lunes, 10 de mayo de 2010

BILIRRUBINA 5

No pretendía hacerle ningún daño, lo juro, pero necesitaba que me aclarase por qué. Y así, forzándolo, asiendo con fuerza su mano limpia e inocente, le conminaba a gritarme qué había de malo en tirar al suelo de la calle aquel bote de pasta dentífrica.
Cuando desperté, todavía con la mano del niño palpitando entre mis dedos, descubrí que aquel latir asustado no era otro sino el mío. Y que la pasta dentífrica sólo se manifiesta mediante coacción.



Alberto Cancio García

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