miércoles, 11 de enero de 2012

       A duras penas asentías,

a duras penas,

       resbalando en tu gemido

la luz malva

       de los techos invisibles.

Temblabas, pequeñita,

       pedías en silencio,

como un ruego involuntario

       que tu boca no exhalara.



Alberto Cancio García

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