martes, 24 de enero de 2012

Fue una noche grandiosa.
Había salido al pasillo
en mi última ronda del día.
Recuerdo que había cenado
y llevaba los restos hacia la cocina.
Pensaba fregar, o no sé qué leches,
y en tanto me vi en el reflejo azulado
de una puerta acristalada -la luz amarilla,
silencio que había, de blanco vestido 
en pijama ajustado- llegó a encandilarme 
mi cuerpo de pronto, me vi y me gusté,
y reí, como un tonto.

Yo que en mis ratos de ocio
rezaba a la virgen de la pesadumbre
por no ser capaz de moverme con gracia,
estaba intentando sencillas bachatas
al son de la lumbre que encubre callada.

Y no es presunción,
yo lo juro,
pero a mí me gustaba.


Alberto Cancio García
  
  

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