Había salido al pasillo
en mi última ronda del día.
Recuerdo que había cenado
y llevaba los restos hacia la cocina.
Pensaba fregar, o no sé qué leches,
y en tanto me vi en el reflejo azulado
de una puerta acristalada -la luz amarilla,
silencio que había, de blanco vestido
en pijama ajustado- llegó a encandilarme
mi cuerpo de pronto, me vi y me gusté,
y reí, como un tonto.
Yo que en mis ratos de ocio
rezaba a la virgen de la pesadumbre
por no ser capaz de moverme con gracia,
estaba intentando sencillas bachatas
al son de la lumbre que encubre callada.
Y no es presunción,
yo lo juro,
yo lo juro,
pero a mí me gustaba.
Alberto Cancio García
No hay comentarios:
Publicar un comentario