pasó. Y ya no somos niños que adolecen,
ciertamente,
la vehemencia no es bandera, ya no. Aprendimos,
hace tiempo, que lo rojo es peligroso;
que el color calavernario de los bosques
reconduce a nuestra muerte; que los tenues amarillos
no son oro que reluzca en lontananza
o en los ojos, por desgracia, de un amor
sobreviviente del invierno. Aprendimos,
que la noche apaga el mundo, pero enciende
los deseos; y advertimos, sobre todo,
que no estábamos dispuestos
a que éstos nos tocaran los colores
desvelando en un instante
nuestro sueño.
Alberto Cancio García
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