la luz de los ojos, el aliento infinito, la aguda barbilla
que se alza y recorta de sombras el cuello desnudo.
Una brizna de hierba, un bosque por rala melena,
el halo de sobria confianza irreverente, casi egoísta,
que barre violento la tierra y el polvo de la maldad.
Dejad que las brujas se acerquen a mí.
Hay tras mis párpados negros un horno
que funde, derrite, destruye, moldea y compone
tu nueva verdad.
Alberto Cancio García
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