—porque el hecho de no estar
a la altura de las circunstancias
sólo puede ensimismar
(la mirada siempre bella, claro está)—,
al bajar a tierra he visto
las tajantes divisiones que son nuevas,
que no estaban cuando abrí la portezuela
con idea de alejarme para al poco regresar
y ver lo mismo y hacer mella.
Y es que el mundo no funciona
como antes y me extraña. El reloj de la vejez
se ha adelantado, cuatro horas, y ahora todos
necesitan pelos blancos que no tienen,
y que buscan ignorando las melenas, siempre negras,
como el duro patear las espinillas de repente,
deja en un segundo plano: el picor de un piojo vivo,
recorriendo la cabeza, siempre y cuando
uno lo sienta. Ya no existen guerras en sentido
que dispongan los honestos a la izquierda,
y los santos a la diestra; todos se patean sin cesar
las espinillas, indistinta la bandera, y se roban inclusive
las calvicies, las arrugas, de los unos a los otros,
y de pelo en pelo blanco salta el piojo
condenado —irrisoria
a una estúpida —irrisoria, sí, lo he dicho—
evidencia.
Alberto Cancio García
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