más allá de aquellas mesas,
la ventana condenada al negro frío
de un Enero: este bar,
sus fogones, su tenaz perfume a leño,
ausente el soplo de mis textos de otro tiempo
en el pardo abarrotado de fetiches: las paredes,
y poblado de esos otros personajes
que el hastío deposita por las barras macilentas...
Es muy triste comprobar tanta rareza,
llena no -dice la Luna-, he menguado día a día
desde aquello; y aun refleja platas,
churretosas de evidencia, y mi bar
aun se asemeja a lo que era...
Tan triste imaginar la Luna fuera:
nunca estuvo, en realidad (no es un consuelo);
por entonces ni siquiera vino a dar
con estos textos de mi mesa.
Era un vaso, solamente, para ella,
ya de noche, un intento de indagar
lo consabido, sin saberlo.
Ahora ya no sé, tras la ventana,
lo que sabe, lo que no, la imaginada,
llena Luna, que no entraba:
cuando aun no había menguado
no cabía en este bar de maderones;
no es el mismo (como nada),
pero como Luna, ahí fuera,
al menos la certeza de tenerlo
me aplacaba.
Alberto Cancio García
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