lunes, 30 de noviembre de 2009

Entre la manzana y la muerte

Esta noche siento en mi interior algo que con sus rugidos me impide dormir, y por más vueltas que doy en la cama mientras pienso una solución, de nada sirve tanto empeño: mi estómago pronuncia quejas como superfluas reclamaciones a la puerta de una iglesia.

Me decido, sin más, a levantarme y buscar comida en la nevera, cuando me topo de cara con una manzana verde, aferrada al cesto de frutas con la mirada clavada en mí, desafiante, maligna. Entonces se recrea en mi mente la escena vulgar de una pelea de barrio, frente a un templo religioso a cuya puerta un mendigo estira una mano recalcitrante que prefiere apretar unas monedas antes que un martillo y echar las limosnas al bolsillo antes que el trabajo a la espalda. De la misma manera me observa la manzana, con esos ojos dibujados en la parte central y ese pelo que sobresale por detrás y que parece decirme, tómame.

Mi estómago vuelve a rugir. No siento ganas de comer fruta, soy carnívoro y odio casi todas las hierbas, pero las punzadas que mi interior lanza hacia fuera no me permiten decidir mis actos, así que entre la oscuridad de la cocina y el fogonazo de la nevera, ante la atónita expectación de los plátanos, lechugas y melocotones que rodean a mi enemiga, me resigno a atraparla con mis manos, no sin sentir un leve arrepentimiento a mitad de camino. Ella no huye, se deja hacer y pone de su parte: quiere ser devorada, poseída como una adolescente, y deja extender su flujo dentro de mi boca cuando el primer lengüetazo ha llegado a sus entrañas.

Un sabor peligroso recorre mi paladar hasta la garganta y de ahí se lanza hasta lo más profundo, mientras la manzana, que ya no me mira con el gesto apesadumbrado de señora de la casa tras años de matrimonio, me agradece con una sonrisa lo que acabo de hacer. En mi boca se dibuja otra media mueca y vuelvo a acariciar el interior de la manzana en tanto que a nuestro alrededor todo el mundo nos observa y ve cómo he vencido a mi contrincante, cómo mi labor la estremece.

Cierro la nevera y veo apagarse la luz, no sin vanagloriarme de dejar a los voyeurs con la miel en los labios, y frotando la manzana contra mi hombro me vuelvo a mi habitación, donde nadie me impide terminar la faena y saborear cada rincón secreto de mi víctima: el cuerpo carnoso de una manzana que minutos antes me desafió, ahora es mío y refresca mis sentidos, alivia mi sed y sacia los rugidos de mi estómago.

Unos minutos después, ya he penetrado todos los sabores de mi enemiga, he vencido sus fuerzas y me encierro entre las sábanas para volver a un mundo de ensueños, quizá mejor que el de mi hogar, quizá más útil que la vida misma. Y pensar que he estado a punto de ser derrotado por una fruta…

5 comentarios:

  1. ¡¡Jajajaja!! Tengo terribles ganas de devorar una manzana verde... XD

    ResponderEliminar
  2. Jajaja. Entran ganas, ¿verdad? Seguro que esta noche te comes una.

    Gracias por comentar.

    ResponderEliminar
  3. Acaba de decirme que se ha comido una AJAJAJ. Yo prefiero una chuleta o algo, aunque has defendido de lujo el tema del certamen, un 9 de 10 te doy (el 10 es para mi relato, ¡hombre! jajaja)

    ResponderEliminar
  4. Efectivamente, compañeros...: ESTA NOCHE ME HE COMIDO UNA MANZANA. Pero lo mejor, lo mejor de todo... es que... ¡¡TAMBIÉN ME HE COMÍO UNA CHULETA!! ¡¡Jajajaja!!XD

    ResponderEliminar
  5. Me encanta como escribes chico!! jajaja una manzana que rica! xD

    ResponderEliminar