jueves, 31 de diciembre de 2009

Feliz 2010

Un soneto me manda hacer mi pluma,
que escupe tinta china a borbotones,
un soneto con tintes de canciones
que alce nuestras cervezas con espuma.

No por tiempo, porque el tiempo se esfuma,
ni por ganas, pues lo hago a trompicones:
porque estoy harto de escuchar sermones
y discursos que suenan mal, en suma,

dedico este momento al gran placer
que causa la alegría de saber
que con mis compañeros no me engaño.

En nombre de nuestra Generación
mi pluma les demuestra su pasión
y así les felicita el nuevo año.


Jorge Andreu

miércoles, 30 de diciembre de 2009

FIN DE IV CERTAMEN GENERACIÓN DEL OCHO

Damas y caballeros Bonald:

A día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, finaliza el IV Certamen de la Generación del Ocho, que, esperamos, haya servido con presteza a los fines que lo provocaron.
No habré de decir mucho más acerca de él, esperando que, alentados por la Navidad, nuestros queridos lectores nos obsequien con elocuentes e interesantes comentarios.

Gracias a todos por prestarnos unos cuantos tic-tac de sus relojes y hasta mi próximo turno.


Alberto Cancio García


PD: Dado que, al parecer, me ha tocado despedir el certamen que cerrará este año, me veo en la ineludible obligación de desear a todos que el 2010 venga cargado de "pas y felisidá", de edenes "da quí pa llá", donde todos podamos correr libres por los campos, el agua fluya por los ríos y la hierba cresca larrrga en las praderas. Un lugar donde la vegetasión sea verrrrrde y freshhhca, y en el que Piesito pueda reencontrase con sus abuelos y Fievel con su familia.

Te creo, ¡pero mi ametralladora no! Corre, porque voy a contar hasta tres... ¡Voy a contar hasta tres para que salgas echando mistos por esa puerta! ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! (...)
Feliz Navidad, gusano miserable...
(...)
¡Y próspero año nuevo!

martes, 29 de diciembre de 2009

Ulukele

A veces los veo por aquel patio, uno de mis lugares favoritos. Son tres, siempre tres. A veces se unen más personas, pero sólo de pasada, al rato se marchan. Siempre veo a tres, a los mismos. No sé exactamente el nombre del lugar, pero les oí hablar algo sobre filosofía y no se qué de filólogos. Me gusta acercarme a ellos porque llevan comida, algunas veces galletas, otras pan, y siempre se les cae alguna migaja que yo, presta y veloz, atrapo sin pensármelo.

Hablan de muchas cosas. Me hacen mucha gracia los chistes que cuentan, el más bajito de todos tiene todo el arte del mundo comprimido entre sus huesos. De vez en cuando les oigo hablar de libros, resaltando que la cubierta es prácticamente tan importante como el interior, aunque, de vez en cuando, es todo lo contrario. También hablan de música, incluso hacen la suya propia. Traen una guitarra española y una chiquitita de color lila, que no sé como se llama (ulukele o algo así).

El café no lo perdonan, ni su hora feliz de cuando en cuando. Nunca he llegado a saber qué es una hora feliz porque siempre se van de aquel patio para tenerla. Otro tema de charla es sobre las clases que tienen a lo largo del día. Uno de ellos no para de rajar sobre la hipocresía de una de sus profesoras. A lo largo de la mañana van y vienen varias veces porque tienen que subir a clase, aunque sea sin ganas (esto último se les nota a leguas).

Casi siempre están contentos, pero yo creo que es simplemente porque se ven unidos, como un triángulo que no puede separarse por nada del mundo. Lo triste es que a veces hasta lo más unido termina separando. Yo espero que eso no pase con ellos, ya que son los que mejor me tratan de todos los que pasan por aquel patio. Por eso me gusta ir allí, por eso es uno de mis sitios favoritos: por ellos, simplemente por ellos...

viernes, 25 de diciembre de 2009

Parque Genovés, 12:37

—Papito, ¿vamos a los columpios?

—Enseguida, cariño.

—Porfa, ya, ya, termina la cereza y vamos a los columpios.

—Está bien, ya voy, ya voy —apuré la cerveza de un sorbo y, sin prestar atención a las miradas de un señor embrutecido que estaba sentado dos mesas más allá, cogí el abrigo de Samuel y pagué las bebidas: una caña y un batido de vainilla.

Nos adentramos por los arbustos, cruzamos los caminos que rodeaban aquella fuente, y a través de las aguas que corrían desde el principio de la cascada entreví varias figuras de jóvenes.

—Papito, ¿entramos a la cueva?

—Pero ¿no querías ir a los columpios? —pregunté, porque no quería que mi hijo viese el espectáculo que estaba a punto de presenciar. Sin embargo, la insistencia de un hijo, y aun su indecisión, llevan a cualquier padre a obedecerlo, así que seguí sus pasos hacia dentro de la cueva.

La rama de una palmera me azotó en la cara antes de entrar por la gruta y dificultó que mis ojos se adaptaran a la oscuridad. Mentira: estaba oscuro y veníamos de mirar el sol, la palmera no tuvo la culpa de nada. Yo y mis manías de echarle la culpa siempre a alguien…

Samuel iba dos o tres pasos adelantado, así que me apresuré. Llegaba a lo más profundo de la cueva cuando me tropecé con una joven vestida de negro, con un libro en la mano, que salía de vuelta a la facultad, enfadada porque alguien no la había dejado leer tranquila. Esto lo sé porque corría muy deprisa y quise preguntarle si le ocurría algo. Tratar de simpatizar con todo el mundo: más manías. El caso es que supe que llevaba un rato junto a un orificio por el que penetraba la luz del sol y un grupo de jóvenes hizo, con sus ruidos y parranda, que saliera despedida como alma que lleva el diablo. Y puesto que no estaba dispuesto a que esa fiesta, que ya llegaba a mis oídos, molestara a mi hijo, grité: «¡Samuel, ven aquí!», y corrí tras él.

Una chica sentada al lado de un joven barbudo que bebía un trago de cerveza desde la boquilla de una botella de litro, y otro que apuntaba con un teléfono móvil —supongo que de esos que no entiendo cómo pueden grabar vídeo— a un tercero que tocaba la guitarra y canturreaba una canción en español con acento de inglés, mientras penetraba la luz solar por el orificio a mi derecha, al fondo resonaba la cascada y ante mí las carreras de Samuel, eso fue lo que encontré allí dentro. Y no parecieron intimidados por mi presencia; más aún: continuaron con su cante y sus risas, con sus sorbos a la botella que se pasaban de uno a otro, con el espíritu juvenil que yo deseé cuando mis padres me ingresaron por obligación en un colegio de curas. El chico de la melena, que canturreaba como un guiri, me causó la impresión de la libertad que representa una guitarra y un litro de cerveza al aire libre; el de la cámara me inspiraba algo bueno al inmortalizar aquel momento; el de la barba me miraba con un gesto extraño, como de desconfianza, como si yo me fuese a encargar de llamar a la policía o de llamarles la atención; y la muchacha, ¡ay, la muchacha!, tenía cara de niña y unos ojos tristes que me hicieron recordar la inocencia de Samuel, que aún correteaba a mi alrededor y no cesaba de llamarme —¡papá!, ¡papá!— y tiraba de mi mano izquierda para que lo atendiera.

—¿Qué, qué pasa, Samuel? —dije como si me hubiese enfadado, y noté que su expresión cambiaba. De inmediato me sentí culpable y me corregí—: Cariño, no hace falta que me llames tantas veces, ¿qué te pasa?

—Mira qué bonita la cáscara.

Mi hijo tiene cuatro años. Tras mirar la cascada le dije que nos fuésemos a los columpios, porque allí no hacíamos nada y no dejábamos divertirse a los jóvenes. Despídete de ellos, concluí, y la pandilla me dirigió una mirada de respeto, después de la desconfianza generada entre las cejas del barbudo. Yo cogí a Samuel de la mano y juntos salimos de la cueva; le expliqué que no debía acercarse a gente como aquellos jóvenes, que se ponen a cantar en medio de un parque y beben alcohol a media mañana. Samuel aceptó mi explicación, pero no creo que estuviese de acuerdo.

Malas influencias las que ejercieron aquellos jóvenes sobre mí para hacer que me llevase de la cueva a mi hijo. Malas influencias y, sin embargo, buenas impresiones. Porque, pese a la botella de cerveza y la juerga que los acompañaba, la unión que contemplé entre aquellos tres chicos y la muchacha, y aun otro más que llegó más tarde pero al que no conseguí ver sino que sólo escuché su voz, no he vuelto a verla en todos los días de mi vida. Quizá esa unión, el alma de fiesta y la felicidad que capté detrás de los acordes de una guitarra y una canción sobre un camionero; quizá ese gancho que los engatusaba; quizá esa cuerda que compartían atada al cuello; quizá eso sea la vida: sentarse bajo un techo, libre, a cantar, beber, charlar y escribir, eso que tanto intenté en mi juventud y que nunca conseguí: porque mis amigos todos se fueron.

«Porque no queda ni una sola
rosa plantada por nosotros».

Volví a casa y mi mujer me reprochó mi tardanza, y aunque le dije que me había entretenido viendo cómo unos jóvenes se divertían, ella no me hizo caso y me ordenó preparar la mesa. Y yo sin dejar de pensar en aquella generación…

sábado, 19 de diciembre de 2009

Facultad de Filosofía y Letras, 2008

Mediodía en Filosofía y Letras: Los ventanales acristalados que cierran el patio de la Facultad devuelven triplicada la luz del Sol, cuya albura se derrite y se condensa en el espacio. Es el aire en este lugar una piedra tosca y refulgente, que se amontona en áureas columnas alrededor de la plaza de armas, y que espesa el ambiente con su silencio de roca. Un bostezo abierto al cielo. Una silente urna de cristal cuya tapadera se hizo añicos por la presión de dos palmeras, y cuyos escombros no son sino los mismos adoquines del suelo, mineralizados por la quietud exacerbada.

Una discreta familia de halcones descansa de su peregrinaje en torno a esas palmeras, muy atenta al brillo de un papel que yace inerte en medio del patio. El alumno fugaz lo pisa y lo arruga, aunque en su carrera hacia la sombra tiene tiempo de leer algo así como J. Petersen y el concepto de generación... ¿Quién demonios es J. Petersen? ¿Y qué es una Generación? Qué importa. Hay sombra en esa esquina y un banco de metal. El alumno abandona la fugacidad cuando se sienta, porque se derrite con la albura y se mezcla con la roca y se restituye en adoquín. Y vuelve la calma; la quietud en el patio, que no se rompe cuando ocasionalmente otro adoquín murmura, suelta alguna risilla acalorada u hojea Obras de Arte mal grapadas, porque es un adoquín y los adoquines de hoy día no interrumpen el sosiego.

Todo, absolutamente todo, reposa bajo la sombra, en estrechos bancos de metal demasiado distantes entre sí, a la espera de que el calor del mediodía abandone el patio. Pero estamos ya en noviembre y bien parece que el calor pretendiera quedarse para siempre, así que esos adoquines no tienen más remedio que seguir tan inertes como la realidad los describe, aislados sobre sus bancos inamovibles, sin la posibilidad de compartir sus murmullos, sus risillas o sus Obras de Arte con otros adoquines. Porque sería tan devastador salir al Sol y dividir esta calma, esta quietud, este sosiego…, este reposo solitario de pedrusco sigiloso…
¡Retumba! ¡Una bomba en el arca vibrante! ¡Chirría, ensordece, quebranta, tritura! Huyen los halcones y revientan los cristales. Las datileras se rajan. Se troncha el empedrado. Una cruenta sacudida quiebra lo impasible. Desbarata la casmodia y la dentera inunda el patio. Escalofríos como calambres. Un espasmo hecho de ecos. Los alumnos, miran. Sus cabezas de adoquines. Qué ha ocurrido. Los cristales son glaciares, ahora, y el aire es de cobalto. Un instante.

Sólo ha sido un instante. Fluye el oxígeno, paulatino, y el aire toma vigor turquí. Ha sido allí. En aquella esquina de la urna. Y todavía renqueante, la multitud levanta la cabeza. Allí, allí. Uno de los halcones ha vuelto y observa desde arriba, confuso aun por el seísmo. Hay en el suelo un rastro de adoquines desprendidos, y a su fin, un banco de metal recién movido… ¡Pero cómo es posible! ¡Hay dos bancos donde sólo había uno!

Con el Sol de mediodía la friolera pasa pronto. Hace calor, y la albura es albura, la roca, roca, y los alumnos, adoquines. Y a pesar de los cristales rotos la vida continúa como si nada, en absoluta calma, con murmullos, risillas y Obras de Arte en el fondo de la urna. Pero algo se ha generado en el patio de la Facultad: Dos bancos, antes distantes, se hallan ahora el uno junto al otro, por acción de unos cuantos adoquines que superaron el miedo a romper la paz y se quebraron las espaldas arrastrando lo inamovible.
¿Para qué? ¿Qué sentido aunar dos bancos? Tal vez no cupieran todos en uno. Tal vez estuvieran hartos de murmurar, reír, u hojear solos.
Desde aquí parecen adoquines bastante corrientes, además de un poco feos, pero han ganado con su esfuerzo algo mejor que figurar en revistas para quinceañeras.
Porque a partir de este mediodía sofocante, ellos gozarán de un privilegio tristemente vedado al resto de adoquines solitarios: Podrán compartir el murmullo de sus gritos, el calor de sus carcajadas, y sus Obras de Arte perfectamente encuadernadas. Podrán contemplar muy juntos cómo la calma se regenera. Y todo lo que se genera cuando un grupo de artistas es capaz de arrastrar un banco de hierro a través de todo un patio con el único y específico fin de sentarse juntos.

Mediodía en Filosofía y Letras: Un papel que yace inerte en medio del patio se ha enterrado entre los adoquines. Una pena, piensa el alumno. Pero bueno. No importa. Él ya sabe lo que es una Generación.


Alberto Cancio García

IV CERTAMEN GENERACIÓN DEL OCHO

Saludos Cordiales, damas y caballeros:

A 19 de diciembre vuelvo a tomar la palabra que dejé en manos de mis compañeros de Generación, esta vez no con la idea de plantear un Certamen de temática arbitraria, sino obsesionado con la posibilidad de que el lector anónimo confunda la naturaleza del proyecto.

Esta primera ronda de relatos _ejercicios, no más, de agilidad y constancia_ ha servido para autoevaluar nuestra capacidad de publicar en un breve espacio de tiempo y con la mayor elegancia posible. De hecho, Certámenes como los anteriores serán actividad obligada en el Blog, por la perfecta excusa que suponen para escribir sin más.

Pero en este momento, y dado que mi turno me da derecho a ello, he preferido huír de la veleidad y centrar la temática en un aspecto que describa esencialmente a la Generación del Ocho.
Las primeras entradas del Blog constan de tres autodescripciones personales que rompen el hielo con maestría, pero, en mi interior, algo me dice que los lectores ajenos a nuestro círculo han de quedarse algo perplejos ante la violenta puesta en marcha de tres certámenes casi absurdos en su temática.

Por ello, y porque quizá fuera esto lo primero que debimos hacer, compañeros, planteo un nuevo Certamen de la Generación del Ocho, que sí, sería el IV, pero el I dedicado a describir qué es esto que hacemos.

PD: Debo decir, a la atención de aquellos que siguen el Blog desde el principio, que mi relato será aquel que en un principio publiqué como presentación y que más tarde borré con cinco comentarios en su haber, lo que me valió una buena reprimenda y una enseñanza sobre lo que se puede o no hacer en un dominio como éste.
El hecho de publicar un texto ya escrito hace tiempo no debe tomarse como una ofensa a mis compañeros de aventura. Al contrario, yo los invito a que en sus próximos turnos publiquen textos ya elaborados de antemano, para poner a prueba al resto de componentes.

Un saludo, Alberto Cancio.

IV Certamen Generación del Ocho:

Participantes: Jorge Andreu, Abraham Quirós y Alberto Cancio.
Establece pautas: Alberto Cancio (a fecha de 19 de diciembre, primer turno)

Pautas:

- Sin ningún tipo de limitación específica, el relato deberá describir una faceta de la Generación del Ocho, de su conformación, entorno o desarrollo. No olvidemos que se trata de describir de dónde hemos salido.

- La extensión es totalmente libre, pero sin exceder las dos páginas.

- La fecha límite de publicación es una semana desde ahora.

- Mojar pan está to guai.

Fin del III Certamen Generación del Ocho

Con la publicación del tercer relato damos por finalizado el tercer certamen de la Generación del Ocho. Esperamos que haya sido del agrado de nuestros lectores.

Paso de esta manera el turno al siguiente guía, que será Alberto y se encargará de establecer las pautas para la siguiente convocatoria. Perdonen la brevedad y la tardanza.

Un saludo a todos.

Jorge Andreu

miércoles, 16 de diciembre de 2009

¡Sumopo!

Era una mañana cualquiera en la que yo cogía mi tren de siempre, a la hora de siempre. No debería haber pasado nada. Bueno, pasar, lo que es pasar... Tampoco es que pasara. Ahora, imaginarme sí que me imagine...


El caso es que al entrar en el vagón vi sentado a alguien que jamás había visto antes. Tenía un cierto parecido a un personaje de un videojuego de terror, por lo que reparé en él. Me quedé un rato mirando, mientras disimulaba para no violentarle. Entonces, no sé si producto del sueño, de mis horas de juego, del azar o de una mezcla de todo, vi como todo el mundo se convertía en una especie de zombie extraño que lo único que hacía era gritar "¡Sumopo!".


Poco a poco todos se levantaron de sus respectivos asientos y se dirigieron hacia mi sitio. Yo, asustado, intenté abrir la puerta del tren, cosa que resultó inútil debido a que estaba en marcha. Cuando llegó a mi parada bajé de un salto y corrí todo lo que pude. Lo peor de todo fue comprobar que en la calle todos gritaban al son la misma palabra: ¡Sumopo!.

Aquello era una tortura, pude llegar a ver a conocidos gritando la palabrita y con la cara blanca, acercándose a la pared y chocándose con ella. Eran autómatas, parecían no tener vida. Parecían seres estúpidos e inútiles que podían ser engañados de cualquier manera. Eso pensaba, pero al final fue todo lo contrario.

¿Sumopo? ¿Qué significa sumopo? Empecé a darle vueltas al asunto y no conseguía adivinar nada. Entonces, cuando la desesperación se apoderó de mis energías, caí bruscamente al suelo, haciendo un tremendo ruido que llamó la atención de todos aquellos seres babosos. En este instante fue cuando entendí todo aquello y, mientras intentaba levantarme, gritaba en voz alta: ¡Sumopo!.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Menuda explosión

Aunque Yo, como , sea incapaz de proyectar mi voz a través del espacio de los que me pronuncian, y aunque sé que, por tanto, nada de lo que Yo diga llegará en realidad hasta ti, tenlo presente, paisano del singular: Yo soy mejor que .
Y no importa que me halle encerrada en un cartel publicitario de cualquiera que sea este tren, porque, encerrada o no, yo siempre seré Yo, mientras que tú no dejarás de ser por más que me señales desde la libreta donde ese viajero acaba de trazarte.
Es bien sencillo, paisano: A mí el Creador me hizo Primera Persona del Singular. A ti, segunda.

Claro que esto no es casual, ¿sabes?, como tampoco lo es que me hayan impreso en un cartel para ser leída por cientos de personas, y que en cambio ese viajero te haya relegado a la sucia hoja de una libreta de poemas vanguardistas
¿A qué persona en su sano juicio, por muy humana que sea, se le ocurriría llevar una camiseta con una “Y” como único dibujo, pudiendo llevarme a mí con tan sólo añadir una “O” perfecta y necesaria? Te lo diré: Sólo a una que, en un contexto tan idílico como un viaje en tren, decide no elegirme a mí como primera palabra de su poema. Sólo a esa.

Aunque..., ¿sabes…? A pesar de su error de novicio, Yo sé que este ser humano no es tonto: ¿No podría esa “Y” solitaria ser la inicial de su propio nombre?
La elaboración poética nunca fue cosa sencilla, como tampoco lo son ninguno de los procedimientos que mis creadores y los tuyos se inventaron para hacerme y hacerte bailar sobre blancas discotecas. Como en La Yenca, Yo creo en el ser humano, que me hizo eminente, insigne y célebre, y sé que, en su bisoño cavilar, este aprendiz de poeta acabará por escogerme a mí en lugar de a ti para iniciar su poema.

Claro que Yo no diría esto, paisano, si no lo hubiera visto recelar de tu mal tacto: Con aire vacilante te mira y te remira, y se pierde un instante en la esmeralda rugiente de la ventana para luego volver a la butaca del vagón y ojearlo todo con pueril curiosidad.
Más de una vez ha estado cerca de alcanzarme con sus sondeos, y estoy seguro de que finalmente dará conmigo y me elegirá.
¡Y, créeme, ! No es nada ni deixis personal. Si lo digo es porque en belleza y exactitud como pronombre salgo ganando ampliamente. También Yo optaría por mis trazos, ¿sabes?
Sólo mira con qué insigne primor me deslizo sobre el papel, sin baches ni barras que hagan rebotar la mano del escribiente. ¿Sucede lo mismo contigo? Ese ridículo palito atravesado y esa tilde en la “u” son propios de quien no conoce el peine.
¡Y mira lo fácil que soy de pronunciar, paisano, que en contextos templados sueno casi como un susurro sin consonantes! Y no como la explosión cercenada que eres . O o , porque además eres tan inespecífico como personas humanas existen, mientras que todo el mundo sabe a quien se refiere cuando me pronuncian a mí.
Y por eso, por mi belleza, suavidad y precisión, porque Yo soy el “yo poético” y el único consciente de sí mismo, el ser humano “Y”, que en su necedad había elegido tu tosca manera de dirigirte a los demás, acaba de esbozar una sonrisa al verme.

Aunque muy despacio, como corresponde a un excelso trovador, procede a la desambiguación de su obra literaria, y con eminente delectación dirige la pluma hacia el pliego de papel donde figuras aun.
Ya… Ya lo hace. Mis trazos son tan livianos… Ahora te tachará a ti, paisa… ¡Demonios! ¡Pero qué veo! ¿Es que me ha escrito a la mitad? ¿Qué significa “Y”…?
¡Ha escrito su nombre! ¡Qué nauseabundamente egocéntrico…!
¡Un momento! ¡Ahora! ¡Ahora me escribe a mí…!
¿“Y yo”? ¿Qué significa “Y yo”?
Me rindo. Maldigo mi buena paciencia. No hay quien entienda a estos nuevos poetas, que además de empezar un poema con “Y yo”, no tachan el “” que escribieron y descartaron al principio...
Tú y yo". Menuda explosión malcarada.

_ Próxima parada: Teruel.

martes, 8 de diciembre de 2009

De la desgracia que puede suceder si dos conocidos se encuentran después de mucho tiempo sin hablarse

El tren se puso en marcha y los viajeros que aún no habían encontrado su asiento se apresuraron a mirar número a número sin perder de vista sus maletas y su billete. Julia cargaba, además, con su abrigo y su bufanda, y tenía las manos tan ocupadas y el tiempo tan justo que no podía detenerse a mirar el asiento que le había sido asignado: el 207, lo había memorizado antes de subir a bordo. Halló una plaza vacía entre la muchedumbre que ocupaba los demás asientos, y vio sobre la ventanilla el número de su reserva, así que dejó la maleta y se sentó; luego empezó a desabotonarse el abrigo. Liberada de las últimas ataduras, se acomodó y sacó una revista con la que se había de entretener a lo largo del trayecto.

A su espalda alguien tropezó con una anciana y de inmediato se escucharon gritos proferidos por tan diminuta persona, que tan sólo había sentido el leve pisotón de un viajero despistado y parecía haber sufrido un percance mayor: estos jóvenes de hoy que no miran por dónde pisan, ¡madre mía, si no me moriría yo diez años antes con tal de no ver la decadencia del país!, y entre estos improperios y otros que no es necesario desvelar, transcurrieron escasos pero eternos minutos. Julia, mientras tanto, volvió su mirada hacia atrás y encontró allí a un chico de su misma edad que portaba en su mano un maletín cuyo interior ocupaba un ordenador portátil; al descubrir el rostro de aquel joven, Julia evocó de momento muchas sensaciones vividas años atrás, cuando en la plazoleta que había frente a la casa de su abuela un niño moreno y de grandes ojos marrones no se cansaba de perseguirla entre los arbustos y los bancos mientras gritaba, Julita es una nenaza, Julita es una cobardica. Mario —que así se llamaba el pequeño saltamontes— acudía siempre a la misma hora, acompañado de su tía y con el mismo chaquetón y las mismas deportivas grises, y en cuanto veía que la pequeña Julita cruzaba el portal junto a su abuela, corría hacia ella y ya no se separaban. De ahí que la joven Julia, de dieciséis años, evocara aquella tarde la escena del chico que la perseguía en su niñez y que dio un cambio repentino a los trece años, cuando el juego en la calle fue sustituido por innumerables horas delante del televisor.

Por eso, una vez que el Mario ya crecido ocupó su asiento justo delante de Julia, la joven se volvió a sumergir en su revista para no ser reconocida. Pensó que quizás podrían hacer las paces, olvidar el pasado, que las personas cambian a lo largo de su vida y que era posible que hubiese madurado; tanto lo meditó y tantas ganas le entraron de intentarlo, que quiso lanzarse y llamarlo desde el asiento de atrás, pero se demoró tanto tiempo que, cuando alzó la mano para tocar el hombro del chico, escuchó una voz femenina que lo buscaba —Mario, cariño, dónde estás—, ante lo cual Mario se volvió y aguardó la llegada de otra chica que besó sus labios. Julia volvió su mirada hacia el papel y terminó de leer la revista antes de que el tren llegase a su destino, decepcionada por ser tan cobarde y no atreverse a hablar a quien tantas tardes de ocio compartió con ella en su niñez.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

III Certamen Generación del Ocho

Queridísimos y silenciosos lectores que aguardáis tras la pantalla, y otros muchos que aprovechan su valiosísimo e inevitable intelecto en leer libros que no deben ser nombrados, a todos ellos:

Recién terminada la segunda edición del certamen Generación del Ocho, escribo las bases para la III convocatoria, y aprovecho la ocasión para decir que hay un nuevo usuario de la red interesado en participar con nosotros, aunque no podemos permitírselo; creo que se apellidaba Gala y está muy ocupado con la escritura de sus opera magna, que según dicen los grandes críticos superará la calidad del ingenioso hidalgo y el Manco de Lepanto. Una vez dada la importante noticia, paso a exponer las bases del nuevo certamen:

III Certamen Generación del Ocho



-Género: Narrativa.

-Extensión: 1 página como máximo.

-Tema: Un viaje en tren.

-Eje central del relato: Dos personas se encuentran en el tren, la primera piensa algo sobre la segunda y se imagina una situación externa con esa persona (ojo, a ver qué se imaginan).

-Opciones: los personajes pueden ser dos mujeres, una pareja mixta o dos hombres, jóvenes o adultos (no de la tercera edad), y los pensamientos se deben limitar a la persona en sí –y no a su alrededor.

-En esta edición no habrá palabras que deban aparecer ni palabras cuyo empleo suponga una sanción específica. Sin embargo, cualquier vocablo (y teclablo) malsonante será mal visto (por si a alguien se le ocurre una situación extraña que exija dos rombos en la esquina superior de la pantalla).

-El relato debe estar publicado antes del martes 8 de diciembre a las 22.00 (durante el puente viene bien imaginar un viaje en tren, sobre todo si sabemos adónde nos lleva). En su defecto, admitiremos que uno de nuestros concursantes, que no estará en España por cuestión de negocios, publique más tarde si su apretada agenda no permite escribir el relato antes de la fecha establecida.

Nada más que añadir. Bueno, que me voy a comer un bocadillo, pero no tiene nada que ver con el certamen. Nos leeremos el martes.

Jorge Andreu

martes, 1 de diciembre de 2009

Fin del II certamen

¡Se acabó lo que se daba!


Sé que ahora mismo todos estáis llorando, pero las cosas son así... Todo tiene su fin. Pero no os preocupéis demasiado, pronto volverá la próxima entrega con más y mejores "relatos".

Abraham Quirós Villalba


Al doctor House: deja ya de mandar mensajes pidiendo participar, si hemos dicho que no es que no, que sólo escribimos nosotros tres, vete con el lupus a otra parte :).

lunes, 30 de noviembre de 2009

La Maison

_ ¿Quién les robó el mes de Abril a los arquitectos del XVII? _y su voz suena a queja en verdad recalcitrante_ ¿Por qué demonios empezaron a usar terminología francesa?

Carlos no sabe francés, y a esta hora, en el fingido silencio de su habitación, con un cansancio de mil pares y una madre demorándose en la comida, sus tripas canturrean una balada de Sabina sobre los apuntes de Urbanística.
Las hojas del diccionario se traspapelan con los rumores del mediodía, y un ejército entero de neologismos surgidos de Dios sabe dónde invade su habitación, haciendo difícil distinguir entre fonemas galos y murmullo doméstico.
La voz de su madre le llega, distante, como desde la otra punta del barrio:

_ ¡Carlitos, hijo! ¡¿Has comprado el pan?!

_ ¡¿Qué?!

_ ¡Que si has comprado el pan!

_ ¡Sí, mamá, ya lo he comprado!

_ ¡Pues anda, ve a darle una vuelta a la manzana!

Carlos retira los ojos del término maison y se centra en el edificio que ve tras la ventana. ¿Una vuelta a la manzana? Esta vieja no se entera de nada:

_ ¡Que ya lo he comprado!

_ ¡Vale! _la voz insiste_ ¡Ahora ve a darle una vuelta a la manzana, si no te importa!

Carlos sigue mirando el bloque de pisos que se extiende hasta donde alcanza la vista. ¿Pero para qué quiere ésta que le de una vuelta a la manzana?

_ ¡Que ya lo he comprado, sorda!

Su madre deja de ser un neologismo y su voz comienza a llegarle con total claridad: _ ¡Bueno, hijo, y eso qué tiene que ver! ¡Te he dicho que le des una vuelta a la manzana, no que compres el pan!

La rabia le hace dar un respingo y se levanta de la silla. ¡Ya está otra vez con las locuras! La carretera que rodea el edificio de la calle está atestada de coches.

_ ¡Una vuelta a la manzana para qué! ¡Qué dices!

Y su madre, acercándose por el pasillo con un montón de ropa sobre los brazos: _ ¡Chiquillo, ¿tanto te cuesta?!

Carlos sale al pasillo y la sigue en su trajín: _ ¡Pero estás loca o qué!

_ ¡Mira, Carlitos! ¡Me tiro todo el día laborando por la casa y no tengo ganas de tonterías!
Carlos, aun con la maison metida en la cabeza, atosigado por el cansancio y el hambre, y con la clara visión del eterno edificio que conforma su manzana, impugna:

_¡¡Pero qué tonterías!! ¡Te digo que he comprado el pan y me mandas a dar una vuelta a la manzana con el hambre que tengo…!

_Sí, eso, hijo, tú hambre, sólo hambre _la voz de su madre suena a peligroso reproche_ y que el resto del barrio trabaje para ti.

La ira lo hace reventar: _ ¡¡Pero qué cojones estás diciendo, mamá!!

_ Eres muy cruel hablándome así. ¡Déjame en paz!_ y la voz de hembra ofendida se cuela en una habitación.

Carlos se derrama por el pasillo como la lava de un volcán: _ ¡¿Encima quieres hacerme sentir culpable?! ¡Joder, que eres tú la que me manda hacer cosas sin sentido, mamá, no yo!

_ Cosas sin sentido, hijo, _y Carlos la escucha de nuevo distante_ cosa sin sentido es lo que salió de mis entrañas el día que te parí.

_ ¡¡Me cago en…!! ¡No puede uno ni esperar tranquilo la hora de comer…! ¡¡Adios!!_ grita el portazo mientras él baja la escalera en forma de lava para carbonizar neologismos por el barrio.

Al cabo de un rato, tras, efectivamente, dar una vuelta a la manzana para despejarse, Carlos abre la puerta de casa y percibe un olor ambiguo... ¿Brasa de volcán?:

_ ¡Mamá, joder! ¡Te has dejado encendido el horno!_ dice mientras corre hacia la cocina.

Su madre, ya delante del desastre y con los ojos lacrimosos de la desagradable discusión, le increpa:

_ ¿Que me he dejado encendido el qué, niño tonto? ¡Por tu culpa se ha quemado la manzana!

Basura

¿Qué basura es esta? Fue lo primero que se me ocurrió al leer las pautas de un certamen por internet. "El tema es una manzana" ¿Una manzana? ¿A quién se le ha ocurrido semejante estupidez? Lo mejor de todo es que en ese momento pensé: un certamen cualquiera al que no asistirá mucha gente. Esto está ganado, cualquier otro relato sólo es un vano y superfluo intento. Al pensar en el tema se me ocurrieron varias ideas, pero la que más me convenció fue la de ambientar un relato dentro de una manzana, pensando como un gusano con la recalcitrante idea de devorarla a pesar de asegurar su inminente muerte por intoxicación o algo por el estilo.

Una manzana... Fruta famosa donde las haya: ayudó a Newton, fue la responsable de que expulsaran al hombre del paraíso... No sé, una manzana... Algo tan inútil, pero tan peligroso al mismo tiempo no debe ser el tema principal de un relato... ¿O sí? No sé...

La cosa es que, como casi siempre, estoy aquí delante de la pantalla del ordenador, con cara de tonto, pensando en mil cosas menos en lo que debo pensar: una manzana... ¿A quién se le ocurrió semejante estupidez de concurso?

Entre la manzana y la muerte

Esta noche siento en mi interior algo que con sus rugidos me impide dormir, y por más vueltas que doy en la cama mientras pienso una solución, de nada sirve tanto empeño: mi estómago pronuncia quejas como superfluas reclamaciones a la puerta de una iglesia.

Me decido, sin más, a levantarme y buscar comida en la nevera, cuando me topo de cara con una manzana verde, aferrada al cesto de frutas con la mirada clavada en mí, desafiante, maligna. Entonces se recrea en mi mente la escena vulgar de una pelea de barrio, frente a un templo religioso a cuya puerta un mendigo estira una mano recalcitrante que prefiere apretar unas monedas antes que un martillo y echar las limosnas al bolsillo antes que el trabajo a la espalda. De la misma manera me observa la manzana, con esos ojos dibujados en la parte central y ese pelo que sobresale por detrás y que parece decirme, tómame.

Mi estómago vuelve a rugir. No siento ganas de comer fruta, soy carnívoro y odio casi todas las hierbas, pero las punzadas que mi interior lanza hacia fuera no me permiten decidir mis actos, así que entre la oscuridad de la cocina y el fogonazo de la nevera, ante la atónita expectación de los plátanos, lechugas y melocotones que rodean a mi enemiga, me resigno a atraparla con mis manos, no sin sentir un leve arrepentimiento a mitad de camino. Ella no huye, se deja hacer y pone de su parte: quiere ser devorada, poseída como una adolescente, y deja extender su flujo dentro de mi boca cuando el primer lengüetazo ha llegado a sus entrañas.

Un sabor peligroso recorre mi paladar hasta la garganta y de ahí se lanza hasta lo más profundo, mientras la manzana, que ya no me mira con el gesto apesadumbrado de señora de la casa tras años de matrimonio, me agradece con una sonrisa lo que acabo de hacer. En mi boca se dibuja otra media mueca y vuelvo a acariciar el interior de la manzana en tanto que a nuestro alrededor todo el mundo nos observa y ve cómo he vencido a mi contrincante, cómo mi labor la estremece.

Cierro la nevera y veo apagarse la luz, no sin vanagloriarme de dejar a los voyeurs con la miel en los labios, y frotando la manzana contra mi hombro me vuelvo a mi habitación, donde nadie me impide terminar la faena y saborear cada rincón secreto de mi víctima: el cuerpo carnoso de una manzana que minutos antes me desafió, ahora es mío y refresca mis sentidos, alivia mi sed y sacia los rugidos de mi estómago.

Unos minutos después, ya he penetrado todos los sabores de mi enemiga, he vencido sus fuerzas y me encierro entre las sábanas para volver a un mundo de ensueños, quizá mejor que el de mi hogar, quizá más útil que la vida misma. Y pensar que he estado a punto de ser derrotado por una fruta…

sábado, 21 de noviembre de 2009

II Certamen Generación del Ocho

Damos y caballeras:

¡Sean bienvenidos al espectacular e irrepetible II Certamen Generación del Ocho! En esta ocasión, tomando el control dejado por Alberto, seré yo, Abraham, quien dicte las reglas de este estupendo "concurso" mundialmente conocido y aclamado. Muchos han sido los escritores famosos -no pienso dar nombres, es demasiado descortés- que han contactado con nosotros para poder participar en alguna de las ediciones, pero las reglas son así: sólo tres participantes, ni un ganador -aunque también podría decirse que los tres somos ganadores, depende de como se mire- y muchas ganas de escribir y de purgarnos de esas ideas que se pegan al cuerpo como lapas.

II Certamen Generación del Ocho

Participantes: Alberto Cancio, Jorge Andreu y Abraham Quirós.

Establece pautas: Abraham Quirós (a fecha de 22 de noviembre, segundo turno)

Género: Narrativo.

Pautas:

- El tema sobre el que gire el relato corto deberá ser: Una manzana.

- Puede ser en primera o en tercera persona.

- 500 palabras máximas de extensión.

- Se deben incluir las palabras 'superfluo', 'recalcitrante' y 'peligroso'

- No se puede usar ningún verbo en futuro, tampoco ningún modo ni tiempo del verbo 'morder'. Las palabras 'roja', 'ácida' y 'salchichón' están terminantemente prohibidas bajo multa y dos días de calabozo.

Espero que todo esté bien. Sé que debería haber puesto antes las pautas, pero no he tenido apenas tiempo. Por cierto, los tres relatos deben estar escritos antes del día 30 de noviembre a las 22:00 horas (aunque claro, al ser amigos, se podría alargar, pero he dejado tiempo de sobra).

A nuestros numerosos lectores: Sé que tenemos miles y miles de visitas al día (me han dicho que incluso el doctor House y el calvo de perdidos están locos con el blog, que se llevan todo el día actualizando el mozilla para ver si hemos subido algo nuevo), pero también estaría bien que dejárais algún que otro comentario en las entradas, para ver si os está gustando lo que está naciendo de nuestras manos.

Nada más que decir, disfruten del show.


Abraham Quirós Villalba.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Fin del I Certamen

Damas y Caballeros:

Es para nosotros un gran honor comunicarles que ya ha finalizado la primera ronda de publicaciones de "La Generación del Ocho", correspondiente al I CERTAMEN de su Blog y brindis inaugural de lo que, esperamos, se convierta en un coma etílico de creaciones literarias en muy poco tiempo.

Esperamos que disfrutéis con la lectura de los tres relatos que se presentan a continuación, y que con vuestros comentarios coloreéis opiniones de la más diversa índole.

Un saludo y hasta la presención del próximo certamen.

Abulia

La noche anterior no conseguí conciliar el sueño hasta pasadas las 4 de la madrugada. La verdad es que no sé por qué, nunca he sido trasnochador y mucho menos entre semana. Más curioso aún fue la hora a la que me desperté: las seis y cuarto. Aún no logro entenderlo, pero algo me sobresaltó y me hizo despertar bastante antes de lo planeado-el despertador estaba programado a las siete, como siempre-, así que aproveché para ducharme mientras se calentaba leche en un cazo a fuego lento. Al salir de la ducha, a pesar de estar en noviembre y ser las seis y media de la mañana, no sentí frío alguno, de hecho, fui a ver cómo iba la leche con la toalla solamente. Al estar ya casi hirviendo, cogí una taza del mueble y metí una bolsa de té de Pakistán -o al menos eso me dijo el vendedor, que era auténtico té de allí- para que el blanco de la leche, poco a poco, fuese tiñiéndose de ese característico color marrón canela mientras me vestía y preparaba los bártulos para ir a la facultad. Tras disponer todo, me senté a disfrutar del té caliente, con tranquilidad para hacer tiempo, a la vez que el resto de la casa iba despertando poco a poco para comenzar un nuevo día. En las noticias decían que expertos arqueólogos habían encontrado interesantes restos de una antiquísima civilización en una serranía próxima a a Mazagón. Un descubrimiento cualquiera, pensé en aquel momento, no cambiaría mi vida en absoluto.

A eso de las ocho comenzamos el viaje diario hasta la universidad, llegando a nuestro destino más o menos a la hora de siempre, sin nada importante que reseñar. En la facultad más de lo mismo: bromas varias, desayuno, litro de cerveza y poco más. Bueno, también dimos clase, el problema es que las optativas llegan a ser tan aburridas que picotean en la sien como pertinaces pájaros carroñeros que parecen inagotables, y eso termina cansando, y bastante.

En el camino de vuelta a casa me dio por pensar. El dilema de pensar es que casi siempre se te ocurren ideas que consiguen deprimirte aún más de lo que estás. En el camino de vuelta a casa llegué a la conclusión de que la única diferencia que existe entre los días, y a la vez el nexo que los une, es la fecha del calendario. Los días terminan siendo una soporífera espiral que puede volver abúlico a cualquiera, siendo, en la mayor parte de los casos, una botella de cerveza la única salvación -eso sí, sin caer en el tópico de la alcoholemia- para esta vida tan aburrida y monótona...

martes, 17 de noviembre de 2009

Amistad cristalizada

2 de agosto del año 2008. Diez amigos me han acompañado a este lugar frío, donde sólo se escucha la tranquilidad del planeta y se ven blancos picos que casi tocan el cielo, como si fuesen dedos alzados que señalasen el principio de otro universo. Anochece y empiezan a helárseme los huesos. Aprovecho los consejos que el Viejo Escalador —como lo llamamos en el pueblo— nos dio antes de partir rumbo a estas serranías, y me siento a montar el campamento; mis amigos siguen mis indicaciones y me hacen saber en todo momento que soy el jefe. Montamos casetas de campaña, buscamos la manera de abrigarnos bajo las amenazas de la hipotermia y, pese a que algunos tiemblan durante todo el tiempo, otros logramos adentrarnos en un tenue calor, el suficiente para no rompernos los huesos al castañetear.

Estamos en el cuello de la botella: ante nuestros ojos, una explanada de hielo forma una vía que al amanecer, tras pasar la Travesía del Serac, nos conducirá a la cumbre del K2; varias rocas a nuestro alrededor nos cobijan de parte del frío que impredecible acecha cada noche en estas tierras; el susurro del viento a mis oídos me produce una sensación de soledad que esta noche sólo podría vencer si abrazara a mis compañeros —Micaela, dónde estás…

Han pasado tres horas. El Espolón de los Abruzzos no se ha borrado de mi memoria, y puesto que no consigo capturar el sueño con mis manos ni aun con la imaginación, salgo de mi caseta y me siento al borde de una roca acompañado del único amigo que, como dijo aquel cantante, nunca me ha fallado. La botella de güisqui me hace recordar cómo fue nuestra partida de Pakistán, cómo la despedida de mi amor Micaela y cómo la disputa que tuve con mi hermano Daniel porque iba a perder la vida en esta expedición, porque el K2 es el pico más traicionero y difícil de escalar, porque te vas a dejar el pellejo entre las rocas, Saúl, y luego vendrás a pedirnos ayuda y querrás que te curemos las heridas, y no estaremos aquí para vendarte las manos rajadas; pero mi padre había logrado apaciguarlo antes de dejarme partir rumbo a la aventura. Y la aventura se ha convertido en horas de caminatas y escaladas trabajosas, en resoplidos de mis compañeros y vanos esfuerzos por mi parte para animarlos a que prosigan el camino igual que lo hicieron el primer día, hace ya una semana. Escucho a mi espalda cómo Sebastián sale de su iglú y me mira ofuscado. Sebastián, sólo intento relajarme un poco y tomar un trago —le digo—. No te preocupes por mí. Vuelve a la caseta. Y él obedece.

Cuando me despedí de Micaela y soltó su última lágrima abrazada a mí sin dejar de apretar, no tenía la menor idea de que esta botella me serviría de nexo con el pasado, y así me lo demuestra el calor que recorre mi garganta mientras evoco aquellos momentos en el silencio estremecedor de la noche. Está entrada la madrugada. El frío ha calado mi abrigo y la boquilla de mi amiga de cristal ya no me proporciona mayor tranquilidad que el trastorno en la vista, un mundo que se mueve sin cesar y que parece más divertido.

En medio del silencio se ha escuchado un crujido, un eco que viene de lo alto de la cordillera y se ha extendido como un relámpago por la explanada de roca y hielo en la que nos encontramos. De pronto, mi lucidez vuelve a su punto inicial y divisa al fondo del cuello donde hemos acampado una nube blanca en continuo movimiento que se dirige hacia nosotros. Nadie ha escuchado nada en el campamento, y si lo han hecho, se han callado y vuelven a su sueño. Pero desde fuera de las casetas de campaña sí se ha escuchado el crujido.

Todo sucede en cuestión de segundos, aunque largos para mí, que veo venir la muerte blanca como el hielo y el polvo a la vez. Intento tirar mi botella, a ver si así detengo la marcha de la avalancha, pero vuelvo a notar el quejido del monte allá al fondo del corredor y veo caer una cascada de seracs que acentúan el movimiento. Ahora tengo miedo, miedo de que sea verdad lo que acabo de ver al fondo de una enorme pendiente y que viene hacia mí y hacia mis compañeros de expedición; ahora recuerdo las palabras de mi hermano —Saúl, que te vas a dejar el pellejo allí— y las lágrimas que Micaela vertió a mis hombros —vuelve sano y salvo—. Me levanto a la mayor velocidad que soy capaz de aplicar a mis miembros entumecidos, y después de contemplar en una rápida ojeada el campamento y toda su quietud, y luego el peligro que se aproxima, me lanzo detrás de las rocas y cierro con fuerza los ojos. Ojalá que mis amigos resistan el peso del hielo, ojalá que la avalancha pase de largo o se detenga antes de llegar. Pero esos son milagros que por la maldita gracia de Dios los expedicionarios estamos condenados a no presenciar.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Buenas noches, Manuela

¡Carla! Voy a dejarte las cosas claras desde el principio: No estuve en la manifestación del 21 de diciembre, no grité consignas antiimperialistas, ni arrojé nada al aire durante la carga policial. No fotocopié octavillas, no hice pancarta, ¡y no llevaba conmigo esa maldita botella!, porque…, por supuesto, nunca la compré en La Tienda de Benito.
Aquella mañana el encargo de cerveza se habría retrasado, y aunque seguramente quedaba algún que otro botellín en el almacén, no pude haberlo comprado, pues decidí asistir a clase como cualquier otro día… _Eras estudiante, ¿recuerdas?_.
Mientras tanto Benito estaría quejándose_ ¿y cuándo no? _o preguntándose si habría hecho mal el último pedido, y acabaría por mirar el ordenador en busca del error que hubiera evitado una muerte.
¿Una muerte? Pero Carla, quién habla de muerte en la cafetería de la facultad, junto al tablón de anuncios vacío, sin carteles que anuncien una manifestación contra la Guerra de Pakistán para la mañana 21 de diciembre, entre tostadas, zumos de naranja y napolitanas artesanas de esas que también vende Benito.
Y él se desespera al comprobar que no ha sido un error suyo, que incluyó la cerveza en el último pedido y que el problema viene de los distribuidores. Menudo sermón echaría Benito a esa partida de camioneros sarnosos, ¿verdad? Y hablarían de su mal carácter en el autobús, de vuelta a casa, entre risas somnolientas y ganas de comer. _ ¡Sin…Coca Cola!_ ¿Has leído ya el correo sobre su último anuncio?
No. No lo leíste. No estuviste en la manifestación del 21 de diciembre, Carlita. No había carteles en la facultad, ni anuncios de la guerra mientras comíamos sin Coca Cola frente al televisor.
¿Y qué ponen hoy? _ ¡Nada!
_Hoy nada de nada_ respondería Benito tras colgar el teléfono de la indignación. Los camioneros se eximen de responsabilidades. Llamaron a la casa de cervezas y ellas echaron la culpa a la fábrica de vidrios. _ ¡Llame usted a Vidrios Pepe Tony! Ellos le darán las explicaciones pertinentes.
Entonces sonaría el teléfono y sería para Javi: _ ¡Habla más bajo, hombre, que no me entero de la tele! _y mamá miraría hacia otra parte _ Para lo que dice…, trescientas mil personas esta mañana en el Congreso y ni pío. Sólo la declaración de guerra de este fantoche…
¡Calla, mamá! ¿No te das cuenta de que no estuve en la manifestación del 21 de diciembre? Quiero ver los dibujos de El Gato Benito. Se parece y todo al de la tienda con esos bigotes.
_ ¿Cuándo vas a crecer, Carla?
_ ¡Nunca! Nunca me había pasado algo semejante. ¿Cómo que no hay fábrica de vidrios?
_ Lo que oye, señor. Dicen que esta noche ha desaparecido de la explanada de la Virgen. Los trabajadores llevan en la calle desde primera hora reivindicando la verdad, pero nadie ha sido capaz de dar una explicación convincente. Huele a complot empresarial.
_ Siempre las empresas ¡Bah!_ mamá se altera_ Ocurrió lo mismo en Irak. Cualquier excusa es buena para hacerse con el control del petróleo, aunque sea a costa de muerte.
¡¿Muerte?! ¡Cállate, mamá! No digas esas cosas, estamos comiendo, _ ¡que no arrojé esa maldita botella, mamá, que no estuve frente al Congreso el 21 de diciembre!_.
_ ¿Pero qué ocurre hoy que todos tratan de tomarme el pelo?
_ No le tomo el pelo, señor, es lo que me han dicho: Han desaparecido todas las fábricas de vidrios del país, incluida la de El nexo de la Serranía.
_ ¿Cómo van a desaparecer las fábricas así porque sí?
_ Tampoco mi razón lo creía, pero encienda el televisor. Todas las cadenas retransmiten la última hora.
_ ¡Qué fuerte!_ diría Javi, y se le abrirían los ojos como platos apoyado sobre la mesa_ Carla, ¿te has enterado? Las fábricas de vidrio han desaparecido de repente. ¡Las de todo el mundo!
_ Otra manera de distraer la atención_ diría mamá, y se iría a fregar los platos.
_ ¡La Virgen! ¡Manuela, el mundo se ha vuelto loco! _Benito llega a su casa_ A la mierda la Guerra de Pakistán y los talibanes. Esto sí que es una catástrofe. ¡Todo el mundo sin beber!
_ ¿Y cómo van a ser yanquis los yanquis sin su aguardiente?
_ ¡Mamá, ven! ¡Los yanquis no han declarado la guerra a Pakistán! ¡No tienen aguardiente!
Pero mamá no vendría. Seguiría canturreando en la cocina. Y Carla se iría a dormir la siesta a su habitación, sintiéndose vencida por el sueño como ahora, después de tres días sin pegar ojo… _Mi habitación…_.
_ Ya se las apañarán los yanquis para traer su aguardiente en botellas de plástico.
_ Amén_ sueña Carla_ todas las botellas de plástico y al carajo el vidrio.
Javier corre a la cocina y se abalanza sobre mamá: _ ¡Ha desaparecido el vidrio de los museos! ¡Y las antiguas botellas! ¡Y las reliquias romanas de soplado! ¡Esto es un milagro!
_ ¡Anda ya, Manuela! ¿Cómo que un milagro? Lo que pasa es que la historia quiere tomarnos el pelo.
_ ¡No!_ Carla despierta de su sueño ligero.
_ En breve las cosas volverán a la normalidad, me voy a la tienda, cariño.
_ ¡Cállate, tendero estúpido!
Javier y su madre lloran solos en el sofá… Carla… Carla…

¡Que no! ¡Que no quiero tomaros el pelo! ¡Que es cierto que los romanos nunca descubrieron el “vidrio soplado”, joder! ¡Y jamás lo extendieron por Europa, porque los romanos nunca fueron imperialistas...!
_Carla… Carla… ¿qué has hecho, hija?
_ ¡Que no! ¡Que el imperialismo no existe, mamá! ¡Que no estuve en la manifestación del 21 de diciembre! ¡Que no arrojé esa botella de vidrio, mierda! ¡Que no maté a ese policía!
_ Hasta la noche, Benito, mi amor.
_Hasta la noche, Manueliña.
_ ¡Que no, mamá! ¡Que no me detuvieron! ¡Que no estoy en la cárcel, mamá! ¡Que no! ¡Que no me están violando! ¡Mamá!
_ Buenas noches, Benito.
_Buenas noches, Manuela.



Alberto Cancio García

viernes, 6 de noviembre de 2009

I CERTAMEN

De acuerdo.
Con idea de apaciguar los ánimos y redirigir la atención a lo que en realidad es este blog (cosa que seguramente aun no está muy clara para los lectores), me dispongo a plantear la primera de las tres mil trescientas ochenta y cuatro pruebas que la ilustre Generación del Ocho tendrá que superar antes de pasar a engrosar los índices de las ya de por sí vastas antologías literarias.

Estas pruebas consistirán precisamente en la elaboración individual de un texto literario que se someta a la serie de pautas que establezcan, de uno en uno y por turnos, los integrantes de la Generación.

He considerado oportuno ser el primero en mojarse los pies y pautar esta ronda inciática, por ver si una muestra de humilde voluntad es capaz de redimir, y espero que sí, mis fechorías extirpadoras de comentarios.

Este tipo de pruebas se sucederán con frecuencia en el blog, con que espero que las disfrutéis tanto como nosotros.

Gracias y un abrazo.


I CERTAMEN GENERACIÓN DEL OCHO

Participantes: Abraham Quirós, Jorge Andreu, Alberto Cancio

Establece pautas: Alberto Cancio (primer turno, a 06-11-09)

Género: Narrativo


PAUTAS:

- Tema: Una botella
- Relato en primera persona
- Página y media de extensión máxima
- Deben aparecer las palabras "serranía", "nexo" y "Pakistán"
- No deben aparecer las palabras "alcohol", "montaña" y "yo"



PS: (a los participantes) Espero que estéis conformes con las condiciones de esta primera prueba. En cualquier caso, poneos en contacto conmigo y solventamos cualquier desacuerdo. Un abrazo.

Alberto

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Presentación de Alberto

¿Que quién soy?

No estoy muy seguro de si lo sé.
En mi carnet de identidad pone que me llamo Alberto Cancio García y que tengo 25 años, datos con los que estoy bastante de acuerdo. También viene impresa en él mi dirección de correo convencional y la ciudad donde resido, Cádiz, y creo que tampoco se equivoca. Por allá el nombre de mis padres, mi sexo… y veo por aquí unos numeritos muy graciosos pero que no sé exactamente a qué vienen. Llevo toda la noche dándole vueltas a estas cifras, a ver si por casualidad encuentro una significación que las identifique con algo que como mínimo me suene, pero por ahora no ha habido suerte ni bufón que se le parezca, así que maldigo manifiestamente mi torpeza.
Decepcionado ante la pésima funcionalidad de esta tarjetita plastificada (o seré yo, repito, tan necio como siempre), he decidido mirarme al espejo e investigar a través de él lo que otros ven en mí… y Madre de Dios… ¿será por esto que tenga tan pocos pero tan buenos amigos? Me he duchado, afeitado, peinado y vestido como manda esa que ya he nombrado, y he vuelto a mi habitación todavía sin ninguna idea convincente sobre quién soy en realidad. De camino al cuarto le he preguntado a mi querida madre, que digo yo que si sale en mi carnet de identidad es por algo, pero ella sólo responde con muecas esperpénticas a ese tipo de preguntas: _Mamá, ¿quién soy yo?_ y en seguida: _ ¡Gru, gru, gru, ach, ach!

Así pues, aburrido de contemplarme con la objetividad de una madre, un espejo o una institución oficial sin obtener para nada un producto conclusivo, me he propuesto abandonar la perspectiva sincrónica que tantos muertos ha provocado desde siempre y echar un vistazo a mis diarios de adolescente, para hacerme una idea sobre quién he sido a través del tiempo. Y otra vez: Madre de Dios. ¡Muchacho! Pero qué cantidad de perfiles diferentes. Qué cantidad de idiotas metidos en una misma cabeza…
He visto varios chalets de alquiler, muchos gatos y un faro. He visto pinos, dunas y escarabajos peloteros arrojados por los aires. Había una playa interminable, una verbena de fin de curso y parece que columpios en un parque. Y he visto un viaje. Un éxodo fatídico y melancólico: La vida en la gran ciudad, zumbando en los odios del que se ha criado entre pajaritos. Pajaritos que se desgañitan y que son sustituidos por otros pajaritos idealistas, por sexo y amor, guitarras, rock&roll y droga barata para fines de semana. Y después leo un paréntesis. Y locura mezclada con amor y pasividad. Una toma de conciencia. Otro viaje en mente, y poco más…

¿Quién soy? Es obvio que el paseo diacrónico tampoco sirve de mucho, porque no me identifico con esos cuadernos que he vuelto a esconder en el fondo del arcón por miedo a los ácaros asesinos: Los mismos bichitos microscópicos que tantas personas distintas van carcomiendo ahí adentro, en el fondo de un baúl tan olvidado como ellas. Y son tantas, de verdad, tantas personas, que no puedo creer que todas sea yo. "¡Pero es que no las son!", cabe decir. "No las son" porque ahora soy otro. Otro distinto al que era cuando los ácaros no existían para nadie, ¿verdad?, cuando "nadie" era consciente de la complejidad del mundo y del peligro que supone que existan los temibles ácaros del don nadie. Y me parecería estupendo dejar de preguntarme por quién soy en este preciso momento, no sea que Dios se entere y me castigue por estar indagando en la verdad de que ni siquiera soy capaz de describirme con un poco de estilo.
Damas y caballeros, no sé ustedes, pero yo prefiero ponerme a estudiar, componer o soñar con África y América del Sur antes que seguir preguntándome cosas que por supuesto carecen de respuesta.
Diez años en la capital gaditana y otros dos estudiando Filología Hispánica me han enseñado a rendirme a tiempo. Y si no voy a descubrir quién soy por más vueltas que le dé al asunto, al menos puedo decir que ahora “soy”. O que soy “ahora”. Y que ahora estoy escribiendo, quizá, en una lucha ininterrumpida por no ser "nadie". Muchas gracias.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Jorge Andreu se presenta

No puedo decir —aunque algunos lo sostengan— que simbolizo al clásico poeta bohemio que va por la calle despeinado, con ropas ajadas y versos en la mente. Sí camino las más de las veces despeinado por la ciudad, porque si de verdad hay algo que caracterice mi tierra es el soplo del viento de levante; sí llevo cada mañana, mientras me dirijo a la facultad, en la cabeza un verso que revolotea, un soplo incontrolable de palabras; pero no llevo, no, camisas y pantalones rotos. No soy poeta a pesar de mis dos poemarios publicados —los que me conocen saben quién era para mí un verdadero poeta…

Me llamo Jorge —Andreu en honor a mi difunta madre—, intento día a día convertirme en novelista, toco el piano y la guitarra, compongo canciones y bebo güisqui con hielo —uno de Caminante cargado, camarero, y debido a mis quince años de entonces el caballero me dedicaba un gesto de desprecio—. Por suerte, tras algún susto conseguí no convertirme en quienes no deben ser nombrados, y aún me inspiro gracias a la cebada.

Lector empedernido, melancólico, amigo de la gente que me quiere, son tres rasgos que me definen. Me emociono con facilidad, intento buscarle el mejor sonido a las palabras que leo y escribo, detesto la ignorancia y echo mucho de menos la inocencia.

Ése soy yo, con todas mis virtudes y mis defectos, miembro de una generación con gustos afines, que ojalá llegue a cobrar mayor importancia de la que ya, per se, tiene.

viernes, 30 de octubre de 2009

"Abraham" o "Mi pequeña presentación"

Lo primero: hola a todos y gracias por entrar :).

Nunca he sabido cómo presentarme ni cómo definirme, la verdad. Siempre he sido muy variado en cuanto a gustos, y eso es difícil de etiquetar. Creo que la palabra que podría mostrar algun atisbo de mi personalidad sería "ecléctico". Eso no quiere decir que yo sea alguien extremadamente complicado, ni mucho menos, sino todo lo contrario.

Nací y me crié en la parte más humilde de Jerez de la Frontera, estudié la E.S.O. en el I.E.S. San telmo (instituto con muy muy mala fama, pero al que le tengo un especial cariño) y Bachillerato de Humanidades en el I.E.S. Francisco Romero Vargas. Al terminar 2º caí en la cuenta de que no podía entender la vida si los estudios no iban ligados a ella, por lo que, tras descartar periodismo (¡bendito sea el aquel día!), me aventuré en Filología Hispánica (actualmente curso 2º).

Soy un gran apasionado de bastantes cosas: me gusta el baloncesto (mejor verlo que practicarlo, en lo primero soy en experto, en lo otro no tanto), los buenos libros (La conjura de los necios, Cien años de soledad...), la buena música (Platero y tú, Duo kie...), los videojuegos (sobre todo los RPG como Final Fantasy VII, Diablo 2...), la cerveza (Mezquita, Leffe, Spaten...) y los M&M's :).

Tengo pareja desde hace más de seis años (lo siento si pretendíais algo conmigo, estoy totalmente enamorado :D) y además soy Mc. Actualmente estoy grabando una maqueta que ya debería estar terminada, pero siempre hay algo que la retrase.

Bueno, creo que poco más puedo decir de mi persona, sólo que empiezo esto (creo que como todos) con mucha ilusión y con ganas de hacer cosas nuevas. Muchas gracias por leerme.


Abraham Quirós Villalba

jueves, 29 de octubre de 2009

Antes de nada

Quería dejar un par de cosas claras antes de que empecemos con esta "aventura", por llamarlo de alguna forma. Lo primero que quería aclarar, para que nuestros futuros escasos lectores no tengan problema alguno y puedan saber quién es quién (¿Eso no era un juego?) en todo momento tenemos que explicar que cada uno escribirá bajo su respectivo nombre, excepto cuando se haga algo en grupo, entonces escribiremos bajo el nombre de "Ocho", para poder facilitar la vida de nuestros visitantes. El otro punto que quería comentar es que en breve (a ser posible mañana mismo) vamos a hacer cada uno nuestra propia presentación, para que sepáis algo de nosotros y de esa forma podáis odiarnos con más intensidad. Además, el diseño del blog no es definitivo, ya que aún está en fase de construcción, así que no asustaros si entrais y lo veis de otro color. Nada más. Paz y amor y besitos para todos.


Ocho

domingo, 25 de octubre de 2009

El comienzo

Empezamos...