rondándola un instante.
Eran ojos.
Había sol de júbilo de anoche,
al borde del colchón.
Y era rubia.
Y era rubia.
Una parca rúbrica mía
en un poema sin mi nombre.
Sonreía.
La mesa era un recinto de papeles
y los cuerpos dibujaban con alcohol.
Madre mía.
Madre mía.
La noche sin el día había llegado de repente.
La ceniza.
La ceniza.
La vida despreciamos un momento, hace unas horas,
y eso fue bastante para armar una verbena,
niña dulce,
cuerpo alegre: des-nu-dá-te.
niña dulce,
cuerpo alegre: des-nu-dá-te.
Tú-quie-ré-me.
No, vulgar poeta, sólo escribe, nunca pienses.
Alberto Cancio García
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