domingo, 30 de septiembre de 2012

NO NOS PARAMOS

No nos paramos apenas, 
ahora, al cruzarnos uno y otro
por la calle que otras noches
recorrimos todo juntos. Casualidad.

Distinguimos muy de lejos esa fibra:
La que en torno a la vida compuso
lo amigo y querido y así precisado
de los años ralos. Nos aproximamos.

Rozamos la piel de careta
como un amago del antes,
la calle misma, la misma calle,
y damos los besos plásticos
que uno da a cualquiera. Por causalidad.

Pero es un instante, ¿verdad?,
es por el fondo, como por dentro
de ese extrañísimo abismo
que hay en los ojos: La fibra dorada.

Desecha del tiempo..., pero ahí está.
Sueltos los flecos de hilo —de lo que hubo
y ya nunca habrá, por toda esa serie de causas
tan casuales de ahora y de entonces—,
la vemos brillante, intuimos la mar,
la Noche velando en su seno
nuestros viejos dibujos de sal.

Y en esa calle misma, apenas a un paso
del adiós convencional, vemos la vida
como mucho más allá, la sonrisa
como mínimo especial, del Amor
alimentado del recuerdo de ser niño
y nada más. Nosotros.

Como antiguos vecinos de Nunca Jamás.

Reímos de pureza, reíamos de noche,
de sabernos tan violentamente libres
de esas necias mariposas que se emboscan
en la boca del estómago. En esta misma calle
había demasiadas dando vueltas
en torno a muchas cosas muy distintas
y nosotros... las contábamos, contábamos con ello,
sin pensar.

Pero no era lo correcto,
aquello. Decían, ellos decían.
Lo gritaban en esquinas,
mugrientas de celo verde,
de miedo y de basura,
mientras callábamos nosotros,
en esta misma calle,
mirando el espectáculo
inquietante de la Luna.








Alberto Cancio García

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