana en tanto que a nuestro alrededor todo el mundo nos observa y ve cómo he vencido a mi contrincante, cómo mi labor la estremece.

Cierro la nevera y veo apagarse la luz, no sin vanagloriarme de dejar a los voyeurs con la miel en los labios, y frotando la manzana contra mi hombro me vuelvo a mi habitación, donde nadie me impide terminar la faena y saborear cada rincón secreto de mi víctima: el cuerpo carnoso de una manzana que minutos antes me desafió, ahora es mío y refresca mis sentidos, alivia mi sed y sacia los rugidos de mi estómago.

Unos minutos después, ya he penetrado todos los sabores de mi enemiga, he vencido sus fuerzas y me encierro entre las sábanas para volver a un mundo de ensueños, quizá mejor que el de mi hogar, quizá más útil que la vida misma. Y pensar que he estado a punto de ser derrotado por una fruta…

sábado, 21 de noviembre de 2009

II Certamen Generación del Ocho

Damos y caballeras:

¡Sean bienvenidos al espectacular e irrepetible II Certamen Generación del Ocho! En esta ocasión, tomando el control dejado por Alberto, seré yo, Abraham, quien dicte las reglas de este estupendo "concurso" mundialmente conocido y aclamado. Muchos han sido los escritores famosos -no pienso dar nombres, es demasiado descortés- que han contactado con nosotros para poder participar en alguna de las ediciones, pero las reglas son así: sólo tres participantes, ni un ganador -aunque también podría decirse que los tres somos ganadores, depende de como se mire- y muchas ganas de escribir y de purgarnos de esas ideas que se pegan al cuerpo como lapas.

II Certamen Generación del Ocho

Participantes: Alberto Cancio, Jorge Andreu y Abraham Quirós.

Establece pautas: Abraham Quirós (a fecha de 22 de noviembre, segundo turno)

Género: Narrativo.

Pautas:

- El tema sobre el que gire el relato corto deberá ser: Una manzana.

- Puede ser en primera o en tercera persona.

- 500 palabras máximas de extensión.

- Se deben incluir las palabras 'superfluo', 'recalcitrante' y 'peligroso'

- No se puede usar ningún verbo en futuro, tampoco ningún modo ni tiempo del verbo 'morder'. Las palabras 'roja', 'ácida' y 'salchichón' están terminantemente prohibidas bajo multa y dos días de calabozo.

Espero que todo esté bien. Sé que debería haber puesto antes las pautas, pero no he tenido apenas tiempo. Por cierto, los tres relatos deben estar escritos antes del día 30 de noviembre a las 22:00 horas (aunque claro, al ser amigos, se podría alargar, pero he dejado tiempo de sobra).

A nuestros numerosos lectores: Sé que tenemos miles y miles de visitas al día (me han dicho que incluso el doctor House y el calvo de perdidos están locos con el blog, que se llevan todo el día actualizando el mozilla para ver si hemos subido algo nuevo), pero también estaría bien que dejárais algún que otro comentario en las entradas, para ver si os está gustando lo que está naciendo de nuestras manos.

Nada más que decir, disfruten del show.


Abraham Quirós Villalba.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Fin del I Certamen

Damas y Caballeros:

Es para nosotros un gran honor comunicarles que ya ha finalizado la primera ronda de publicaciones de "La Generación del Ocho", correspondiente al I CERTAMEN de su Blog y brindis inaugural de lo que, esperamos, se convierta en un coma etílico de creaciones literarias en muy poco tiempo.

Esperamos que disfrutéis con la lectura de los tres relatos que se presentan a continuación, y que con vuestros comentarios coloreéis opiniones de la más diversa índole.

Un saludo y hasta la presención del próximo certamen.

Abulia

La noche anterior no conseguí conciliar el sueño hasta pasadas las 4 de la madrugada. La verdad es que no sé por qué, nunca he sido trasnochador y mucho menos entre semana. Más curioso aún fue la hora a la que me desperté: las seis y cuarto. Aún no logro entenderlo, pero algo me sobresaltó y me hizo despertar bastante antes de lo planeado-el despertador estaba programado a las siete, como siempre-, así que aproveché para ducharme mientras se calentaba leche en un cazo a fuego lento. Al salir de la ducha, a pesar de estar en noviembre y ser las seis y media de la mañana, no sentí frío alguno, de hecho, fui a ver cómo iba la leche con la toalla solamente. Al estar ya casi hirviendo, cogí una taza del mueble y metí una bolsa de té de Pakistán -o al menos eso me dijo el vendedor, que era auténtico té de allí- para que el blanco de la leche, poco a poco, fuese tiñiéndose de ese característico color marrón canela mientras me vestía y preparaba los bártulos para ir a la facultad. Tras disponer todo, me senté a disfrutar del té caliente, con tranquilidad para hacer tiempo, a la vez que el resto de la casa iba despertando poco a poco para comenzar un nuevo día. En las noticias decían que expertos arqueólogos habían encontrado interesantes restos de una antiquísima civilización en una serranía próxima a a Mazagón. Un descubrimiento cualquiera, pensé en aquel momento, no cambiaría mi vida en absoluto.

A eso de las ocho comenzamos el viaje diario hasta la universidad, llegando a nuestro destino más o menos a la hora de siempre, sin nada importante que reseñar. En la facultad más de lo mismo: bromas varias, desayuno, litro de cerveza y poco más. Bueno, también dimos clase, el problema es que las optativas llegan a ser tan aburridas que picotean en la sien como pertinaces pájaros carroñeros que parecen inagotables, y eso termina cansando, y bastante.

En el camino de vuelta a casa me dio por pensar. El dilema de pensar es que casi siempre se te ocurren ideas que consiguen deprimirte aún más de lo que estás. En el camino de vuelta a casa llegué a la conclusión de que la única diferencia que existe entre los días, y a la vez el nexo que los une, es la fecha del calendario. Los días terminan siendo una soporífera espiral que puede volver abúlico a cualquiera, siendo, en la mayor parte de los casos, una botella de cerveza la única salvación -eso sí, sin caer en el tópico de la alcoholemia- para esta vida tan aburrida y monótona...

martes, 17 de noviembre de 2009

Amistad cristalizada

2 de agosto del año 2008. Diez amigos me han acompañado a este lugar frío, donde sólo se escucha la tranquilidad del planeta y se ven blancos picos que casi tocan el cielo, como si fuesen dedos alzados que señalasen el principio de otro universo. Anochece y empiezan a helárseme los huesos. Aprovecho los consejos que el Viejo Escalador —como lo llamamos en el pueblo— nos dio antes de partir rumbo a estas serranías, y me siento a montar el campamento; mis amigos siguen mis indicaciones y me hacen saber en todo momento que soy el jefe. Montamos casetas de campaña, buscamos la manera de abrigarnos bajo las amenazas de la hipotermia y, pese a que algunos tiemblan durante todo el tiempo, otros logramos adentrarnos en un tenue calor, el suficiente para no rompernos los huesos al castañetear.

Estamos en el cuello de la botella: ante nuestros ojos, una explanada de hielo forma una vía que al amanecer, tras pasar la Travesía del Serac, nos conducirá a la cumbre del K2; varias rocas a nuestro alrededor nos cobijan de parte del frío que impredecible acecha cada noche en estas tierras; el susurro del viento a mis oídos me produce una sensación de soledad que esta noche sólo podría vencer si abrazara a mis compañeros —Micaela, dónde estás…

Han pasado tres horas. El Espolón de los Abruzzos no se ha borrado de mi memoria, y puesto que no consigo capturar el sueño con mis manos ni aun con la imaginación, salgo de mi caseta y me siento al borde de una roca acompañado del único amigo que, como dijo aquel cantante, nunca me ha fallado. La botella de güisqui me hace recordar cómo fue nuestra partida de Pakistán, cómo la despedida de mi amor Micaela y cómo la disputa que tuve con mi hermano Daniel porque iba a perder la vida en esta expedición, porque el K2 es el pico más traicionero y difícil de escalar, porque te vas a dejar el pellejo entre las rocas, Saúl, y luego vendrás a pedirnos ayuda y querrás que te curemos las heridas, y no estaremos aquí para vendarte las manos rajadas; pero mi padre había logrado apaciguarlo antes de dejarme partir rumbo a la aventura. Y la aventura se ha convertido en horas de caminatas y escaladas trabajosas, en resoplidos de mis compañeros y vanos esfuerzos por mi parte para animarlos a que prosigan el camino igual que lo hicieron el primer día, hace ya una semana. Escucho a mi espalda cómo Sebastián sale de su iglú y me mira ofuscado. Sebastián, sólo intento relajarme un poco y tomar un trago —le digo—. No te preocupes por mí. Vuelve a la caseta. Y él obedece.

Cuando me despedí de Micaela y soltó su última lágrima abrazada a mí sin dejar de apretar, no tenía la menor idea de que esta botella me serviría de nexo con el pasado, y así me lo demuestra el calor que recorre mi garganta mientras evoco aquellos momentos en el silencio estremecedor de la noche. Está entrada la madrugada. El frío ha calado mi abrigo y la boquilla de mi amiga de cristal ya no me proporciona mayor tranquilidad que el trastorno en la vista, un mundo que se mueve sin cesar y que parece más divertido.

En medio del silencio se ha escuchado un crujido, un eco que viene de lo alto de la cordillera y se ha extendido como un relámpago por la explanada de roca y hielo en la que nos encontramos. De pronto, mi lucidez vuelve a su punto inicial y divisa al fondo del cuello donde hemos acampado una nube blanca en continuo movimiento que se dirige hacia nosotros. Nadie ha escuchado nada en el campamento, y si lo han hecho, se han callado y vuelven a su sueño. Pero desde fuera de las casetas de campaña sí se ha escuchado el crujido.

Todo sucede en cuestión de segundos, aunque largos para mí, que veo venir la muerte blanca como el hielo y el polvo a la vez. Intento tirar mi botella, a ver si así detengo la marcha de la avalancha, pero vuelvo a notar el quejido del monte allá al fondo del corredor y veo caer una cascada de seracs que acentúan el movimiento. Ahora tengo miedo, miedo de que sea verdad lo que acabo de ver al fondo de una enorme pendiente y que viene hacia mí y hacia mis compañeros de expedición; ahora recuerdo las palabras de mi hermano —Saúl, que te vas a dejar el pellejo allí— y las lágrimas que Micaela vertió a mis hombros —vuelve sano y salvo—. Me levanto a la mayor velocidad que soy capaz de aplicar a mis miembros entumecidos, y después de contemplar en una rápida ojeada el campamento y toda su quietud, y luego el peligro que se aproxima, me lanzo detrás de las rocas y cierro con fuerza los ojos. Ojalá que mis amigos resistan el peso del hielo, ojalá que la avalancha pase de largo o se detenga antes de llegar. Pero esos son milagros que por la maldita gracia de Dios los expedicionarios estamos condenados a no presenciar.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Buenas noches, Manuela

¡Carla! Voy a dejarte las cosas claras desde el principio: No estuve en la manifestación del 21 de diciembre, no grité consignas antiimperialistas, ni arrojé nada al aire durante la carga policial. No fotocopié octavillas, no hice pancarta, ¡y no llevaba conmigo esa maldita botella!, porque…, por supuesto, nunca la compré en La Tienda de Benito.
Aquella mañana el encargo de cerveza se habría retrasado, y aunque seguramente quedaba algún que otro botellín en el almacén, no pude haberlo comprado, pues decidí asistir a clase como cualquier otro día… _Eras estudiante, ¿recuerdas?_.
Mientras tanto Benito estaría quejándose_ ¿y cuándo no? _o preguntándose si habría hecho mal el último pedido, y acabaría por mirar el ordenador en busca del error que hubiera evitado una muerte.
¿Una muerte? Pero Carla, quién habla de muerte en la cafetería de la facultad, junto al tablón de anuncios vacío, sin carteles que anuncien una manifestación contra la Guerra de Pakistán para la mañana 21 de diciembre, entre tostadas, zumos de naranja y napolitanas artesanas de esas que también vende Benito.
Y él se desespera al comprobar que no ha sido un error suyo, que incluyó la cerveza en el último pedido y que el problema viene de los distribuidores. Menudo sermón echaría Benito a esa partida de camioneros sarnosos, ¿verdad? Y hablarían de su mal carácter en el autobús, de vuelta a casa, entre risas somnolientas y ganas de comer. _ ¡Sin…Coca Cola!_ ¿Has leído ya el correo sobre su último anuncio?
No. No lo leíste. No estuviste en la manifestación del 21 de diciembre, Carlita. No había carteles en la facultad, ni anuncios de la guerra mientras comíamos sin Coca Cola frente al televisor.
¿Y qué ponen hoy? _ ¡Nada!
_Hoy nada de nada_ respondería Benito tras colgar el teléfono de la indignación. Los camioneros se eximen de responsabilidades. Llamaron a la casa de cervezas y ellas echaron la culpa a la fábrica de vidrios. _ ¡Llame usted a Vidrios Pepe Tony! Ellos le darán las explicaciones pertinentes.
Entonces sonaría el teléfono y sería para Javi: _ ¡Habla más bajo, hombre, que no me entero de la tele! _y mamá miraría hacia otra parte _ Para lo que dice…, trescientas mil personas esta mañana en el Congreso y ni pío. Sólo la declaración de guerra de este fantoche…
¡Calla, mamá! ¿No te das cuenta de que no estuve en la manifestación del 21 de diciembre? Quiero ver los dibujos de El Gato Benito. Se parece y todo al de la tienda con esos bigotes.
_ ¿Cuándo vas a crecer, Carla?
_ ¡Nunca! Nunca me había pasado algo semejante. ¿Cómo que no hay fábrica de vidrios?
_ Lo que oye, señor. Dicen que esta noche ha desaparecido de la explanada de la Virgen. Los trabajadores llevan en la calle desde primera hora reivindicando la verdad, pero nadie ha sido capaz de dar una explicación convincente. Huele a complot empresarial.
_ Siempre las empresas ¡Bah!_ mamá se altera_ Ocurrió lo mismo en Irak. Cualquier excusa es buena para hacerse con el control del petróleo, aunque sea a costa de muerte.
¡¿Muerte?! ¡Cállate, mamá! No digas esas cosas, estamos comiendo, _ ¡que no arrojé esa maldita botella, mamá, que no estuve frente al Congreso el 21 de diciembre!_.
_ ¿Pero qué ocurre hoy que todos tratan de tomarme el pelo?
_ No le tomo el pelo, señor, es lo que me han dicho: Han desaparecido todas las fábricas de vidrios del país, incluida la de El nexo de la Serranía.
_ ¿Cómo van a desaparecer las fábricas así porque sí?
_ Tampoco mi razón lo creía, pero encienda el televisor. Todas las cadenas retransmiten la última hora.
_ ¡Qué fuerte!_ diría Javi, y se le abrirían los ojos como platos apoyado sobre la mesa_ Carla, ¿te has enterado? Las fábricas de vidrio han desaparecido de repente. ¡Las de todo el mundo!
_ Otra manera de distraer la atención_ diría mamá, y se iría a fregar los platos.
_ ¡La Virgen! ¡Manuela, el mundo se ha vuelto loco! _Benito llega a su casa_ A la mierda la Guerra de Pakistán y los talibanes. Esto sí que es una catástrofe. ¡Todo el mundo sin beber!
_ ¿Y cómo van a ser yanquis los yanquis sin su aguardiente?
_ ¡Mamá, ven! ¡Los yanquis no han declarado la guerra a Pakistán! ¡No tienen aguardiente!
Pero mamá no vendría. Seguiría canturreando en la cocina. Y Carla se iría a dormir la siesta a su habitación, sintiéndose vencida por el sueño como ahora, después de tres días sin pegar ojo… _Mi habitación…_.
_ Ya se las apañarán los yanquis para traer su aguardiente en botellas de plástico.
_ Amén_ sueña Carla_ todas las botellas de plástico y al carajo el vidrio.
Javier corre a la cocina y se abalanza sobre mamá: _ ¡Ha desaparecido el vidrio de los museos! ¡Y las antiguas botellas! ¡Y las reliquias romanas de soplado! ¡Esto es un milagro!
_ ¡Anda ya, Manuela! ¿Cómo que un milagro? Lo que pasa es que la historia quiere tomarnos el pelo.
_ ¡No!_ Carla despierta de su sueño ligero.
_ En breve las cosas volverán a la normalidad, me voy a la tienda, cariño.
_ ¡Cállate, tendero estúpido!
Javier y su madre lloran solos en el sofá… Carla… Carla…

¡Que no! ¡Que no quiero tomaros el pelo! ¡Que es cierto que los romanos nunca descubrieron el “vidrio soplado”, joder! ¡Y jamás lo extendieron por Europa, porque los romanos nunca fueron imperialistas...!
_Carla… Carla… ¿qué has hecho, hija?
_ ¡Que no! ¡Que el imperialismo no existe, mamá! ¡Que no estuve en la manifestación del 21 de diciembre! ¡Que no arrojé esa botella de vidrio, mierda! ¡Que no maté a ese policía!
_ Hasta la noche, Benito, mi amor.
_Hasta la noche, Manueliña.
_ ¡Que no, mamá! ¡Que no me detuvieron! ¡Que no estoy en la cárcel, mamá! ¡Que no! ¡Que no me están violando! ¡Mamá!
_ Buenas noches, Benito.
_Buenas noches, Manuela.



Alberto Cancio García

viernes, 6 de noviembre de 2009

I CERTAMEN

De acuerdo.
Con idea de apaciguar los ánimos y redirigir la atención a lo que en realidad es este blog (cosa que seguramente aun no está muy clara para los lectores), me dispongo a plantear la primera de las tres mil trescientas ochenta y cuatro pruebas que la ilustre Generación del Ocho tendrá que superar antes de pasar a engrosar los índices de las ya de por sí vastas antologías literarias.

Estas pruebas consistirán precisamente en la elaboración individual de un texto literario que se someta a la serie de pautas que establezcan, de uno en uno y por turnos, los integrantes de la Generación.

He considerado oportuno ser el primero en mojarse los pies y pautar esta ronda inciática, por ver si una muestra de humilde voluntad es capaz de redimir, y espero que sí, mis fechorías extirpadoras de comentarios.

Este tipo de pruebas se sucederán con frecuencia en el blog, con que espero que las disfrutéis tanto como nosotros.

Gracias y un abrazo.


I CERTAMEN GENERACIÓN DEL OCHO

Participantes: Abraham Quirós, Jorge Andreu, Alberto Cancio

Establece pautas: Alberto Cancio (primer turno, a 06-11-09)

Género: Narrativo


PAUTAS:

- Tema: Una botella
- Relato en primera persona
- Página y media de extensión máxima
- Deben aparecer las palabras "serranía", "nexo" y "Pakistán"
- No deben aparecer las palabras "alcohol", "montaña" y "yo"



PS: (a los participantes) Espero que estéis conformes con las condiciones de esta primera prueba. En cualquier caso, poneos en contacto conmigo y solventamos cualquier desacuerdo. Un abrazo.

Alberto

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Presentación de Alberto

¿Que quién soy?

No estoy muy seguro de si lo sé.
En mi carnet de identidad pone que me llamo Alberto Cancio García y que tengo 25 años, datos con los que estoy bastante de acuerdo. También viene impresa en él mi dirección de correo convencional y la ciudad donde resido, Cádiz, y creo que tampoco se equivoca. Por allá el nombre de mis padres, mi sexo… y veo por aquí unos numeritos muy graciosos pero que no sé exactamente a qué vienen. Llevo toda la noche dándole vueltas a estas cifras, a ver si por casualidad encuentro una significación que las identifique con algo que como mínimo me suene, pero por ahora no ha habido suerte ni bufón que se le parezca, así que maldigo manifiestamente mi torpeza.
Decepcionado ante la pésima funcionalidad de esta tarjetita plastificada (o seré yo, repito, tan necio como siempre), he decidido mirarme al espejo e investigar a través de él lo que otros ven en mí… y Madre de Dios… ¿será por esto que tenga tan pocos pero tan buenos amigos? Me he duchado, afeitado, peinado y vestido como manda esa que ya he nombrado, y he vuelto a mi habitación todavía sin ninguna idea convincente sobre quién soy en realidad. De camino al cuarto le he preguntado a mi querida madre, que digo yo que si sale en mi carnet de identidad es por algo, pero ella sólo responde con muecas esperpénticas a ese tipo de preguntas: _Mamá, ¿quién soy yo?_ y en seguida: _ ¡Gru, gru, gru, ach, ach!

Así pues, aburrido de contemplarme con la objetividad de una madre, un espejo o una institución oficial sin obtener para nada un producto conclusivo, me he propuesto abandonar la perspectiva sincrónica que tantos muertos ha provocado desde siempre y echar un vistazo a mis diarios de adolescente, para hacerme una idea sobre quién he sido a través del tiempo. Y otra vez: Madre de Dios. ¡Muchacho! Pero qué cantidad de perfiles diferentes. Qué cantidad de idiotas metidos en una misma cabeza…
He visto varios chalets de alquiler, muchos gatos y un faro. He visto pinos, dunas y escarabajos peloteros arrojados por los aires. Había una playa interminable, una verbena de fin de curso y parece que columpios en un parque. Y he visto un viaje. Un éxodo fatídico y melancólico: La vida en la gran ciudad, zumbando en los odios del que se ha criado entre pajaritos. Pajaritos que se desgañitan y que son sustituidos por otros pajaritos idealistas, por sexo y amor, guitarras, rock&roll y droga barata para fines de semana. Y después leo un paréntesis. Y locura mezclada con amor y pasividad. Una toma de conciencia. Otro viaje en mente, y poco más…

¿Quién soy? Es obvio que el paseo diacrónico tampoco sirve de mucho, porque no me identifico con esos cuadernos que he vuelto a esconder en el fondo del arcón por miedo a los ácaros asesinos: Los mismos bichitos microscópicos que tantas personas distintas van carcomiendo ahí adentro, en el fondo de un baúl tan olvidado como ellas. Y son tantas, de verdad, tantas personas, que no puedo creer que todas sea yo. "¡Pero es que no las son!", cabe decir. "No las son" porque ahora soy otro. Otro distinto al que era cuando los ácaros no existían para nadie, ¿verdad?, cuando "nadie" era consciente de la complejidad del mundo y del peligro que supone que existan los temibles ácaros del don nadie. Y me parecería estupendo dejar de preguntarme por quién soy en este preciso momento, no sea que Dios se entere y me castigue por estar indagando en la verdad de que ni siquiera soy capaz de describirme con un poco de estilo.
Damas y caballeros, no sé ustedes, pero yo prefiero ponerme a estudiar, componer o soñar con África y América del Sur antes que seguir preguntándome cosas que por supuesto carecen de respuesta.
Diez años en la capital gaditana y otros dos estudiando Filología Hispánica me han enseñado a rendirme a tiempo. Y si no voy a descubrir quién soy por más vueltas que le dé al asunto, al menos puedo decir que ahora “soy”. O que soy “ahora”. Y que ahora estoy escribiendo, quizá, en una lucha ininterrumpida por no ser "nadie". Muchas gracias.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Jorge Andreu se presenta

No puedo decir —aunque algunos lo sostengan— que simbolizo al clásico poeta bohemio que va por la calle despeinado, con ropas ajadas y versos en la mente. Sí camino las más de las veces despeinado por la ciudad, porque si de verdad hay algo que caracterice mi tierra es el soplo del viento de levante; sí llevo cada mañana, mientras me dirijo a la facultad, en la cabeza un verso que revolotea, un soplo incontrolable de palabras; pero no llevo, no, camisas y pantalones rotos. No soy poeta a pesar de mis dos poemarios publicados —los que me conocen saben quién era para mí un verdadero poeta…

Me llamo Jorge —Andreu en honor a mi difunta madre—, intento día a día convertirme en novelista, toco el piano y la guitarra, compongo canciones y bebo güisqui con hielo —uno de Caminante cargado, camarero, y debido a mis quince años de entonces el caballero me dedicaba un gesto de desprecio—. Por suerte, tras algún susto conseguí no convertirme en quienes no deben ser nombrados, y aún me inspiro gracias a la cebada.

Lector empedernido, melancólico, amigo de la gente que me quiere, son tres rasgos que me definen. Me emociono con facilidad, intento buscarle el mejor sonido a las palabras que leo y escribo, detesto la ignorancia y echo mucho de menos la inocencia.

Ése soy yo, con todas mis virtudes y mis defectos, miembro de una generación con gustos afines, que ojalá llegue a cobrar mayor importancia de la que ya, per se, tiene.