jueves, 9 de diciembre de 2010

SIN DESTINO

No siempre existe la posibilidad de errar con tanto tino. Se llama Mérito y viaja conmigo desde hace seis horas.
Aclarémoslo cuanto antes: Uno no es esencialmente responsable de todas y cada una de las vicisitudes con que se topa; y si además esas vicisitudes resultan ser atractivas o, cuanto menos, atrayentes (hablemos de perspectiva), ¿qué hay de malo en agarrarlas por el brazo y morder a tientas el fruto a veces agrio que contienen? Agrio...

Quizá no me crean si les digo que llegué a este tren por accidente: Un error, sí. Un disparate y una catástrofe en la línea semi-indivisible de lo consuetudinario. Pero fue mi culpa. No hubo hierros ni exposiones ferroviarias, no fue el sueño interventor de mis destinos, ni la niebla, ni el dinero, ni un anciano moribundo en el vagón contiguo. Fue tan mío, tan real, tan sincero e inadmisible que las razones se imbuyen en el absurdo de mi historia cotidiana.

No. Ya lo sé. No me creerán tan fácilmente. Quieren que les cuente esa otra historia, ¿verdad? Aquella de una foto en la cartera, de un billete de ida y vuelta hacia París, de una espera sofocante, y la estación, la revista, el corazón... Y su reencuentro taquicárdico también quieren que les narre, eso es, y que describa el sabor y la textura de los besos, la sonrisa, la extrañeza. Y el brazo que acaricia por encima de los hombros y que tira del amante hacia la calle. Él con la maleta a cuestas, muy, muy pesada, sea ésta de quien sea, lleve dentro lo que lleve.

Yo lamento decepcionarles, ciertamente, y no estar a la altura de sus exigencias literarias, pero ninguna de estas cosas que desean tiene cabida en mi relato. Ni siquiera la amante. Ni París. Ni la sombra esperanzadora de un reencuentro. Tampoco la maleta obesa y misteriosa, y quizá, dado el contexto en que me veo, esto debería agradecerlo.
En esta historia de percance, demonios, por no caber ni siquiera yo mismo quepo, pues en general toda asimilación de accidente subyace a la idea extrema, brutalmente opuesta, de lo cotidiano: La equivalencia entre la peculiaridad del hecho irregular y la línea uniforme, metódica, de la realidad común es intrínsecamente negativa; y yo, como digo, no he respetado la ortodoxia en la oposición de estos conceptos.

El tren serpenteaba toscamente el altozano rioplatense y un rail mal emsamblado lo lanzó hacia el precipicio.

¿Ven? Un rail mal emsamblado: Una causa, un detonante. Una tecnología que reprobar, un ser humano a quien meter en la cárcel. En tal caso, la hipotética alternativa yacería, muerta pero deseable, en impedir que ese detonante se activara. El precipio, la consecuencia, sería reemplazada entonces por la nula alteración del orden práctico en la línea de lo cotidiano.
De no ser por algo, aquello no habría sucedido. Es una cuestión extrapolable.
Pero dónde está ese algo, y dónde está ese aquello en la específica razón de mi circunstancia.


CONTINUARÁ...






Alberto Cancio García
Fotografía: Google

2 comentarios:

  1. Dicen que yendo hacia cualquier sitio, llegamos a algún sitio.
    Y así tb se pierden muchas cosas por el camino.
    Eso dicen..

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  2. Has captado perfectamente la idea primigenia que pretendía desarrollar, ¡¡jajajaja!! Muy agudo por tu parte :) ¿Qué hago? ¿Sigo? Creo que sí...

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