domingo, 12 de junio de 2011

SAL Y SABIA

A las doce repicaban las campanas, era tarde;
y el revuelo -como un manto de aguas turbias
espantadas del abismo- prodigaba las estampas
de la muerte. ¡La parroquia, a la parroquia!
Condenados a su suerte, se arrojaban a la gloria,
y ondulaban en el aire, como globos pestilentes.



Alberto Cancio García

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