miércoles, 30 de marzo de 2011

VIAJES E IMPRESIONES. CAPÍTULO SEXTO

  • Jamón Cocido
  • Tomate
  • Lechuga
  • Pimiento
  • Pan
  • Pan
  • Pan
  • Chocolate
  • Galletas
  • Cereales
  • Atún
  • Atún con pan
  • Pan con atún
  • Macarrones
  • Fruta, muchísima naranja
  • Desodorante
  • Alfer shave
  • Una linterna
  • Servilletas
  • Papel higiénico
  • Clínex
  • Tres guisantes, tres
  • Una torrija, una
  • Claveles y utensilios de triaje
  • Pantomimas, sí
  • Azucareros varios
  • Una zambomba acusativa
  • Mocos sueltos
  • Muchas casuísticas y cero patatas
  • Tintero a la carbonara y cédula caducifolia
  • Un Pepe vital haciendo el pino en Cuba, no obstante
  • Tizas, cientos de tizas
  • Isotermias nulas
  • Y claras, tantas claras de huevo como leches de cabrito hay en Bosnia Herzegovina

Farmacia: Almax.



Quien quiera que habitara esta casa por última vez no tuvo excesivas consideraciones higiénicas. Mi supuesto familiar vino y se marchó, que se sepa, hace tan sólo dos meses, y había telarañas incluso en el fregadero.

Yo me extraño: Es fácil asumir que haya gente dispuesta a vivir entre la mierda –la podredumbre es rica en curiosidades, ciertamente –pero, en el seno de mi familia, tal cosa espantaría hasta a los muebles del trastero. No es lo propio, digamos. Por ello, intuyo que quien estuvo aquí ni siquiera reparó en el entorno circundante, que no prestó, en realidad, una pizca de atención a la casa, absorto, seguramente, en actividades bastante más divertidas que bailar el son de la escoba.

¡Sí, también yo la odio!, y también me abstraigo hasta el punto de ignorar ese calcetín desahuciado tres días ha por las desordenadas esquinas de mi habitación; pero una cosa es la abstracción, comprensible para urbanitas, hemos dicho, y otra, muy distinta, el estado en que se encontraba esta casa a mi llegada, hace ya tres horas.

Es el tiempo aproximado que he invertido en limpiar el polvo, barrer, y fregar el suelo casi con la saña de un depredador cautivo. Teniendo en cuenta que la vivienda no alcanza más de nueve metros cuadrados de superficie habitable y que tiene un mueble y medio en total, tres horas son una verdadera eternidad. Bastante más de lo que han tardado autobús y taxista juntos en traerme de Cádiz a Algodonales y de allí a Zahara, respectivamente.

Y es que superado el reguero de marismas destrozadas que conforma el litoral gaditano no hago más que enfrentarme a concreciones, ¡demonios! Abrir la puerta es soplar sobre una masa compacta de polvo, telas de araña y hojas podridas, incrustada toda en el a trozos desbaratado suelo de arcilla y deshaciéndose al mínimo contacto. Lo primero, en efecto, es percatarse de la inutilidad de limpiar dichas secciones, pues semeja barrer la playa grano a grano. La arcilla deshecha siempre puede deshacerse más y más, y media hora en adelante la escoba había dejado de ser amarilla. Tal vez si hubieran dado un repaso hace dos meses hoy la cosa no tendría estos tintes bélicos… Muy ocupados debieron estar, ¡ja, ja! Sierra, amor, juegos de mesa… ¡son tantas incógnitas las de esta historia! En cualquier caso, es evidente que nadie pasó un triste trapito, pues acabo de recoger el equivalente a un podrido año de abandono del que no pienso dar más detalles. Soy alérgico al polvo, y ha sido como expulsar el cerebro a cachitos por la nariz.

Aunque bueno. Sonarse los mocos, lavar los ojos con agua clara, y a comprar. Se ha hecho demasiado tarde, así que es probable que almuerce fuera.



Alberto Cancio García

2 comentarios: