No tenía que hacer nada:
La luna no iba a salir
y yo estaba esperando
con sueño en la cara;
aun así,
los ojos cerrados, veía moverse
figuras al lado, y nunca pasaban
delante de mí.
Pero yo estaba quieto
y sentía que estaban.
Y luego se oía un susurro
que olía a esas cosas
que nunca se sabe qué son.
Y eran estrechas las cosas
de negro,
estrechas
como una mujer silenciosa,
y estaba a mi lado, Dios mío,
qué estrecho el vestido,
qué estrecho, por Dios;
tocaba mi mano en lo negro
y hablaba por ella
como una serpiente:
Calor hay calor tu calor.
La mano bajaba lo negro
—yo casi no estaba delante,
vivía lo oscuro— y la luna
que no iba a salir,
y el sueño en la cara
y el cuello y los hombros,
y el pecho y la tripa, el ardor,
la mano que baja,
vestida de negro a mi lado,
que llega a lo oscuro de veras
y enciende allá abajo un fogón.
Alberto Cancio García
¿y luego qué? me he quedado con ganas de más
ResponderEliminarLo siguiente lo termina cada uno en su cama... creo. Aunque sí es cierto que releyéndolo me digo: No suena bien. Queda incompleto...
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