lunes, 31 de mayo de 2010

El soñador

De repente le entraron ganas de soñar. Cerró los ojos y soñó con un paisaje soleado de primavera, cuyo baño de luces regaba el enlosado silvestre de la montaña hasta levantar del suelo los capullos convertidos en flor. A su espalda ladraba un perro ensimismado en la lucha contra una libélula, y esos ladridos resonaban en su interior como cantos de sirena. Descansaba a su derecha, desnudo y envuelto en sus brazos, un cuerpo de mujer tendido en la arena, húmeda después del rocío, que con la respiración deleitaba hasta a las nubes, unas siluetas enormes y sin forma que controlaban la situación desde lo más alto mientras sentían envidia de aquel par de enamorados. Un pájaro pió a lo lejos con una voz que dejó eco en el aire, otro respondió su llamada en el extremo opuesto del valle.

El sol incidió sobre los ojos de aquel observador, calentó su rostro, le otorgó la vida que necesitaba e invitó a su huésped a acompañarlo. El soñador se levantó con cuidado de no despertar a su sirena y recorrió cientos de kilómetros sin cansarse de mirar el horizonte, los montes que emergían a su alrededor y las especies desconocidas de animales que salían a su paso. Caminó largas horas y, aunque no sabía a dónde lo llevaría su andanza, notaba cómo la felicidad embargaba cada rincón de su cuerpo. Miró hacia atrás, no halló el lecho sobre el cual sació la noche anterior el apetito de sus sentidos, y sin embargo, no le importó: aquella limpia moza, aún desnuda, y el perro que custodiaba su intimidad, habían quedado en el recuerdo; sabía que en algún momento volvería a encontrarlos. El placer de lo que veían sus ojos era mayor, y mucho más profunda su felicidad.

Tras un largo paseo, guiado por el sol y extasiado de belleza, divisó un hueco al final del sendero. Corrió hacia él, pero notaba que era imposible alcanzarlo, y de tanto esfuerzo por conseguirlo, se despegó del idilio.

Despertó en su cama, empapado en sudor, despeinado por los movimientos bruscos de su cabeza contra la almohada. El ventilador expandía el aire caliente de mayo por la habitación, aún a oscuras. Miró el reloj y, al sentir la alarma de las cinco de la mañana y el sofoco de la asistencia a su empleo, lloró con amargura porque no le había dado tiempo a conocer el final de su propia historia.


Jorge Andreu

domingo, 30 de mayo de 2010

El ladrón de palabras.

El ladrón de palabras.

Esa noche la luz de la farola era especial y coloreaba la calle de un amarillo muy pálido. Casi no se veía, pero las formas se intuían con una dulzura de esas que dan miedo.

Al fondo de la calle acerté a ver algo en el suelo, gordito y con pelos, pensé en un gato, de esos que por mucho que se caigan siempre conservan intactas sus siete vidas. De esos que ponen sintonía a tus sueños cuando maúllan en el jardín de tu casa, o en la acera de tu calle. Me acerqué poco a poco hasta aquella pelusa gigante, parecía que levitaba, que flotaba en aquel aire amarillento de la noche. Sus ojos negros se clavaron en los míos, y devoraron mis palabras. Se las comió una a una, como si fuese un jugoso pescado del que no quedó más que la espina.

Cuando llegué a casa sonó el teléfono, era una de esas llamadas importantes, intente responder diciendo ¿sí?, pero mi voz sonó muda.

En alguna parte de la calle había una pelusa gigante, con forma de gato, de esos que no roban pescados, si no de los que se comen las palabras que nunca se van a pronunciar. En alguna parte de la calle, había un gato diciendo ¿sí?, como si estuviera respondiendo a una llamada que nunca sería para él.
Eva Te.

viernes, 28 de mayo de 2010

La puerta de tu boca

Acabo de publicar esto en mi blog, pero quería compartirlo también con vosotros. No voy a decir el nombre, es lo de menos. Lo he escrito esta tarde antes de salir de Sevilla. Espero que os guste.

La puerta de tu boca

Una puerta entreabierta
al destino. Una puerta
maciza como el hierro
de tus huesos, morena.
De madera, marrón,
-----------de madera.
Como tu cara lisa
y tu suave melena.

Una puerta entreabierta
al olvido. Se cierran
tus ojos, no me miran.
Un portazo resuena.
Un cuadro se desploma
con tus gritos. Y llena
el suelo una vidriera
blanca. Yo, con mi pecho
roto, lleno de pena,
recojo los pedazos
y lamento tu ausencia,
pensando en tu partida,
en cómo me dejaste
----------el alma muerta.

Amiga,
te llevaste contigo
esa sonrisa tierna.


Jorge Andreu

sábado, 22 de mayo de 2010

Un hombre a un diccionario pegado

Aquella mañana, las palabras le sonaban extrañas. Mientras tomaba el café, intentó pronunciar «desayuno» y por alguna razón parecía el sonido de «menudo». Pensaba en aquella entonación, como si la causa fuese una mala articulación de los sonidos. Sólo se dio cuenta de que en su mente se dibujaba la imagen del café y las tostadas, pero él ya no sabía cómo se pronunciaban. Soltó una vez más la palabra «desayuno», escuchó el eco del comedor, esperó en silencio unos segundos hasta que todo ápice de voz hubo desaparecido. En su mente se recreaba la palabra «mundo» mientras pensaba en el pan con aceite.

Era asiduo lector de enciclopedias y fiel estudioso del vocabulario: cada mañana, camino del trabajo, repetía una y otra vez las diez palabras que había extraído del diccionario antes de salir. Había conseguido memorizar la mitad del contenido cuando sintió que se olvidaba de cómo se decía «desayuno». Desconcertado, tomó el último bocado, apuró el… líquido del… recipiente y se dio cuenta de que había olvidado las palabras «café» y «taza». Se levantó del sofá de un salto y, nervioso, echó mano del diccionario de la estantería. Esa mañana no quiso ir a trabajar; en lugar de ello, se pasó las ocho horas de su jornada laboral entre las palabras ya aprendidas del diccionario.

Después de tan intensa sesión de estudio, se aseguró de conocer su vocabulario. Para comprobarlo, salió a la calle con una libreta y anotó todo cuanto veía a su alrededor. El paseo duró tres horas. No había olvidado ninguna de las palabras, su memoria parecía intacta. Tal vez había sido una falsa alarma, una reacción de su cabeza ocasionada por el estrés. Regresó a casa satisfecho y se preparó otro café en taza. Dijo: no quiero tostadas, aceite ni sal, eso para el desayuno de mañana. Y así se aseguró de recordar lo estudiado.

Cuando sonó el teléfono y, enfadado por la interrupción, atendió la llamada, su respuesta fue: «No conozco a esa persona». Desde entonces merodea por las calles con aire sabio y cabeza alta, orgulloso de conocer medio diccionario. Pero no recuerda su propio nombre.


Jorge Andreu

miércoles, 19 de mayo de 2010

Presentación// El tesoro.

Después de esta graaaaaaaaaaaaan presentación aquí estoy o aquí está Eva Te.

Aspectos formales: es para mí un gran placer que me dejéis formar parte de vuestra generación. Que dejéis que una pequeña “escritora” pueda publicar aquí sus microrrelatos, y sus, escasos, relatos.

Aspectos sentimentales: esta mañana os dije que no podía presentarme a ningún concurso, por qué sé que si no llego a ningún sitio (lo más probable) pensaría que no sirvo para nada en este mundo literario, y no volvería a escribir.
Este año ha sido muy productivo, en estos términos, para mí, y en parte (en una gran parte) se podría decir que es gracias a ustedes, a este blog, y a mis ganas de formar parte de lo vuestro.
Participar con vosotros en tertulias como la del otro día me parece una gran recompensa y me ayuda a seguir con este propósito.

Aspectos generales: ¡Graciaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas!

Bueno y ahora paso a publicar uno de esos microrrelatos que ya conoceis, pero es mi favorito, y quiero que sea el que forme parte de mi presentación:

El tesoro.

Se despertó y vio su rostro reflejado en un espejo de mano que flotaba en el aíre oscuro de la noche. Se asustó. Aparte de despeinada y ojerosa tenía un agujero en la frente. Se le estaban escapando las ideas. Del susto, se llevo la mano al pecho, y se le inundó hasta la muñeca, se le estaban escapando los quereres.

Encendió la luz de mesilla de noche, por el pasillo se veían bailando al ritmo del tic-tac del reloj una fila de pensamientos y emociones. Los recogió todos y los guardo en el joyero. Desde ese día iba por la calle con dos agujeros más y sin pensar ni sentir. Pero eso sí, sus tesoros estaban a buen recaudo.

Eva Te.

NUEVA INCORPORACIÓN

¡¡Damas y caballeros!!

¡Es para nosotros un gran honor dar la bienvenida a la nueva incorporación de la Generación del Ocho!:

Prrrrrrrrrrr.... ¡¡Plas!!

¡¡EVAAA..... TEeEeEeEeE!!

¡De quien esperamos apetitosas publicaciones que rejuvenezcan con brío el ritmo viciado de este Blog y lo transformen en el manantial de vida que merece por su juventud!

¡Un gran aplauso para...

EVAAA..... TeEeEeEeE!!




Alberto Cancio García

martes, 18 de mayo de 2010

BILIRRUBINA 6

Ambos queremos,


pero no lo decimos...


Callamos.


Y es nuestro silencio


explosión que se previene,


que se hiela y se guarece


en el fondo de los ojos


y que el alma carboniza,


en un suspiro.









Alberto Cancio García
Fotografía: Lary George

lunes, 10 de mayo de 2010

BILIRRUBINA 5

No pretendía hacerle ningún daño, lo juro, pero necesitaba que me aclarase por qué. Y así, forzándolo, asiendo con fuerza su mano limpia e inocente, le conminaba a gritarme qué había de malo en tirar al suelo de la calle aquel bote de pasta dentífrica.
Cuando desperté, todavía con la mano del niño palpitando entre mis dedos, descubrí que aquel latir asustado no era otro sino el mío. Y que la pasta dentífrica sólo se manifiesta mediante coacción.



Alberto Cancio García

jueves, 6 de mayo de 2010

BILIRRUBINA 4

Hubo un día (uno de tantos, sí, pero ya muy atrás en el tiempo) en que algo (no sé si la torpeza, quizá, o el agnosticismo resentido, puede) le enseñó a asumir de buen grado sus pródigas limitaciones.
La incertidumbre es todo un océano cuando se la mira tan de abajo a arriba (decía), y yo misma lo conocí así, sin remos, apeado sobre la popa de una chalupa encarroñada, tan incapaz de gobernar el rumbo de su propio destino.
Él lo asumía (con una mueca), perdido hasta en el sentido más nimio de todos, contemplando pasar trenes y más trenes a sabiendas de que jamás subiría a ninguno sin el ticket del valor.
Hoy (después de tanto) todavía lo ahoga el llanto silencioso, a veces, a solas, por el recuerdo de lo mucho que pudo hacer entonces y no hizo. Por la verdad de lo que pudo ser y ya nunca será. Y (aunque él no lo sabe) yo lo oigo llorar. Llorar y maldecir en voz alta la triste paradoja de ser y odiar ser al mismo tiempo. De diluírse, como sus lágrimas, pero siendo gota de agua que nada moja en su viaje a la boca, al suelo, al abismo.

Luego, al día siguiente, cuando entre risas y caricias nos jactamos de quebrar el uso subrepticio de la lengua y de la vida; cuando bajo el peso de su pecho amanecen, espachurrados y babeados, los ojillos imprecisos de una rana sonriente; o cuando sobre el vaivén de los gemidos se oye a medias el suspiro de un tequiero entrecortado, entonces…
Entonces el miedo se vuelve bello. El miedo, el llanto, el océano y todo.
Porque… ¿dónde? ¿En qué parte del alma puede herir la incertidumbre cuando uno siente amar con tanta fuerza el rumor del tren que no perdió?
Y luego dice que siempre viajará conmigo (siempre). Y no, no sabe a dónde. Pero me asegura que jamás vio paisaje tan hermoso.
Alberto Cancio García
Fotografía: Lorena Tosso Eyras