Alberto Cancio García
miércoles, 1 de febrero de 2012
LA BELLEZA INÚTIL
En cierta manera nunca comprendí que Laura -amara mis labios-. No porque yo los desestimara, ni mucho menos, sino porque ella nunca los besó. Yo, más allá de embriagarme con la belleza estética que supone la carne fina y esponjosa de unos labios, las formas recortadas, los pliegues, las estrías, nunca pude amar ningunos sin querer, de algún modo, besarlos. Por eso no entendí que Laura pudiera alabarlos sin más, sin ninguna intención subsecuente, sin la chispa de un deseo, aunque fuera momentaneo, de morderlos de repente, tan cerca de ellos como estaba cuando hablábamos de noche.
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