sábado, 22 de mayo de 2010

Un hombre a un diccionario pegado

Aquella mañana, las palabras le sonaban extrañas. Mientras tomaba el café, intentó pronunciar «desayuno» y por alguna razón parecía el sonido de «menudo». Pensaba en aquella entonación, como si la causa fuese una mala articulación de los sonidos. Sólo se dio cuenta de que en su mente se dibujaba la imagen del café y las tostadas, pero él ya no sabía cómo se pronunciaban. Soltó una vez más la palabra «desayuno», escuchó el eco del comedor, esperó en silencio unos segundos hasta que todo ápice de voz hubo desaparecido. En su mente se recreaba la palabra «mundo» mientras pensaba en el pan con aceite.

Era asiduo lector de enciclopedias y fiel estudioso del vocabulario: cada mañana, camino del trabajo, repetía una y otra vez las diez palabras que había extraído del diccionario antes de salir. Había conseguido memorizar la mitad del contenido cuando sintió que se olvidaba de cómo se decía «desayuno». Desconcertado, tomó el último bocado, apuró el… líquido del… recipiente y se dio cuenta de que había olvidado las palabras «café» y «taza». Se levantó del sofá de un salto y, nervioso, echó mano del diccionario de la estantería. Esa mañana no quiso ir a trabajar; en lugar de ello, se pasó las ocho horas de su jornada laboral entre las palabras ya aprendidas del diccionario.

Después de tan intensa sesión de estudio, se aseguró de conocer su vocabulario. Para comprobarlo, salió a la calle con una libreta y anotó todo cuanto veía a su alrededor. El paseo duró tres horas. No había olvidado ninguna de las palabras, su memoria parecía intacta. Tal vez había sido una falsa alarma, una reacción de su cabeza ocasionada por el estrés. Regresó a casa satisfecho y se preparó otro café en taza. Dijo: no quiero tostadas, aceite ni sal, eso para el desayuno de mañana. Y así se aseguró de recordar lo estudiado.

Cuando sonó el teléfono y, enfadado por la interrupción, atendió la llamada, su respuesta fue: «No conozco a esa persona». Desde entonces merodea por las calles con aire sabio y cabeza alta, orgulloso de conocer medio diccionario. Pero no recuerda su propio nombre.


Jorge Andreu

4 comentarios:

  1. Magnífico.

    Jorge, no puedo hacer otra cosa más que aplaudir este texto. Me ha gustado muchísimo, tiene mucho significado y está muy bien escrito (como es habitual en ti).

    Gracias a ti y a la Generación del Ocho por regalarnos estas joyitas.

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  2. Gracias a ti, Adri, por leernos y firmar aquí. Me alegro mucho de que te haya gustado. A mí me gustó mucho escribirlo porque me sirvió para aliviar la tensión de todo un día de trabajo. Todos sabemos que estos fines de semana ya son los que nos impiden dedicarnos a vaguear o a leer. Y escribir esto fue como explotar, como renacer.

    Un abrazo.

    Jorge Andreu

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  3. No sé cómo se te ocurren cosas así jaja

    Me encanta cuando repito una palabra muchas veces y si lo pienso, me suena tan rara. Como si nunca la hubiera dicho =)

    Te quiero.

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  4. Precisamente por eso escribí el relato. A mí me suenan raras muchas veces las palabras. A veces hasta he llegado a preocuparme. Pero al menos, sí recuerdo mi nombre.

    Gracias por leerme. Yo también te quiero.

    Jorge Andreu

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