lunes, 22 de marzo de 2010

OMINOSA NÓMINA

Aquella no estaba resultando una noche nada fácil. El embaldosado sobre el que un día, ya muy atrás en el tiempo, florecieran el delirio, el amor y el ensueño de tantas quimeras compartidas, no era, en aquel momento, más que un tosco revestimiento de piedra granítica, que se prolongaba, sucio y magullado, hasta donde alcanzaba la vista, y que nada parecía tener de particular frente al resto de rincones del paseo marítimo.
Las cosas habían ido cambiando y él lo sabía, pero comprobar tan de cerca cómo la magia de su escondrijo preferido agonizaba ahora sobre el más tosco de los pavimentos, lo sumía en la amarga postración que significa el plantearse si las cosas siguen teniendo, al menos, un mínimo de sentido. Un sentido que siempre había buscado incluso bajo las piedras, y que esas piedras parecían estarse tragando sin la menor muestra de compasión.


Con esta imagen de crueldad gratuita cincelada en la retina, tomó asiento sobre el segundo de los tres escalones que durante tantas noches hermosas le sirvieran de apoyo, y sintiendo bajo su pie la rudeza de aquel suelo inescrutable, no sin antes dirigir una mirada cómplice a su izquierda, comenzó a fabricar sonidos armónicos y resonantes mientras acariciaba el mástil con dedos temblorosos. Las cuerdas de una guitarra, rasgueadas a diestro y siniestro en un sinfín de combinaciones distintas, tuvieron la virtud de alejar algunas de sus alimañas, pero también le permitieron aproximarse, y quizá demasiado, a la raíz primigenia del problema.

Acordes y escalas, cadencia y consonancia, fueron desentrañando los entresijos de la realidad que le embargaba desde hacía ya varios días, y cuando el arpegio simultáneo de una segunda guitarra transformó el ambiente en mimbre de una cesta vibrante, el suelo granítico se fue agrietando, para mostrarle a él, y a todo aquel que supiera mirar un poco más allá de las cosas que pueden mirarse, cómo la magia semienterrada por noches insípidas se había de igual modo resquebrajado. Atravesar la naturaleza maciza del granito no es cosa sencilla. Y esto, sumado a la presión de las toneladas de piedra sobre su frágil consistencia, la había transformado en una maraña de flecos deshilachados.

La sola visión de tamaño desastre hizo que su mente se reactivara, devolviendo la clarividencia y la motivación a quien parecía haberse dormido en el interior de una guitarra. Aquella no estaba resultando una noche nada fácil ni lo resultaría en adelante, pero al fin había encontrado la manera de devolver el sentido a las cosas. Porque una vez que el silencio irrumpió en la cesta, partiéndola y dispersando a todos los que allí se habían congregado, él tomó todos y cada uno de los pedazos de la magia, guardándoselos cuidadosamente en la holgura sobrante de su pantalón, y marchándose luego a toda prisa, camino a casa, para encomendarse a la tarea nocturna de intentar reconstruir con suavidad lo que la brutalidad del áspero granito había destrozado.
Alberto Cancio García

3 comentarios:

  1. Genial. El sonido no rompe cristales, rompe el alma. "La superficie del corazón de un hombre es tan dura como la piedra" (algo así decía Stephen King en El cementerio de animales). Tú me rompes el esternón cada vez que tocas un acorde. Sabes que el inmortal Perikito se ha convertido en un modelo a seguir.

    Y si te metes en el bolsillo los trozos de música, ya haces mucho con ella, suficiente como para considerarte un artista. Pero no te consideres tal: quienes hacen eso, ya sabes que se convierten en hombres lobo.

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  2. qué bonito Albert, muy transmitente :)

    "terriblemente" vibrante

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  3. No te preocupes, Jorge, hermano, que por ahora me noto igual de peludo que ayer... xD
    Gracias por comentar, compañero :)

    ¡Y, jaja, gracias a ti también, Inés! Me alegro mucho de que te haya transmitido, sea lo que sea que haya sido, porque, en realidad, (no se lo digas a nadie) ni siquiera yo sé lo que pretendía transmitir en este texto.
    En cualquier caso, quedo plena y "terriblemente" satisfecho si te ha gustado :)

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