miércoles, 4 de noviembre de 2009

Presentación de Alberto

¿Que quién soy?

No estoy muy seguro de si lo sé.
En mi carnet de identidad pone que me llamo Alberto Cancio García y que tengo 25 años, datos con los que estoy bastante de acuerdo. También viene impresa en él mi dirección de correo convencional y la ciudad donde resido, Cádiz, y creo que tampoco se equivoca. Por allá el nombre de mis padres, mi sexo… y veo por aquí unos numeritos muy graciosos pero que no sé exactamente a qué vienen. Llevo toda la noche dándole vueltas a estas cifras, a ver si por casualidad encuentro una significación que las identifique con algo que como mínimo me suene, pero por ahora no ha habido suerte ni bufón que se le parezca, así que maldigo manifiestamente mi torpeza.
Decepcionado ante la pésima funcionalidad de esta tarjetita plastificada (o seré yo, repito, tan necio como siempre), he decidido mirarme al espejo e investigar a través de él lo que otros ven en mí… y Madre de Dios… ¿será por esto que tenga tan pocos pero tan buenos amigos? Me he duchado, afeitado, peinado y vestido como manda esa que ya he nombrado, y he vuelto a mi habitación todavía sin ninguna idea convincente sobre quién soy en realidad. De camino al cuarto le he preguntado a mi querida madre, que digo yo que si sale en mi carnet de identidad es por algo, pero ella sólo responde con muecas esperpénticas a ese tipo de preguntas: _Mamá, ¿quién soy yo?_ y en seguida: _ ¡Gru, gru, gru, ach, ach!

Así pues, aburrido de contemplarme con la objetividad de una madre, un espejo o una institución oficial sin obtener para nada un producto conclusivo, me he propuesto abandonar la perspectiva sincrónica que tantos muertos ha provocado desde siempre y echar un vistazo a mis diarios de adolescente, para hacerme una idea sobre quién he sido a través del tiempo. Y otra vez: Madre de Dios. ¡Muchacho! Pero qué cantidad de perfiles diferentes. Qué cantidad de idiotas metidos en una misma cabeza…
He visto varios chalets de alquiler, muchos gatos y un faro. He visto pinos, dunas y escarabajos peloteros arrojados por los aires. Había una playa interminable, una verbena de fin de curso y parece que columpios en un parque. Y he visto un viaje. Un éxodo fatídico y melancólico: La vida en la gran ciudad, zumbando en los odios del que se ha criado entre pajaritos. Pajaritos que se desgañitan y que son sustituidos por otros pajaritos idealistas, por sexo y amor, guitarras, rock&roll y droga barata para fines de semana. Y después leo un paréntesis. Y locura mezclada con amor y pasividad. Una toma de conciencia. Otro viaje en mente, y poco más…

¿Quién soy? Es obvio que el paseo diacrónico tampoco sirve de mucho, porque no me identifico con esos cuadernos que he vuelto a esconder en el fondo del arcón por miedo a los ácaros asesinos: Los mismos bichitos microscópicos que tantas personas distintas van carcomiendo ahí adentro, en el fondo de un baúl tan olvidado como ellas. Y son tantas, de verdad, tantas personas, que no puedo creer que todas sea yo. "¡Pero es que no las son!", cabe decir. "No las son" porque ahora soy otro. Otro distinto al que era cuando los ácaros no existían para nadie, ¿verdad?, cuando "nadie" era consciente de la complejidad del mundo y del peligro que supone que existan los temibles ácaros del don nadie. Y me parecería estupendo dejar de preguntarme por quién soy en este preciso momento, no sea que Dios se entere y me castigue por estar indagando en la verdad de que ni siquiera soy capaz de describirme con un poco de estilo.
Damas y caballeros, no sé ustedes, pero yo prefiero ponerme a estudiar, componer o soñar con África y América del Sur antes que seguir preguntándome cosas que por supuesto carecen de respuesta.
Diez años en la capital gaditana y otros dos estudiando Filología Hispánica me han enseñado a rendirme a tiempo. Y si no voy a descubrir quién soy por más vueltas que le dé al asunto, al menos puedo decir que ahora “soy”. O que soy “ahora”. Y que ahora estoy escribiendo, quizá, en una lucha ininterrumpida por no ser "nadie". Muchas gracias.

2 comentarios:

  1. Que sepas que me parece muy feo que hayas borrado una entrada que tenía 5 comentarios. Eso no se hace en un blog. Aunque esta entrada te presente (cosa que realmente no hacsia la otra), podías haberle cambiado el nombre a la otra y dejarla con sus comentarios.

    Hala, después de esta pequeña reprimenda, decir (otra vez) que mucha suerte con el blog.

    ResponderEliminar
  2. ¡Lo siento! Soy un patata en esto de la realidades virtuales... A partir de ahora no borraré ningún comentario, lo prometo. Perdonad mi ignorancia sobre lo que se debe o no se debe hacer en un blog, pero no me abandonéis. Él nunca lo haría.

    ResponderEliminar