sábado, 14 de julio de 2012

GARAN-TÍAS

La garantía de amor
no se mide en el espacio
entre el helicóptero que pasa,
el bar donde tú bailas
y mi habitación.


La garantía de amor
no cuenta para ellos,
arriba, que son sólo pilotos
surcando la noche de arena.


Yo no puedo gritarles,
ni siquiera lo intento.
Yo miro la noche
e imagino sus cabezas
como luces. Sus cascos,
como blancas pelotas de ping-pong,
con micros de oreja, lejos, muy lejos,
sobre las palmeras.


Y vuelan en tu dirección en silencio
—o diciendo esas cosas que dicen
los pilotos cuando hablan en las pelis, por micro—
en tu dirección, tranquilos y tensos a un tiempo.
Delante del cristal verán las cosas,
pero es en el radar y no en el mundo,
donde ponen los ojillos de pelota
para no chocar: ¡Pum, pum, pam!


La noche de arena. Las palmeras.
No sirven.


Más allá de mi ventana, yo tampoco veo.
Y ellos ni me ven ni me han mirado.
Yo lo sé, que no saben dónde estoy. 
Desde arriba no se notan las cabezas 
de normales. Sólo las pelotas, como luces.


Tampoco observarán la tuya, claro,
cuando pasen sobre ella.
Así que no les he gritado, ni dado
recados para ti. Cuando pasen
oirás lo que yo: ¡Zum zum! ¡Zucurruzún!
O quizá, quizá ni eso.


Por el aire, desfilan los sonidos ya cansados
cuando salen de la boca, del motor, lentos, flojos,
acabados, y a los metros ya se mueren
como viejos olvidados, son, son - idos. 
¡Garantías del amor en helicóptero!
No va a escucharse el mío, mi son - ido
que les queda a ellos tan lejos.
Si apenas me oyes tú, 
cuando digo en el oído
que te quiero.






Alberto Cancio García










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