Viajar solo había dejado de agradarme. Un autobús con el mismo recorrido de ida y vuelta semana tras semana hastía a cualquiera que tarde en conciliar el sueño, y por entonces yo buscaba algo nuevo, extraño, distinto, en realidad, a lo que ya conocía –el hastío – presa de esa estúpida impresión de madurez que endereza la espalda del estudiante preuniversitario. El cristal de la ventanilla te enseña demasiado a menudo quién eres. Paisajes nuevos, carreteras desconocidas, ciudades inéditas… pierden la singularidad de la aventura cuando sobre ellas se irradia el oscilante retrato del referente común: Las mismas ojeras. Una mueca frecuente. La expresión constreñida por aguas menores no desterradas a tiempo. Ese eres tú. No cabe duda. El mismo a quien llama papá para cerciorarse de que todo va bien. El mismo que lo llamará si hallara cualquier eventualidad significativa. La necesidad de sentirte alguien te mortifica, y al finalizar aquel año abominaba los autobuses.
Desde entonces, y si las circunstancias exigían viajar solo, he hecho malabares con billetes de tren, avión, coche, e incluso pierna, a fin de evitar toparme con el más maloliente de los vehículos. No ya por miedo a admitir que sigo siendo el mismo ignorante de siempre –algo que todos asumiremos tarde o temprano – sino por soslayar tercamente las reminiscencias de una época improductiva y ponzoñosa.
No hay trenes a la lejana Zahara de la Sierra. De hecho, ni siquiera hay autobús. Éste me dejará en Algodonales, y allí ya buscaré las formas. Miro de reojo mi reflejo. Y sonrío: Esta vez decidí no molestar a nadie, pero es genial saber que volveré a hacerlo en cualquier momento, aun con ocho carreras a la espalda y el título de matrona.
Todos los pasajeros aquí presentes contemplan su reflejo. Y casi todos, estoy convencido, saben quienes son.
Alberto Cancio García
Fotografía: Google
Hola Alberto
ResponderEliminarQuizas nunca viaje en mi vida, pero puedo venir aca con vos y vivirlo de todos modos,
gracias por visitarme, tambien voy a estar aca eventualmente
un beso
¡Eh, qué gran halago! Ese comentario me sugiere muchas cosas sobre el sentido de escribir.
ResponderEliminarGracias por leer. La Generación del Ocho te da la bienvenida :)
"El cristal de la ventanilla te enseña demasiado a menudo quién eres". ¿Y dices que yo soy un poeta? Maldita sea la palabra que me arranca una sonrisa dolorosa del costado, amigo mío. Tus palabras son malditas, por eso eres poeta.
ResponderEliminar¿Poeta maldito? ¡Jaja!, en realidad no lo creo, aunque lo cierto es que tienen buen gusto XD
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