martes, 1 de marzo de 2011

Juegos de la Edad Temprana

Las tardes del recién estrenado invierno son más frías que las tempestades navideñas. Irrumpen sobre las aceras aun calientes por el Sol, bañando de hielo las oquedades de la tierra y los brazos desnudos. El mundo cambia de pronto. Llueve y crepitan los vientos por todas partes. Un puñado de pájaros remueve incómodo sus alas y busca su árbol para guarecerse.

Nosotros también lo hacíamos entonces. Éramos jóvenes, y no teníamos miedo de que el mundo reventara de tormentas. Aquella ventana, en la guarida de mi habitación, tenía el aspecto de una pequeña pantalla de cine donde proyectaran la película más catastrófica de la temporada. Una nube, otra, la negrura y el rayo, la tragedia, nuestras risas.

Jugábamos. Jugábamos a obviarlo y quererlo todo. A soñar. A inventar futuros paradójicos que nos atemorizaban y hacían reír al mismo tiempo. Las sábanas estaban calientes y decíamos muchas cosas, siempre tan importantes, impregnados de esa hosca trascendencia del amor. No podíamos dejar de inventar. Por eso a veces, sobre la cama, cortábamos la bajara, leíamos el futuro en los reveses de las cartas sin nombre, y acto seguido escribíamos nuestra historia. Siempre al azar. Temblando. Una mano insegura, un diccionario, seis tiradas, seis palabras. Y sólo entonces, un relato:

Palabras origen:

Clave Inalcanzable Óbice Carricero Rosca Normalidad

Y dicen de Eternidad y Amor un enlace inalcanzable

Hallemos puente o ingenio hacia el triunfo contra todo óbice, estorbo, caja vacía de tropiezo…

Impedir que la normalidad se cuele una mañana por nuestra ventana, como quien no quiere la cosa, y sin pedir permiso se apegue a nosotros… Ignorar a la rutina que suele acompañarla, pues pretende encontrar su lugar entre los enamorados. Hogar en que respirar frescura mientras el calor es perenne y la luz envuelve.

Una humilde morada enmarcada por enredaderas que no enreden, pero sí nos mezclen. Un refugio donde alberga la intimidad; chimenea sabía para quemar vacilaciones y convertirlas en cenizas que al aire cabalguen formando escirros, lunares celestes de esos que cubren pero no tapan, adornan nuestra historia. Obligan a alzar la vista a lo encumbrado, y no por oposición a lo bajo, esencialmente por el desajuste con lo pasado, con el atrás.

Y durante la escena un canto. Rítmico, repetido y apuntado en melodía. Delator del carricero que cada día abandona la espesura y humedad de su escondite para dejarse ver. Un motivo avivador del entusiasmo.

Graves y agudos, izquierda y derecha, Fa y Sol en lucha por el poder: ser clave del engranaje. Lejos de cualquier sistema estricto y hacedero de rosca, serpenteamos atemporalizados culpando a Amor, a la complejidad espontánea de su mecánica. Vestido de humildad, pasea evitando los caminos de lo incierto, insulso e insensible. Se ata a lo inimaginable e intangible en un primer encuentro, a lo inmediato conjugado con el infinito, a lo indecible con los ojos abiertos, incluso a veces a la incorrección. Mas siempre acunado por lo imperecedero, unido a la Eternidad.

Emma Núñez Guerrero


Tú quisiste inmortalizar aquellos juegos para siempre. Los rezaste a solas, en la violácea penumbra de tu habitación, cuidadosa y subrepticia; raspaste las palabras con mesura de escultor, durante la noche -porque siempre hacíamos esas cosas de noche, por algo ahora somos artistas-, una nube de ensueño se batía sobre ti, que me pensabas, y yo a ti, claro, haciendo otras cosas, y el sueño llegaba a destiempo, tarde como siempre, por un trabajo, un vídeo interesante, un mensaje, seis palabras.

Llegado el momento me entregaste el manuscrito, todo él envuelto en colores fríos y muy rojo su interior, al modo de nuestros contrastes de siempre, y yo supe que los inviernos despabilan el alma y que aquello que dijimos tenía sentido aun dicho entre risas. Lloré. Sí. Supe de la vida, como un sabio, y estiré mis dedos para acariciar el papel como si fueras tú. El relato viajaría, para siempre, conmigo. La onda expansiva de nuestro amor no se borraría en muchas generaciones, y aquellas seis palabras, azarosas, taimadas y escurridizas, me fiaron su secreto: Me amarás. Te amaré. El siguiente renglón está, sencillamente, vacío.


Emma Núñez Guerrero y Alberto Cancio García

6 comentarios:

  1. Joder!(con perdón)Simplemente me encanta...

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  2. Pero qué bonito... Aplausos y ovación.
    Ah, y me encanta el guiño landeriano del título.
    Besazos.

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  3. Hola Alberto.
    Soy Mamen del blog "Te invito a un café". He visto que te has hecho seguidor de mi blog y siempre procuro seguir el enlace para agradecer, de corazón, que alguien pierda un ratito de su tiempo en venir a mi tertulia a tomar un café. Y fíjate por donde me he encontrado con una sorpresa agradable. Yo no pertenezco a vuestra generación porque hace 20 que tenía 25, pero también estudié en la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz. Ver tus ganas de escribir y los comentarios de tus amigos,ha sido para mí una mezcla de aire fresco con aroma de recuerdos.
    Gracias por venir a visitarme. Allí te espero.

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  4. Eva: simplemente gracias; Ámbar: ¡hilo!; Isabel: guiños para ti también; Mamen: allí estaré; Eva Te: Como tú :)

    Gracias por comentar.

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