miércoles, 21 de marzo de 2012

NIEVE

Ayer caminaba de casa
al bar donde almuerzo a menudo,
y al cabo de varias zancadas 
con tanta dulzura mojaba la luz
los robles de ramas nevadas,
en vez de tomar, indolente,
la recta acostumbrada,
torcí y me interné en la floresta
que orilla la calzada.

Allí como un árbol sentí,
las piernas a la tierra atadas,
así que observé con agrado
las brisas que en torno cantaban.

Después de un instante entreví,
ocultos en la hierba alta,
docenas de mirlos atentos
al candor de mi mirada,

y en una ramita de arbusto,
como invisible sobre la nevada,
había uno blanco, tan blanco,
que, no sé hacia dónde, di gracias.




 Alberto Cancio García



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